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El fusilamiento del amante de la luna

por Saverio Lanza
18 de agosto de 2016

Se cumplen 80 años del asesinato de Federico García Lorca, ultimado a balazos por una cuadrilla militar durante la dictadura franquista en España. Tres años antes de su muerte visitó Buenos Aires, donde fue recibido con honores.

La poesía, esa locura convertida en palabras, nacida en el sin lugar. Criada de la sinrazón, prima de la osadía, dueña de los sueños truncos y las noches febriles sin final. El fuego del compromiso socialista ha de haber nacido del mismo lugar. Y de ese mismo sitio, nacen el amor y el sexo. De ese mundo imposible de acceder, y al que todos los apasionados por la existencia viajan a cada rato. Así las paradojas de los vivires más intensos, más impenetrables, de las vidas más vividas, de todas las vidas vividas.

Los revolucionarios de sus propias vidas mueren vivos, para vivir la inmortalidad. Tanto fue así, que en un fragmento del poema "Fábula y rueda de tres amigos", de la publicación "Poeta en Nueva York", Federico García Lorca anticipó su propia muerte.

"Cuando se hundieron las formas puras

bajo el cri cri de las margaritas,

comprendí que me habían asesinado.

Recorrieron los cafés y los cementerios y las iglesias,

abrieron los toneles y los armarios,

destrozaron tres esqueletos para arrancar sus dientes de oro.

Ya no me encontraron.

¿No me encontraron?

No. No me encontraron.

Pero se supo que la sexta luna huyó torrente arriba,

y que el mar recordó ¡de pronto!

los nombres de todos sus ahogados".

 

Entre esos entramados tejidos de amores y pasiones, políticas e ilusiones, Lorca desvivió y cuajó cada una de sus penas y alegrías, en sus escasos pero intensos 38 años de rodaje terrenal. Del vientre de su madre María, a fines del siglo XIX, al fusilamiento bajo la sombra de un olivo, en Granada, durante el ocaso del verano europeo de 1936. En aquel entonces, la guerra civil bañaba de sangre cada rincón de España, tras el golpe de estado perpetrado por Francisco Franco y otros militares, a mediados de julio de ese fatídico año. Fue un largo invierno dictatorial, que se extendió hasta noviembre de 1975, finalizando con la muerte del genocida español.

La violenta burguesía cívico militar se llevó varios centenares de miles de vidas, asesinadas en su mayoría en campos de concentración, ejecuciones clandestinas y cautiverios. Y entre esos miles de cobardes fusilamientos, Franco supo deshacerse de los más malditos entre los malditos: los poetas. De los brujos más embrujados: los socialistas. De los extremistas más extremistas, negados ante los ojos de su Dios: los homosexuales.

Todo eso era Federico. Federico el hermoso. El poeta que amaba y escribía, y besaba y militaba. Federico el pensante, sinónimo de Federico el peligroso. Sin embargo, la sangría española había comenzado mucho antes, parida en la bravía guerra con Marruecos y la dictadura del general Primo de Rivera. En ese escenario de desolación, el exilio parecía una obligación. Entre los años 20 y 30 llegaron a Buenos Aires casi trescientos mil inmigrantes, en su mayoría españoles e italianos.

Y en el marco de ese masivo éxodo, el viernes 13 de octubre de 1933, Lorca desembarca en Buenos Aires, después de navegar en el transatlántico italiano SS Conte Grande. No llegaba ni a la ignominia generalizada, ni a la soledad manifiesta. Decenas de periodistas esperaban ansiosos por reportearlo, mientras que un gran puñado de amigos se abría paso para el ansiado abrazo transoceánico. Entre ellos, la actriz Lola Membrives y los tíos de Federico: Francisco y María.

Así el dramaturgo, el moderno, el inquieto, el transgresor, pisaba suelo argentino. Buenos Aires se debatía amigablemente en medio de un florecimiento social y un ambiente cultural de excelencia. Allí Lorca, vivió su romance porteño, sobretodo en la flamante Avenida de Mayo de aquellos años.  Las reuniones en el departamento de la calle Charcas al 900; la Peña Signo y la Peña de las Gentes de las Artes y las Letras donde se organizaban grandes tertulias; la majestuosidad del teatro Avenida donde se representaron sus obras, en especial Bodas de Sangre; el romanticismo del café Tortoni, y la bohemia del café 36 Billares, fueron sus espacios agraciados. Y en las instalaciones de la legendaria radio Splendid, fue donde el Federico poeta inmortalizó su voz en diferentes grabaciones.

El más exquisito representante de la generación del 27 había planificado pasar unas pocas semanas en la ciudad, pero finalmente se instaló por seis meses. En ese contexto, Lorca le escribió a sus padres: "estoy abrumado por la cantidad de agasajos y atenciones que estoy recibiendo aquí, en esta enorme ciudad tengo la fama de un torero". Entre octubre de 1933 y marzo de 1934, Lorca ocupó la habitación 704 del Hotel Castelar.

Y este torero de las letras, las cuartetas y las emociones escritas, dijo de Buenos Aires: "busco su perfil más agudo entre sus barcos, sus bandoneones, sus finos caballos tendidos al viento, la música dormida de su castellano suave y los hogares limpios del pueblo donde el tango abre el crepúsculo de sus mejores abanicos de lágrimas".

El asturiano y residente porteño por aquellos años, Pablo Suero, lo describía como "ancho de hombros, con una enorme frente y una mirada color ciruela, dando la sensación de vigor y energía. Juega y ríe. Pero de pronto dice cosas fundamentales en un lenguaje lleno de fuerza, finalizando con algo que le hace reír primero a él, con una risa un poco ronca. Su acento andaluz escamotea sílabas. Habla con vehemencia y rapidez".

Tuvo como grandes amigos a extraordinarios poetas como Pablo Neruda, Oliverio Girondo y Conrado Nalé Roxlo, entre muchos otros, como el zorzal criollo: Carlos Gardel. Y como no podía ser de otra manera, también cosechó detractores. Amado y odiado. Jorge Luis Borges dijo peyorativamente de él que le parecía "un andaluz profesional" que "tuvo la suerte de ser fusilado". Así, sin más. Ciertamente, tal vez la sangre oligárquico burguesa de Borges chocaba ornamentas con el socialismo militante de García Lorca.

Borges explicó  sin miramientos que la muerte de Lorca "lo favoreció" para ascender al nivel de mártir. "Me parece un poeta menor, le ha favorecido su muerte trágica. Desde luego, sus versos me gustan, pero no me parecen muy importantes".

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La versión oficial del franquismo sobre el crimen de Lorca indica que fue fusilado por “socialista”, “homosexual” y “masón”. A ochenta años de su asesinato el cuerpo de Federico sigue sin aparecer. Fue arrojado a una fosa común. Para volverlo común. Para cegarlo, apagarlo, extirparlo a balazos. Para que sus palabras se callen y no sean reproducidas. Para que sus besos prohibidos sean condenados. Para que su militancia socialista sea exterminada para siempre. Ese era el plan. Falló.