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Cuando un Mundial enfrentó a la dictadura uruguaya

Agencia NaN
25 de junio de 2014

En 1980 se jugó un mundialito en tierras charruas y se celebró el NO al plesbicito militar

“El fútbol en Uruguay es como el gran escenario de construcción de mitos. Allí surgen los grandes relatos, con los héroes reconocidos como tales. Y allí se fabulan ciertas historias que finalmente terminan teniendo una proyección filosofal”, dice Gerardo Caetano, historiador y ex jugador de fútbol, en el arranque del documental El Mundialito.

Una sola vez en la historia se jugó el Mundialito. Fue en Uruguay en 1980 y lo organizó la FIFA con la intención de que fuera la primera de muchas ediciones. La idea, seductora: armar un torneo en el que se enfrenten las selecciones campeonas del mundo. Todos partidazos. La excusa: celebrar el 50 aniversario de la primera Copa del Mundo, justamente en Uruguay, en 1930.

Si aquí Julio Grondona mueve los hilos de la pelota desde un cuartucho escondido detrás de un largo pasillo ubicado a un costado de una estación de servicio de Sarandí, la historia en el escenario mundial no es muy diferente. La idea del Mundialito surgió en un bar de Zúrich. Los personajes: Joao Havelange, como el presidente de la FIFA, el hombre que mejor supo entender la lógica del fútbol como negocio; Washington Cataldi, amigo íntimo de Havelange, presidente de Peñarol, diputado y luego funcionario del gobierno de Julio Sanguinetti en Uruguay; Aparicio Méndez, el dictador que estaba al frente del régimen en el país vecino y a quien le sedujo la posibilidad de cooptar el campeonato para el beneficio de fondo: que se aprobara un plebiscito para abolir la Constitución y avalar la continuidad del gobierno militar.

Angelo Vulgaris, entrevistado en el documental, fue otra pieza clave en el andamiaje. El empresario griego estaba en el aeropuerto de Madrid, a punto de viajar para vender carne a Ghana, cuando se encontró a Cataldi, quien le ofreció financiar la producción comercial del Mundialito. El gran negocio sería transmitir el evento por televisión pero antes debían asegurar una estructura tecnológica que Uruguay por ese entonces no disponía.

El Mundialito se vio en colores en todos lados menos en Uruguay. Vulgaris había garantizado el dinero para la realización pero, de un momento a otro, todo se desmoronó ya que la empresa que tenía los derechos de televisación del Mundial de España 1982 se metió en el medio y quiso su tajada. “Un día me dijo Cataldi ?vámonos a Italia ?”relata Julio Sanguinetti en El Mundialito?”. Hay un tal Berlusconi que tiene una televisión en Montecarlo y está loco por entrar en la red? Yo creo que le podemos vender un gran producto?”. Berlusconi es Silvio Berlusconi. Y el Mundialito se convirtió en el primer pie que puso el magnate italiano en el rico plato del fútbol.

“El plebiscito constitucional va a facilitar al Gobierno de la Nación los medios para iniciar la marcha hacia la normalidad sin comprometer la obra realizada. El camino elegido es el mejor y por él transitaremos con ustedes.” Con ese comunicado oficial se promocionó el plebiscito del 30 de noviembre de 1980. Justo un mes antes de que arrancara el Mundialito, el pueblo uruguayo, inmerso en la dictadura desde 1973, debía votar. Los diarios anunciaban una cómoda victoria del sí a la reforma constitucional y, de esta manera, el aval al régimen que encabezaba Aparicio Méndez.

“Nosotros, en los cuarteles, decíamos: ?Qué bien que la están pensando estos militares. Primero un plebiscito que saben que van a ganar y un mes después hacen el Mundialito, como un festejo del triunfo anterior?”, recuerda Marcelo Estafanell, uno de los presos políticos entrevistados en el documental. “El resultado del plebiscito estaba atado a nuestro destino. Si salía la reforma propuesta por la dictadura iba a representar muchísimos años más de cárcel”, resume.

Mientras tanto, la canción de propaganda del Gobierno se multiplicaba en la radio y la televisión:

“Sí por el progreso y sí por la paz.
Sí por el futuro, vamos a votar.
Sí por la grandeza, sí de mí Uruguay.”

Ganó el no.

El 57,2 por ciento de los votantes se opuso a la reforma constitucional y alteró los planes que tenían los militares. En Montevideo, donde el boca a boca impulsado por movimientos sociales era mucho más potente, la diferencia fue abismal: un 63,25 por ciento votó por el no contra un 36,04 que apoyó el plebiscito.

Dos grupos de tres equipos cada uno. Cinco campeones del mundo (Uruguay, Argentina, Brasil, Alemania e Italia) más Holanda, que fue invitada por haber sido subcampeona de las últimas dos ediciones, con la Naranja Mecánica en la famosa final del ?74 y en Argentina ?78. El presidente de la FIFA, Joao Havelange, inauguró el certamen con un discurso en el que regó de elogios al régimen uruguayo. “Yo no hago política. Hago deporte. Yo respeto al Gobierno que está. Si es bueno o es malo, no es mi decisión”, argumentó el brasileño.


La dictadura no terminó. Continuó hasta 1985 y se potenciaron la persecución en las universidades y la represión a estudiantes y militantes de agrupaciones sociales. Pero el Mundialito sirvió como punto de partida al cambio. Los uruguayos nuevamente rompían todos los pronósticos. Algo que ya habían conseguido en Brasil con el mítico Maracanazo de 1950.


Uruguay abrió el torneo con un sólido triunfo: 2 a 0 frente a los holandeses. La Argentina de César Luis Menotti, con Maradona y Ramón Díaz como grandes figuras, venció a Alemania 2 a 1 y empató 1 a 1 contra Brasil, que terminó liderando el grupo por diferencia de gol. El 10 de enero de 1981, Uruguay y Brasil volvían a encontrarse en una final, a 30 años de la mítica conquista charrúa en el Maracaná.

“A mí no me gustaba la canción que habían hecho los militares”, reniega y menea la cabeza el periodista Jorge Crosa, comentarista de los partidos para Radio Oriental. Víctor Hugo Morales era el relator que lo acompañaba en las transmisiones. “Entonces ?”sigue Crosa?” empezamos a poner en la radio una canción nuestra, más linda, más rebelde. Y logramos instalarla.” El día de la final, Víctor Hugo y Crosa pidieron al público que copó el Centenario que subiera el volumen de las radios portátiles. Poco a poco la canción extraoficial fue tapando la del gobierno militar.

“Vamos a esperar con fe.
Vamos a alentar la idea,
para que Celeste sea
el triunfo otra vez.
Para levantar el sol
y agitar nuestra bandera,
para que la Patria entera
grite Uruguay campeón.”

Faltaban 10 minutos. El partido, 1 a 1. Barrios había puesto en ventaja a la Celeste y Sócrates, de penal, había igualado para Brasil. Diez minutos. Tiro libre en el costado derecho del ataque uruguayo. Víctor Hugo, con esa capacidad que tiene de anticipar los grandes momentos, intuyó que podía llegar el instante de gloria. “Hay que estar con este equipo uruguayo que, sin jugar bien, mantiene gloriosa toda la moral para llegar a la victoria”, relató mientras los defensores iban llegando al área. Centro bajo, punzante, al corazón del área chica. La pelota se va abriendo, el arquero queda a mitad de camino, los defensores miran y descuidan las marcas. Waldemar Victorino, ojos bien abiertos, se anticipa y va a buscar de palomita. “¡Gooooooooool! ¡Uuuuuruguayo! ¡Victorino! ¡Goooooool! Quedate tranquilo Obdulio. Los muchachos no te van a dejar cambiar la historia.”

Obdulio. Obdulio Varela. El Negro Jefe que hizo silenciar a cientos de miles de brasileños que tenían la fiesta armada en el Maracaná. Obdulio y toda la selección uruguaya levantaron la Copa del Mundo en Brasil en 1950 e instalaron un concepto que excede los límites del campo de juego: “Los de afuera son de palo”.

Treinta años más tarde Uruguay tuvo su otro Maracanazo. Los de afuera fueron los militares. Otra vez en una final frente a Brasil. Y otra vez lograron aguar una fiesta que estaba armada, con una metodología similar a lo ocurrido en la Argentina en el Mundial ?78.

El pueblo copó las urnas y le dijo que no al plebiscito. El público copó la cancha y entre el clásico “Uruguay, Uruguay” se animó a mezclar un grito que salió bien de adentro: “Se va a acabar, se va a acabar, la dictadura militar”. La banda militar tuvo que llamarse a silencio.

El revés al plebiscito se festejó como se pudo. Cuentan que uno de los códigos cómplice consistía en encender los limpiaparabrisas de los autos para compartir la alegría. Un mes más tarde, el triunfo en el Mundialito extendió el desahogo a las calles, ya sin necesidad de ocultar la euforia.

La dictadura no terminó. Continuó hasta 1985 y se potenciaron la persecución en las universidades y la represión a estudiantes y militantes de agrupaciones sociales. Pero el Mundialito sirvió como punto de partida al cambio. Los uruguayos nuevamente rompían todos los pronósticos. Algo que ya habían conseguido en Brasil con el mítico Maracanazo de 1950. Algo que intentarán lograr ahora, otra vez en Brasil, dentro de un grupo complicadísimo que comparte nada menos que con Italia e Inglaterra.

En 1980, la fiesta era del gobierno militar. La FIFA de Havelange ponía al servicio todos sus condimentos para generar un nuevo negocio televisivo. Pero el pueblo le dijo que no al plebiscito. Y la alegría futbolera cambió de manos. “No tenemos ni una medalla, ni una estrella, nada. Jamás nos hicieron un homenaje”, dice Rodolfo Rodríguez, capitán de la Selección uruguaya que ganó el Mundialito. El primer y único Mundialito.
Por Mariano Verrina

Por: Mariano Verrina