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Proyecto Artigas: recuperar el suelo

por Revista Cítrica
Fotos: Gastón Bejas - Barricada TV
27 de octubre de 2020

¿Qué se está haciendo en la Estancia Casa Nueva desde que Dolores Etchevehere donó sus tierras para la instalación de un proyecto agroecológico?¿Qué producen y cómo se trabaja?

Militantes de Juan Grabois. Usurpadores. Vagos. Grupo armado. Violentos. Delincuentes. Violadores de la propiedad privada. Ocupantes ilegales. Formaciones paraestatales. Así se describe en Clarín, La Nación e Infobae -y centenas de subsidiarias periodísticas- a las personas que integran el Proyecto Artigas. No hay una sola línea sobre para qué se utilizaban las hectáreas del campo de la familia Etchevehere, ni sobre lo que se está haciendo ahora desde que Dolores Etchevehere tomó posesión y las donó para un proyecto agroecológico. No hay siquiera una declaración de un productor o productora del Proyecto Artigas. Como si no existiesen, los diarios les invisibilizan. 

De un lado, Luis Miguel Etchevehere, el defensor de la propiedad privada, de la Constitución y de la República. Del otro, Juan Grabois, el “terrorista usurpador”. Luis Miguel, secundado por los productores agropecuarios, y por ese sujeto social que se hace llamar – y se apropia de la palabra- "campo". Del otro, Grabois, secundado por personas que “cobran subsidios estatales y funcionarios públicos”, y la hermana Dolores, como la mujer que reclama lo que no le corresponde.  

No aparecen -en las notas de los medios que hegemonizan el relato de la información- los productores y las productoras que integran el Proyecto Artigas. Tampoco el sujeto social que se ha dado en llamar “el otro campo” (porque a pesar de ser la mayoría del campo, un sector social se le ha apropiado la palabra). No aparece el “otro campo”; no aparecen los campesinos y las campesinas de la agricultura familiar; no aparecen quienes producen más del 70% de nuestros alimentos. Aparece la Sociedad Rural, pero no los movimientos campesinos, ni las asambleas y organizaciones ambientales. Y así se construye una historia a la que le faltan miradas y protagonistas.

“Pensábamos alquilar un tractor pero no nos lo han dejado entrar. Mientras hay tractores del otro lado sin trabajar, ahí, cortando el ingreso, sin producir nada”.

Falta contar qué se está haciendo en esos terrenos en conflicto. Qué hacían los hombres de la familia Etchevehere y qué hace Dolores en la Estancia Casa Nueva. Qué pasa con la tierra. Qué pasa con el suelo. Y también con el alimento y con la salud de las sociedades, porque la propiedad de la tierra y cómo se la trabaja incide directamente en las economías y en el derecho a una alimentación sana.

Cebolla de verdeo, lechuga, remolacha, berenjena. Eso fue lo primero que sembró el Proyecto Artigas. En los próximos días planean avanzar también con el tomate y, principalmente, con el zapallo. Se trata de un nódulo hortícola de una hectárea que será -en un principio- para el autoabastecimiento. Luego vendrá la expansión: “La idea es que acá puedan venir distintos compañeros o productores. Ya hay compañeros productores, acá mismo y en la zona. Queremos que se puedan instalar para conformar una colonia agrícola, con distintos tipos de producción: pollos, gallinas, rumiantes menores como cabras u ovejas, y también potenciar el tambo, obtener productos elaborados, que abastezcan a las localidades vecinas”, resume Facundo, uno de los integrantes del proyecto productivo.

El Proyecto Artigas planifica llegar a las 150 familias productoras en el establecimiento

El trabajo empezó tres días después de la llegada al territorio. A pico, pala y azada. Sin máquinas. “Pensábamos alquilar un tractor pero no nos lo han dejado entrar. No están dejando entrar nada al predio, mientras hay tractores del otro lado sin trabajar, ahí, cortando el ingreso, sin producir nada”, remarca Facundo, con tono pausado, como contradicción, ante el escenario que se vive minuto a minuto desde hace más de una semana. Además de la huerta están desarrollando talleres de agroecología y se encargan del mantenimiento, la limpieza y las tareas de cocina de Casa Nueva.

El Proyecto Artigas tiene planificado -para su primer año- la instalación de 30 familias productoras; el segundo año, unas 60 familias; y seguir creciendo hasta llegar a las 150 familias productoras en el establecimiento. Una forma de redistribuir la tierra: lo que era de una sola familia, pasa a ser de un centenar y medio de familias. Y con el cambio de manos, viene también un cambio de modelo de producción, celebrado por las organizaciones socio ambientales. 

“Quienes militamos y luchamos por un modelo productivo justo, inclusivo y sostenible, a la altura de los desafíos que nos plantean problemáticas como la crisis climática y la pérdida de biodiversidad, sabemos que Entre Ríos es una provincia en donde priman lógicas repudiables. Grandes terratenientes concentran la tierra, depredan los suelos y envenenan a comunidades enteras con el uso de agrotóxicos. No es casualidad que el 55% de las internaciones por casos de cáncer en niños en el Hospital Garrahan provengan de esta provincia. La mitad de la población, en muchos pueblos, sufre de patologías asociadas a la aplicación del paquete tecnológico agroindustrial. Entre Ríos es un territorio liberado para contaminar y envenenar. El lobby empresario y la corrupción política son garantía para la perpetración de un sistema que mata. Celebramos y acompañamos la iniciativa de Proyecto Artigas de construir una experiencia rural distinta, que ponga en el centro el cuidado de la tierra y los derechos de las familias campesinas que en ella trabajan”, comunicaron desde Jóvenes por el Clima y Extinction Rebelión, otros dos actores relevantes, a los que se pretende invisibilizar.  

¿Cuál es la diferencia principal entre el modelo de producción de la familia Etchevehere y el Proyecto Artigas? Un modelo apunta a la ganancia, el otro a cuidar el suelo y la salud.

“Acá lo que se hace -en gran parte- es producción de forraje; pero una vez que podamos controlar de esto -se ilusiona Facundo- ya no se permitirá más el uso de agroquímicos. Entonces eso es muy bueno, porque va a hacer que los compañeros no se enfermen, ni ellos ni nadie. Lo primero que tenemos que hacer es recuperar el suelo de los venenos. Para eso tenemos que fortalecer la microbiología del mismo, recuperar todo lo que se viene deteriorando, y plantear la biodiversidad productiva para recuperarlo. Esa es la forma de generar una producción”.

Los trabajadores y trabajadoras rurales que se encuentran en la Casa Nueva, en muchos casos, alquilan la tierra y realizan producciones hortícolas por cinco o seis meses, lapso en el que no hay posibilidad de practicar la agroecología. “Cuando alquilás no llegás a recuperar el suelo. La recuperación del suelo es fundamental porque es la forma en que se nutre la planta, y es la base de la vida. Un suelo bien nutrido favorece a un buen cultivo, incorporando minerales y generando un buen alimento”, explica Facundo.

“Las grandes poblaciones están concentradas en los centros urbanos de las ciudades, y en el campo no hay gente viviendo.

Sin embargo el modelo del agronegocio al que representa Luis Miguel Etchevehere- argumenta que el rendimiento de la parcela agroecológica es mucho menor que la tradicional, a pesar de las numerosas experiencias que demuestran que no es tan así: “La realidad es que faltan muchos estudios, desde las instituciones, desde los organismos y desde las academias. No podemos medir un rendimiento solo en quintales. Tenemos que tener en cuenta también el factor ambiental y el social. Hay que evaluar qué productos echaste, cuántos químicos usaste, y después hacer el cálculo. El rendimiento también es mejor cuando el alimento se consume cerca de donde se produce. Es importante acortar las cadenas de comercialización, que es lo que se lleva gran parte de la producción. ¿Cuánto tarda un producto en ser trasladado de un lugar a otro? ¿Qué es lo que incrementa? En Argentina elaboramos muchos productos, exportamos muchas cantidades de alimento, y tenemos un índice re alto de desnutrición. Algo ahí está fallando, y la forma de repararlo es con políticas de Estado que, por ejemplo, fortalezcan los mercados de cercanía”.

Facundo recuerda el día que llegaron a la estancia:  “Fue algo muy emocionante poder estar acá, dar vuelta la página a la historia, la de la Sociedad Rural, la historia del latifundio, las migraciones del campo a la ciudad, que hoy lo deja en evidencia esta pandemia”. Es también dar vuelta la historia de un campo despoblado. Del campo que genera ganancias para sus dueños pero poco alimento y poco trabajo. “Las grandes poblaciones están concentradas en los centros urbanos de las ciudades, y en el campo no hay gente viviendo. El 93 por ciento de la población argentina se encuentra en las ciudades, entonces eso también uno se lo cuestiona en esta pandemia. Por qué sucedió eso y cómo cambiarlo", reflexiona.

La misma visión tienen desde Jóvenes por el Clima y Extinction Rebelion. La pandemia nos vino a mostrar más de cerca que nunca la crisis climática y cómo esa crisis fue generada por el modo de producción de alimentos. "La pandemia ha puesto en evidencia lo que la ciencia y los pueblos vienen clamando hace tiempo: este modelo, que depreda la naturaleza y descarta a los más pobres, no es viable. Es momento de construir alternativas en clave agroecológica para caminar hacia un modelo productivo distinto, que satisfaga las necesidades de lxs trabajadorxs de la tierra y las necesidades de lxs consumidores de alimentos, que priorice la búsqueda de justicia social, la defensa de los derechos humanos y la soberanía de nuestro pueblo".

Lo que sucede en Casa Nueva no es una usurpación, es una recuperación. Una recuperación del suelo y del alimento. Si una serie de trabajadores y trabajadoras pueden demostrar que -en las mismas tierras donde antes solo había veneno y dinero- ahora hay trabajo y alimento, esas personas serán consideradas terroristas. Y es cierto. Son el terror y la peor pesadilla del agronegocio. Será el fin de la apropiación de la palabra campo. Ellos no son el campo. El campo es el campo que nos alimenta.