PARTIDA DE NACIMIENTO

por Revista Cítrica
04 de agosto de 2015

Literatura Cítrica: "Sólo a mí. A mí se me puede ocurrir ingresar al Abasto en vísperas de Navidad. Caminar como un zombi bajo un techo encapotado por guirnaldas y lucecitas verdes y rojas y esquivar nieve de cartón, muñecos de Papá Noel....

Por Virginia Cosín:

 

 

Sólo a mí. A mí se me puede ocurrir ingresar al Abasto en vísperas de Navidad. Caminar como un zombi bajo un techo encapotado por guirnaldas y lucecitas verdes y rojas y esquivar nieve de cartón, muñecos de Papá Noel y personas con bolsas que no paran de ramificarse. Y a medida que avanzo entre la gente sentirme más y más extraña. Un poco insecto flotando en el agua, agitando las alas, las patas, luchando. Con algo como un zumbido permanente u otra cosa que no sé bien qué es pero se parece tanto a no saber nada de una. Los hilos cortados. Las raíces arrancadas. Y esta sensación de tener que hundir las manos en tierra para buscar, no sé, algo. Entonces, flotar. Llegar hasta el mostrador detrás del cual una chica de sonrisa impostada te vende una entrada de cine y te pregunta si querés agregar, por tres pesos, un paquete de confites de chocolate y, aunque le decís que no, te agradece la visita y te desea que disfrutes la película.

 

 

 

 

 

La sala oscura y vacía, iluminada sólo por la luz centelleante que se proyecta sobre la pantalla. Dejarme comer. Ser tragada. Desaparecer. Un rato. Después, y a pesar de que la película no me pareció gran cosa, durante los últimos cinco minutos, soltar desde vaya a saber qué recóndito lugar un sollozo incontenible. Seguramente relacionado con ese final en el que se escuchan las risas en off de dos niños a los que primero no se ve y luego entran a cuadro relativamente fuera de foco. Dos niños que vienen a representar la sanación. O algo con respecto a la soledad, al tiempo, al dolor.

 

 

 

 

 

 

Salir, impregnada de ese estado particularmente narcótico de los primeros segundos fuera de la sala de cine y notar que el estómago reclama. Entrar a Yenny y convertirme en una más, por qué no, por qué no yo, y elegir un libro para llevarle de regalo a mi hija. Hacer la cola y todo eso. Ahora yo también tengo mi bolsita. Salgo a la calle y empiezo a caminar por Corrientes, a pleno sol, disfrutando al principio del calor que se deposita en la piel y desentumece los músculos ateridos por el aire acondicionado. Voy en busca del negocio que vende lonas. Extraña fascinación la que me produce ese negocio. Me doy el gusto de entrar y de comprar tres metros de tela acrílica y resistente, con el firme propósito de reparar por fin las reposeritas un tanto curtidas por el sol y la lluvia que habitan arrumbadas en la terraza. El hombre que me atiende tiene serios problemas motrices. Un hilo de baba se le escapa por las comisuras de la boca y camina arrastrando los pies y moviendo las manos sin control. De todas formas mide, eficiente, los metros de tela. Corta y cobra. Cuando saco la billetera de la cartera, se le pierde la mirada hacia la vereda. Extiendo los billetes frente a él, pero no lo nota. Cuando por fin repara en mí, me pide perdón y me explica que vio un grupo de hombres sospechosos -él en realidad no duda en llamarlos “chorros- y que en el último tiempo la cantidad de robos en el barrio fue alarmante. Que ahí ya entraron a robar cuatro veces. Acto seguido, pasa a relatarme con lujo de detalles el episodio ocurrido días atrás en la pinturería de al lado, en el cual parece que ataron a a un tipo y lo torturaron -por puro placer, dice- además de robarle todo lo que tenía en la caja. Creo que me pongo pálida y miro hacia la vereda yo también. Me dice que no me preocupe, que ya se fueron. Espero el vuelto, lo saludo y vuelvo caminando hasta mi casa sin dejar de mirar hacia los costados, sobresaltándome ante cualquier persona que pasa a mi lado. Maldito espástico. Antes de llegar voy al videoclub. Elijo una selección de películas para mi programa de Nochebuena. Wenders, Bergman y una comedia con Sarah Jessica Parker.

 

 

 

 

 

 

*Virginia Cosin nació en 1973 en Venezuela; vive en Buenos Aires desde los 5 años. Colabora en suplementos culturales de distintos medios nacionales. Partida de nacimiento es su primera novela (Entropía).

 

 

 

 

 

 

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