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Donde mandan las mujeres

por Revista Cítrica
05 de mayo de 2015

En China existe un poblado en el que las mujeres tienen el poder. No quieren casarse; sólo enamorarse.

Por María Celina Toledo

 “Yo quería ver qué pasaba en una sociedad en donde las mujeres eran las que tenían el poder”, comienza contando el médico, fotógrafo y periodista Ricardo Coler, para explicar por qué decidió abocarse a estudiar el tema del matriarcado. La realización de su libro El reino de las mujeres, del año 2005, implicó escrituras y reescrituras, le llevó muchos años y varios viajes a China, todo con un único fin: poder responder a una inquietud. “Es inevitable que para que una investigación salga bien, uno tiene que tener una pregunta. Si hay algo que te interesa y tenés que escribir, necesitás saber mucho sobre eso porque sino las cosas pasan por delante tuyo y no podés verlas”, asegura.
Primero, leyó algunas referencias sobre esta cuestión, en especial un libro del antropólogo, sociólogo, filólogo y jurista suizo Johann Jakob Bachofen, del año 1800, que fue muy popular, pero que estaba plagado de mentiras y de fantasías, “Sin embargo, la cuestión del matriarcado había prendido mucho en la gente”, refiere con asombro. Después, leyendo, investigando y mirando publicaciones, consiguió una revista italiana que tenía un artículo, con una referencia muy corta, que en realidad también resultó ser equivocada. Hasta que pudo asistir a una muestra sobre ropa tradicional china, de diferentes comunidades, y finalmente conoció la existencia de la aldea Mosuo. Consiguió contactarse con un oriental, experto de una universidad americana, que le dio las coordenadas para llegar. “Fui sin mucha seguridad de que iba a encontrar algo y al final salió bien”, comenta con entusiasmo y con una total seguridad de haber logrado el objetivo que perseguía.

De todos modos, pasó bastante tiempo hasta que pudo armarse una idea clara y con esa idea viajar. Incluso, cuando volvió, tuvo que seguir estudiando y examinando, según detalla, “muchos libros complejos” que le permitieron adquirir el conocimiento suficiente como para lograr que los lectores se encuentren con una crónica de viaje fácil de entender, en sus palabras: “Que fuera sencilla”. Y luego, casi en un acto de total confesión, admite: “Haciendo este libro aprendí a escribir”. Cuenta que, en un principio, la redacción era un “desastre” hasta que se comunicó con la reconocida escritora argentina Esther Cross, que lo ayudó poco a poco a hacer las correcciones y, de ese modo, concretar la publicación.

Por otra parte, siguiendo con las características del proceso de elaboración, dice que “leer es una buena manera de poder escribir y afrontar el terror de la página en blanco”, y especifica que lo pudo comprobar en el instante en que sintió que no sabía cómo empezar cuando tuvo que redactar un capítulo de otra de sus obras. “A veces, no es un bloqueo sino es que no tenés algo para decir. La solución está en revisar varios textos que se relacionen con lo que querés contar”, explica. Igualmente, cree que la escritura no significa recolectar fuentes “porque eso sería hacer copy-paste”, aclara, y en consecuencia la define como la capacidad de elaborar una idea, “Que si encima se relaciona con uno mismo es mucho mejor”, reflexiona.

La investigación bibliográfica fue el complemento de las observaciones que iba anotando en un cuaderno de campo, también de la información que recolectó con distintas entrevistas, filmaciones y un extenso registro fotográfico, durante los períodos en los que visitó Loshui, el poblado que está a orillas del lago Lugu, en la región de Yunnan de la República Popular China. “Me sirvió mucho sacar fotos. Volvés a la escena, te acordás de cómo estaba vestida la gente, de si estaban contentos o apurados, te acordás de si hacía frío o calor, de si se había acercado alguien”, revela.
La sociedad de los Mosuo, a su entender, es la más “pura” que encontró. “Lo que se puede notar en ella son las características femeninas: que no exista el matrimonio para que pueda perdurar el amor, el cariño por la familia y el hogar, la falta absoluta de violencia: es sumamente pacífica”, detalla. Porque hay otros lugares en donde aunque todas las leyes favorecen a las mujeres, se usa el apellido de la madre, son las herederas y tienen ciertas ventajas, “Se evidencia una impronta masculina”, comenta, y enseguida ejemplifica: “Hay una provincia en la India, que se llama Meghalaya en donde viven los Khasi, un grupo que poco se diferencia de los sistemas patriarcales clásicos ya que existen movimientos de defensa de los derechos del varón y cuando pretendés hablar con una mujer, te contesta el hombre”.

Lo que más le llamó la atención de la cultura con la que pudo estar al menos por unos meses, a la que define como “el último matriarcado”, fue que las mujeres no quieran casarse: “Ellas desean estar todo el tiempo enamoradas. Hay que entender que una cosa es la pareja, otra es la familia, otra es el amor y otra es el sexo. Nosotros agarramos, metemos todo en una bolsa y queremos que funcione”. Además, le resultó llamativo que no exista la figura del padre: “Yo tengo hijos, no puedo entenderlo, no me entra en la cabeza”, expresa convencido. Y manifiesta: “Algunas cuestiones culturales que nos parecen muy sólidas, pueden ser totalmente diferentes. No es que hay una verdad absoluta sino que existe la posibilidad de que sea de otra manera. Eso significa que, si uno piensa como actúa, ciertas cosas, tanto personales como sociales, podrían cambiarse”. 

-¿Considera que la forma de organización de los Mosuo logrará extenderse a otros territorios?
-Después de que yo fui a Loshui construyeron una autopista y lo que provocó es que vaya mucha gente. Se establecieron una serie de negocios que lo colocaron como un lugar muy turístico y eso podría destruir el matriarcado, por la fuerza del capital. O sea, se puede ver cómo lo más masculino, que tiene que ver con la lógica del tener, está arrasando y va ganando el mundo. Aunque sí creo que en algunos casos se puede llegar a adoptar esa cosmovisión, pero lo necesario es acostumbrarse a no imitar el varón, esa es la diferencia. 

Pudo ir descifrando otra manera de concebir e interpretar el mundo, logró reconstruirla con cada palabra de sus informantes. Al momento de responder cómo determinó cuáles eran las voces claves, aclara: “En general, los personajes del libro son la unión de varios, porque si te enamorás del detalle, perdés el entorno. Mi intención es transmitir una idea, que es cierta y resulta de todo lo que fui registrando”. 

Asimismo, reconoce que al no comprender el lenguaje se le hizo más difícil, por ejemplo, hacer un chiste: “Y no es un detalle. Cuando hacés una broma, se genera un acuerdo, el otro disfruta. Al hacer entrevistas, o al estar con gente que es extraña, es algo que te permite entrar, que te permite romper las barreras. En sí, podés manejar perfectamente un idioma, pero se torna bastante complicado en los momentos en los que se pone en juego la intimidad o el humor”. También le fue difícil establecer una relación con los traductores, que tampoco pertenecían a la colectividad, porque a veces se negaban a hacer determinadas preguntas o se ponían tensos al momento de tener que realizar algunos cuestionamientos: “Eran de otro mundo, les costaba entender lo que veían y, a su vez, tener que transmitírmelo a mí”.

Sin embargo, su caso puede diferenciarse totalmente del de los intérpretes que lo acompañaron en su estadía ya que lo que más placer le trae es que se le “caiga a pedazos” lo que creía: “Una de las cuestiones más atractivas de la vida humana, que va a ocurrir siempre, es que vas a estar sin advertir un montón de cosas hasta que un día se va a producir un acontecimiento, algo cambiará y te hará cambiar subjetivamente. Habrá algo interno que se modifica”. Finalmente, y en relación a si considera que estuvo en una sociedad perfecta, concluye: “Los ideales son siempre tenebrosos, son propios de nuestra cultura, pero no siempre necesarios”.