Sobre las cenizas, la reconstrucción

por Pablo Bassi y Ramiro Sáenz
Fotos: Euge Neme y Ramiro Sáenz
17 de marzo de 2021

Los incendios en la Comarca Andina aún no se apagan. La necesidad de alrededor de 900 familias afectadas es enorme: la mayoría perdió todo. La intencionalidad del desastre se huele en el humo, pero lejos de amedrentarse, les vecines aseguran que esto les da más fuerzas para seguir.

Hace menos de una hora que amaneció en la Comarca Andina. Cinco kilómetros después de El Bolsón, al costado de la Ruta Nacional 40 camino al sur, cuatro hombres están sentados alrededor de un fuego. Se pasan un mate con las manos sucias de carbón. Uno es obrero de la construcción, otro empleado en una empresa. Hicieron guardia toda la noche. Dicen que después del incendio del martes, hay quienes intentaron ocupar los terrenos de este barrio, Bosques del Sur, que nació como toma hace menos de una década. A metros de ahí, un gazebo azul con la leyenda Presidencia de la Nación recubre bolsas de consorcio, botellones de agua, ropa y calzado, entre otras donaciones de gente a pie.

Nos adentramos en el bosque, en medio de un paisaje desolador. Sólo se oye el sonido de motosierras que voltean pinos propensos a caer, deshojados y negros, rodeados de algunas carpas donde a esta hora aún duermen personas. Todo está calcinado: lavarropas, microondas, heladeras, autos, bicicletas, triciclos. Humean varios pocitos en el suelo, que se convirtió en una mezcla de tierra, ceniza y resina de pinos que, endurecida por el calor, tiene un aspecto similar al asfalto. El sol penetra entre las sombras dibujando manchones de luz. Los instrumentos de cocina se transformaron en líneas de aluminio y plomo derretido. Hay un tanque australiano, que no funcionaba. La falta de agua no ayudó a detener el fuego después de que los vehículos de la brigada de incendios provincial se consumieran.

“Era un bosque hermoso”, dice Nicolás, vecino de la Eco Aldea, el barrio pegado a Bosques del Sur donde ardieron en total 60 casas. Todas, menos una.

Gonzalo, otro vecino, renguea apoyado en un pedazo de hierro que usa como bastón. Él también perdió su casa y 120 mil pesos en cerámicos que había comprado para colocar en los próximos días. Está consternado: su vecina Maruca falleció horas atrás en el Hospital de Bariloche, a donde llegó el martes del incendio con parte del cuerpo quemado. No pudo escapar, como tampoco logró salvarse Sixto Garcés Liempe, un peón que apareció muerto junto a su caballo y dos perros. Había desaparecido cerca de la localidad de El Maitén, intentando resguardar a los animales.  

Gonzalo también habría muerto de no ser por la ayuda de Pablo, su vecino, con quien había estado mateando hasta que vieron una columna de humo. Pablo se fue corriendo a ver su casa, y cuando llegó ya estaba en llamas. Volvió a lo de Gonzalo y lo encontró peleando con el fuego. El calor venía de los árboles y del piso. Gonzalo recogió a su perro y en la huida se le quemaron las plantas de los pies. Desmayado, Pablo lo alzó hasta la ruta.

“Era un bosque hermoso”, dice Nicolás, vecino de la Eco Aldea, el barrio pegado a Bosques del Sur donde ardieron en total 60 casas. Todas, menos una.

“Este predio debe valer más de 15 millones de dólares. Nos quemaron vivos. Pero de acá no me voy, sólo me van a sacar acribillado”, dice Gonzalo junto a Pablo, con la mitad del rostro quemado. “Más intencionalidad que la codicia no hay. Espero que haya justicia y que la Justica no se corrompa”. 

Gonzalo perdió la casa y su chacra que le llevó siete años en construir, con verduras orgánicas, frambuesas, cerezas, duraznos y otras frutas finas. El impacto económico en esta región de pequeños productores, artesanos, aserraderos y docentes es aún difícil de estimar.

Eduardo, Claudia y su beba llegaron acá hace dos años desde Avellaneda, provincia de Buenos Aires. Cuando el martes escucharon el fuego crujir por detrás suyo y las explosiones de las garrafas como bombardeos, agarraron una mochila con documentos y escaparon. Minutos antes, habían visto las llamas del otro lado de la ruta. Parecía una emboscada. Al lado de su carpa, hay una pelopincho que usaban como reservorio de agua. Entre los vecinos contrataban un tanque que les proveía 6000 litros a razón de 3500 pesos. Arreglaban motosierras y grupos electrógenos, y hacían trabajos en madera. Su sierra combinada, que compraron hace poco por 200 mil pesos, se mezcla ahora con el paisaje de cenizas y tizne.

“No sabés lo lindo que estábamos laburando”, dice Claudia. “¿Qué siento? Fuerza. Tenemos la fuerza necesaria para hacerle la casa a mi hija con sus peluches”, dice Eduardo.

Macarena Zúñiga nos muestra los restos de lo que fue su hogar. Ella también cree que el incendio fue intencional, por la cantidad de focos simultáneos en El Maitén y otros más (es impreciso el número) en Lago Puelo y El Hoyo. “O quieren las tierras, o no nos quieren a nosotros”, dice. 

Todos los vecinos aseguran que el Estado sólo se hizo presente a través de una asistente que vino a relevarlos y los provisionó algunas noches de viandas. A una semana de la peor tragedia en la historia de la zona, es notable la ausencia de algún campamento de campaña con ollas y atención médica. 

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A la vera de la Ruta 40, durante los quince kilómetros que separan a El Bolsón de El Hoyo, autos particulares detienen la marcha y bajan bolsas que van amontonando a metros de distancia unas de otras. Camiones con acoplados provenientes de varios puntos del país descargan más agua, juguetes, zapatillas, ropa en general, pañales, comida para animales, cochecitos, colchones, alimentos no perecederos, alcohol, papel higiénico, cepillo y pasta de dientes. Muchas de estas cosas quedarán al descubierto.

“No sabés lo lindo que estábamos laburando”, dice Claudia. “¿Qué siento? Fuerza. Tenemos la fuerza necesaria para hacerle la casa a mi hija con sus peluches”, dice Eduardo.

El Pinar es uno de los barrios más afectados, con 50 casas incendiadas. Junto a un puesto con techo de chapa donde se acopia la ayuda voluminosa, Guido -un vecino- nos cuenta que fueron relevados por el municipio, pero que no recibieron otra ayuda estatal. Duda también de la intencionalidad del incendio. No sólo por la cantidad de focos, sino por la característica del día: ventoso y con todos los artesanos en la feria.

Recostado sobre el faldeo del cerro Piltriquitrón -emblema de la Comarca-, la toma de El Pinar era un cañadón atravesado por un arroyo ya seco a esta altura del año. El escenario es bélico: bruma suspendida, olor a quemado y un helicóptero que se oye entremezclado con picos, palas y motosierras. Todo está calcinado: un tractor, cables de cobre de una instalación eléctrica semi clandestina, máquinas, dos zapallos, un gato. 

Entre los pinos machucados, diez personas ayudan a limpiar el terreno de un vecino y 20 amigos a otro. Un hombre con tonada cordobesa se cruza y cuenta que el martes roció con agua los alrededores de su pelopincho y luego se escondió con su pareja e hija adentro, debajo de unas chapas. Así se salvaron. 

Dos chicas deambulan ofreciendo empanadas de carne, y Álvaro, un vecino, les agradece. Nos cuenta que ahora necesita materiales para la reconstrucción rápida antes de las lluvias de otoño y los fríos de invierno: martillos, clavos, nylon, alambres, cables, rastrillos, tanques, plásticos, cadenas de motosierra, aceites, limas, guantes, machetes, serruchos, palas de punta, hachas, motobombas, mangueras, espigas.

Acá tampoco nadie duda de la intencionalidad del incendio que comenzó a ser peritado esta semana por Policía Federal, a las órdenes del fiscal de Esquel Carlos Díaz Mayer. Se destruyeron 14 mil hectáreas rurales y mil urbanas, la mayoría pertenecientes a la jurisdicción de Lago Puelo y en menor medida a El Hoyo, Epuyén, Cholila y El Maitén. Se calculan 500 casas desvanecidas, otras 400 con daños parciales, más los chanchos y gallinas muertos.

 


Existen divergencias sobre las causas del fuego: la inmensa mayoría de los vecinos las liga a su lucha contra la megaminería, como represalia de no saben quién o una manera de desalentar su activismo. Esta zona, que pertenece al departamento de Cushamen, es el núcleo duro de oposición a los proyectos megamineros. En febrero, el consultor Pablo Díaz realizó una encuesta y lo calculó en un 80% de rechazo.

También recaen sospechas sobre negocios inmobiliarios, el goce de algún pirómano y la caída de un transformador. Lo cierto es que los vecinos no piensan abandonar el terreno donde horas atrás desaparecieron sus casas en medio de un hecho dantesco, sin apertura suficiente de calles ni traslado urbano ni saber muy bien hacia dónde salir corriendo.

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En el gimnasio de Lago Puelo, a unos cinco kilómetros al oeste de la Ruta Nacional 40, nos recibe el Secretario de Hacienda municipal, Mario Scandizzo. Afuera, trabajadores del sindicato Camioneros descansan sobre el césped después de haber traído donaciones desde Buenos Aires. Hace pocas horas, después de cinco días, volvió la luz. Adentro, un grupo scout clasifica la ayuda, y Scandizzo nos cuenta que la municipalidad dispuso de hoteles para algunas familias y que hoy, domingo, será la primera noche sin vecinos y vecinas durmiendo ahí. 

“Para nosotros hubo intencionalidad, pero no podemos saber de dónde vino”, dice Scandizzo. “Hay un enfrentamiento entre este gobierno municipal con el provincial:  nosotros no estamos de acuerdo con la megaminería”.

La desaprobación del gobernador Mariano Arcioni en la Comarca es grande. No solo por el pago retrasado de salarios a trabajadores públicos, producto de una profunda crisis financiera, sino por su ofensiva a favor de la instalación de un proyecto minero en las localidades de Gastre y Telsen, a 200 kilómetros de allí.

Horas atrás, el presidente Alberto Fernández había estado visitando el centro cultural de Lago Puelo y prometió una asistencia de 200 millones de pesos para la construcción de 250 viviendas. A la salida, un confuso episodio generó declaraciones cruzadas entre funcionarios de Nación, la provincia de Chubut y el municipio de Lago Puelo. La sucesión de hechos terminó desplazando de la agenda de los grandes medios a las necesidades urgentes.

Sobre las cenizas de la Comarca Andina, se sobrepone la voluntad de los afectados y afectadas de reconstruir la cotidianeidad de tan solo una semana atrás. La articulación oxidada con el Estado se compensa con la solidaridad en abundancia. Hay manos que se ofrecen. Hay espíritu de pelea al desánimo y la resignación. 

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