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“Ser trans significa estar parado en una postura opuesta al sistema”

por Mariano Pagnucco
Fotos: Federico Imas
25 de abril de 2021

Luchi de Gyldenfeldt, una de las creadoras y protagonistas de la "Ópera Queer", abraza el arte disidente como una forma de militancia y sostiene que los transfeminismos son gestores de belleza. Será docente de la primera cátedra del mundo de Canto Disidente. Cómo desacartonar el museo del canto lírico para que salga la voz verdadera.

Luchi de Gyldenfeldt pudo sacar su voz verdadera en 2017. A fines de ese año se recibió con diez y honores en la Universidad Nacional de las Artes (UNA), lo que le demandó preparar un riguroso repertorio de obras líricas como barítono para concluir la Licenciatura en Artes Musicales con orientación Canto lírico. Sin embargo, la verdadera recibida para ella fue haber estrenado junto a su gemela, Ferni, la Ópera Queer

Esa creación operística desacartonada, que desde entonces hizo su propio recorrido por diversos escenarios reales y virtuales, fue la respuesta artística y militante de las gemelas ante un mundo lleno de etiquetas: lo que no existe hay que inventarlo para que los horizontes se amplíen. En ese salto al vacío, además, Luchi descubrió que se sentía más cómoda cantando como contratenor y que su camino artístico disidente debía cuestionar al museo de la ópera tradicional y sus lugares de legitimación.

Hace poco, al finalizar una de las funciones de la Ópera Queer en el Festival Patacómico de Carmen de Patagones, Luchi recibió uno de los tantos laureles que pudo cosechar en los bordes de la Academia. Un joven, emocionado junto a su novia por lo que acababa de ver, le dijo: “Ojalá yo pudiera tener la libertad que tienen ustedes”. Entre esas realidades se mueve Luchi, mientras ensaya para su papel de hechicera en Dido y Eneas (Teatro Empire), ajusta los detalles de las próximas funciones de la Ópera Queer y se prepara para debutar como docente en la primera cátedra del mundo de Canto Disidente, que comenzará en mayo en la UNA.

–¿Qué nació antes en vos, la parte de la ópera o la parte queer?

–Yo creo que despertó antes la parte de la ópera. Yo me percibo como una disidencia, queer también, y siento que esa autopercepción siempre estuvo y le pude poner nombre. Siento que una no es, como dice nuestra traviarca y referenta de las diversidades Marlene Wayar, sino que una está siendo: está siendo disidencia, trava, queer. Tengo que reconocer que primero apareció mi veta artística. Me acuerdo que a los 15 años ya decía que quería ser cantante lírico… lírica. En ese momento, por supuesto, lírico, con mis pronombres masculinos. Era algo muy fuerte en mí, muy real, muy sincero. Desde chiquites con mi hermana, la Ferni, jugábamos mucho a disfrazarnos y a estar haciendo para nuestra familia escenas de películas. Hacíamos escenas de Disney, yo era la diva, por ejemplo la Sirenita, y Ferni era Úrsula o el príncipe. Siempre estuvo el juego gemelar, me hacen una pregunta artística y lo primero que aparece es mi relación con Ferni, mi hermana. Eso es lo que se gesta: el arte, la Ferni y lo queer es Ópera Queer. Es esa conjunción, las tres aristas, que hacen muy especial el espectáculo, esta militancia y esta relación. Tiene tres aristas muy raras: hermanos gemelos, chiquitos, que crecen maricas, disidencias, que la ópera las atraviesa un montón, quieren cantar ópera y encima quieren visibilizar la disidencia sexual y de género.

–¿Qué influencias familiares tuvieron?

–La veta artística apareció desde el comienzo. Nuestro padre, Oscar De Gyldenfeldt, fue profesor de Filosofía muchísimos años en el Nacional Buenos Aires, en el Lenguas Vivas, en Filosofía y Letras, el CBC. Un hombre muy artístico también, pintor, poeta. De chiquitas, nuestro padre nos había incentivado la cultura, nos había acercado muchísimas propuestas. Nuestra mamá también, pero ella es del palo de escuchar diferente música todo el día. Pero nuestro padre nos llevaba a ver a la Tana Rinaldi cantando tango cuando teníamos 10 años. Nos llevó a ver a Joan Baez cuando vino, también ópera o comedia musical o una función de zarzuela. Lo teatral me cautivó mucho, por eso me cautivó la ópera. Yo siempre quise ser cantante de ópera. En un momento reconocí que tenía una tía, cantante lírica, que estaba viajando por el mundo: la hermana de mi viejo, Graciela De Gyldenfeldt. Ella da clases en el Instituto Superior del Teatro Colón y la UNA. Es profesora de alemán e hizo lo que se espera de una carrera lírica internacional. Plácido Domingo la escuchó cantar, se la llevó e hizo toda su carrera en Alemania y Viena. Revaloricé su figura y su carrera más de grande, cuando me metí de lleno en el mundo de la ópera. Había algo en la sangre de la pulsión por la música, pero a mí siempre me cautivó la ópera desde lo teatral. Con Ferni nos comprábamos DVDs con ahorros y en Navidad, cuando se iba toda la gente, nos sentábamos frente a frente en la cama e íbamos sacando los DVDs: “te compré éste”, “te compré éste”. Nos íbamos autoregalando siete óperas cada una, hasta que mi vieja le prohibió a la familia que nos regalara plata porque sabía que nos gastábamos todo en DVDs de ópera. Nos hacíamos unas panzadas viendo ópera. Yo iba viendo cómo me vibraba alto la sensación de la teatralidad, el drama, esa pasión.

–Susy Shock suele repetir que pudo desarrollarse en su vida como disidencia porque tuvo mapadres abrazadores. ¿A vos cómo te fue con eso?

–Como dijo Marlene Wayar, cuando el transfeminismo no se tiene que ocupar de los transfemicidios y los femicidios, cuando nos dan diez minutos de paz, podemos hacer algo bello. Yo siento que Ópera Queer es mi minuto de paz y que transmitimos algo bello. Después, la vida de cada una tiene cosas difíciles. La ópera para nuestra familia es como la religión. Padre melómano, tía cantante lírica con Plácido Domingo en Viena… de repente, las hijas quieren cantar ópera travestidas jugando a ser Carmen. ¡Es un montón! Por otro lado, está el orgullo, que en tantas generaciones estuvo negado: el orgullo a ser diferentes. Como decía Carlos Jáuregui, en una sociedad que mata, el orgullo es una respuesta política. Ese orgullo incomoda un poco. Sí, sí, me pongo los tacos y estoy orgullosa de hacer esto. Y no se están riendo de mí, que muchas veces a los padres les incomoda de sus hijos. Yo decido cuando quiero que se rían y si se emocionan cuando canto un aria travestida, también lo decido. Es asumir ese poder. En ese sentido, no fue tan fácil. Eso nos espejaba muchas inseguridades, a Ferni y a mí. También del ambiente lírico, que es algo que quiero decir. Tanto la Ópera Queer como la primera cátedra de Canto Disidente del mundo, que es parte de la Universidad Nacional de las Artes (UNA) y fue aprobada por unanimidad por el Consejo Superior, en el ambiente lírico y en el ambiente del Conservatorio, siguen siendo repudiadas. A mí me han violentado mucho en estas semanas, me han escrito mensajes espantosos por Facebook, me han hecho comentarios horribles en publicaciones oficiales de Sadaic y de la UNA, profesores de la Universidad me bloquearon de WhatsApp y me dijeron cosas muy desagradables… Todo paso firme y seguro genera esta sensación de repudio, como de “ladran, Sancho”.

–La Ópera Queer puede pensarse como una gran salida del clóset para ese museo intocable que es la ópera. Ustedes cruzan una expresión artística tradicionalmente elitista con toda una ebullición de las disidencias de género y eso debe hacer un poco de ruido.

–Sí, obvio, yo te puedo decir que en mi vida la salida del clóset la sufrí muchas veces. La sufrí, la viví y la transité muchas veces, la tuve que integrar a mi existencia. El hecho de saber que estoy frente a una sociedad que siempre me va a obligar a hacer diferentes salidas del clóset. Una salida del clóset significa que hay una heteronorma, un lugar común al que tenés que pertenecer, y cuando decidís no estar más es una salida del clóset. Pero no solamente Ópera Queer fue una salida del clóset a nivel personal y a nivel privado, también en lo político. Claramente. Y para afuera también se vio así. Ataca un montón de aristas posible: al repertorio de las personas que cantamos ópera, cómo la cantamos, qué decimos en esto, y ataca también el repertorio operístico, con la suerte que tenemos de que nadie es dueño de ese repertorio. Son obras libres, yo puedo cantar Carmen y nadie me va a decir que no puedo, ¡lo lamento! Carmen fue compuesta en 1835 y tengo derecho a cantarla y puedo cantarla. Hay algo que genera en ese museo y es que se les escapa, “se nos escapó, pueden hacer esto porque no es prohibido”. El que va al Teatro Colón tiene que saber que está entrando a un museo, que si vas a ver una versión de Otelo y te querés emocionar con los ojos de la actualidad, no estás yendo al lugar correcto. Ahora, ese museo se apropió de la única producción, digamos oficial, de ópera. Entonces, todo lo que sea por fuera, eso es el off o lo autogestivo. Aguante la autogestión, pero es lo que no es oficial; por suerte, porque está muy putrefacto lo que es oficial.

–Me impactó algo que contaste en una entrevista: el sufrimiento que representaba para vos ser barítono, obligada por una cuestión biologicista del canto lírico. Y que hubo una especie de liberación de la voz al cantar como contratenor. Eso es fuerte, pensando en la suma de violencias que padece una persona que quiere hacer un camino disidente.

–No es que sufrí todo el tiempo cantando como barítono, pero sí hubo un antes y un después de que empecé a hacer Ópera Queer. Yo siempre disfruté de cantar y canté mucho como barítono en distintas compañías. Yo autopercibo y siento y sé, porque también estudio mucho, que hago cosas más sanas, intuitivas y coordinadas desde lo muscular ahora como contratenor que como barítono. Mi tesina de graduación, que fue con diez y con laureles, fue un gran trabajo de mi parte de ser consciente del repertorio. Fue un repertorio dificilísimo de música de cámara francesa cantando Ravel, Debussy, todo agudísimo, como barítono. Yo me esforcé y ese día lo disfruté. El tema es que yo me recibo en diciembre de 2017 y ya había hecho antes, una vez, Ópera Queer. Me recibo y a la semana hago la segunda función de Ópera Queer, que fue la última para despedir el año. La hicimos en MU Trinchera Boutique y se llenó de gente, gente que no había podido ir a ver la tesina. Y me dijeron “Luchi, hoy te recibiste”. Fue mágico, lindísimo, como dos horas cantando de todo. Ahí me di cuenta que yo había hecho un gran esfuerzo para recibirme bien, contento, que todos se sintieran orgullosos de mí. Hay un miedo muy cultural que no permite abrazar los cambios, por eso la importancia de la militancia.

–¿Cómo es tu militancia?

–Es una militancia por transicionar en todos los aspectos, no solo ser una disidencia sexual y de género. Para mí cambiar de registro fue transicionar y también sufrí la violencia institucional y de mi medio, de mi ambiente. Me senté al piano y me dije “si yo me recibí con diez y laureles, puedo cantar esta aria como barítono”. Empecé a cantar y sentía que me apretaba la garganta. Lo que yo recordaba que me hacía bien y era la libertad, me dolía, era violencia en la garganta. ¿Por qué cantar ópera tiene que ser una contractura, disfrazarme de alguien que no soy? Yo busco algo que sea auténtico, que exista a priori, no como un maquillaje o algo artificial. Igual es contradictorio, porque la voz de contratenor suena más artificial, pero para mí es la más natural. Desde 2019 y todo 2020 estuve estudiando, tomando clases, becas… hubo una compañía, Juventus Lyrica, que me súper abrazó. En 2020 me becaron como contratenor. María Jaunarena, su directora, tuvo palabras muy hermosas hacia mi cambio y mi decisión. Todos actos que me demostraron que estaba en el camino correcto, que me estaba conectando con la gente correcta, personas que piensan en la inclusión con políticas concretas. En el Instituto de Arte del Teatro Colón me dijeron que no por mi cambio de registro. Para mí mejor, por suerte lo entendí, lo que yo busco en la vida está en la vereda opuesta a lo que representa esa institución, no es el lugar que necesito transitar para hacer ópera.

 

La cátedra de lo diverso

Luchi nació en la Ciudad de Buenos Aires hace 31 años (“Sagitario con luna en Libra y ascendente en Capricornio”) y su crianza alternó entre Villa Urquiza y Santos Lugares. En la autogestión de su formación y su carrera, el impulso artístico inicial fue nutrido con múltiples estímulos: estudió piano en el conservatorio Ástor Piazzolla cuando todavía cursaba la Secundaria, y sucesivamente hizo talleres de clown, teatro, comedia musical. En el medio, hubo cuatro años de Historia en la UBA. Después llegó la Universidad Nacional de las Artes (UNA), donde la vocación por el canto y la ópera se terminó de consolidar.

La casa de estudios donde se recibió con honores le ofrece ahora un nuevo desafío, ya que por iniciativa de la decana del Departamento de Arte Musical (DAMUS) de la UNA, Cristina Vázquez, en el nuevo lectivo el estudiantado podrá anotarse en la pionera cátedra de Canto Disidente. Luchi será docente junto a la pianista de Ópera Queer, Jazmín Tiscornia. Va a funcionar los jueves, de 18 a 22.

–¿Qué expectativas tenés con la cátedra? Porque por ahí vos y tu hermana no son tan conscientes de las puertas que están abriendo de acá hacia adelante. Probablemente entre les alumnes haya alguna Luchi, que si vos hubieras tenido un docente, una docente abrazadora, tal vez el camino se hubiera allanado.

–Cada persona tiene que recorrer el camino propio. Yo aprendí mucho estudiando como barítono, y no siento que me podría haber salvado de lo que tuve que transitar. En ese sentido, no quiero hacer responsable a nadie de lo que fue mi camino a priori. Sí creo que tenemos que generar posibilidades, crear un abanico distinto de posibilidades para todes. Para que estas generaciones sepan que van a haber otras posibilidades, por las infancias, sobre todo. Que sepan que no hay una imposición, que una puede elegir. Yo venía pensando en lo que es la deconstrucción de nuestras generaciones con respecto a la normatividad. Es recontra normal que un heterosexual se replantee hoy en día la heterosexualidad como norma. Pero después, si se sigue autopercibiendo heterosexual, no hay ningún problema, ni culpa, ni castigo, pero es muy común sentirse mal. Así como las personas que eligen una relación monogámica o una compañera de por vida. Quizás no se te ocurre acostarte con otra persona, pero hay una posibilidad de replantear los sistemas, por decirlo de alguna manera, en los que también se basó el capitalismo salvaje que estamos viviendo. Por lo menos repensar, repensar la biología, quién fue el que habló de la anatomía… un hombre blanco, europeo, que separó al cuerpo del hombre del de la mujer por esto y por esto otro. Como dice Judith Butler, nuestra cultura le dio tanto sentido y tanto peso a la genitalidad como un lugar de esencia que define el género, cuando el género, en realidad, es una performance también. Una puede ser, puede variar en su vida, en su devenir. Yo creo que la cátedra es un espacio de reflexión, de libertad para todes. No es una cátedra para el colectivo disidente LGBTIQ+, es una cátedra que se basa en la experimentación. Ojalá venga un chabón que no sabe lo que quiere, una flaca o une flaque, y se vaya revolucionade, cambiade, es lo que más me gustaría. No hay que presentar un carnet de autopercibirse disidente ni hay que tener todo claro, porque yo no tenía todo en claro cuando entré y no lo tengo ahora tampoco.

–Otro lugar pionero muy lindo que te tocó ocupar es haber compuesto la canción “No te escondas más”, que conforma el cancionero “Nuestrans Canciones”. Ahí trabajaste en dupla con Ayelén Beker. ¿Cómo fue esa experiencia?

–Fue algo que pasa una vez en la vida, algo muy increíble. Susy Shock y Javiera Fantín nos convocaron para hacer estos talleres de letras y de música. Sabíamos que iban a salir canciones, pero no sabíamos cuál iba a ser nuestra dupla. Y cuando me dijeron que era Ayelén Beker, tardamos mucho en conectar, pero el primer Zoom que hicimos ya supe que estaba todo bien, que era increíble y que nos íbamos a llevar muy bien. Y después la escuché cantar y fue más increíble todo. Una gran sintonía con ella, una conexión de mucha sintonía en el trabajo… ¡venía de Rosario a ensayar a casa! Fue preparar la canción y ensayar a un nivel que me encanta laburar. Eso es un poco lo que la gente rescata de Ópera Queer: es la disidencia, todo lindo, pero con un nivel de profesionalismo… se nota que cantan bien, que estudian el repertorio, no es que son maricas, se ponen unos tacos y cantan ópera. Me parece importante no sentir que estoy dando trolo, quiero que llegue mi esfuerzo, mi laburo, y con Aye me pasó lo mismo. Queríamos que saliera bien, lindo, y fue hermosa la experiencia, esa hermandad que se ve, por suerte, en el video, ese amor. Que ella estuviera parada ahí en la Ballena Azul del CCK y yo en el piano haciendo eso, fue como una imagen imborrable para mí. Sobre todo porque fue la primera canción que compuse en mi vida, nunca había compuesto nada y de repente fue la oportunidad de componer con su poema, que es increíble. Ahora estamos trabajando en otras canciones, Aye me mandó como seis poemas más.

–Además, la desafiaste a Ayelén, porque ella es más cumbiera, y acá hay un registro lírico.

–Susy operó de traviarca de la Aye, hubo algo de maternidad trava: “vos hacé lo que quieras que Aye puede, no tengas miedo que Aye va a poder”. Yo le pasé la canción a Aye y me dijo “me hiciste llorar, es hermosa, quiero hacerla”. Al escuchar su música me dije “¿no la estaré pifiando, no tendré que hacer una cumbia?”. Me acuerdo que escribí algo distinto y me dijo “no, Luchi, quiero que sea esto”. Cuando yo pensé en la canción, enseguida pensé en el piano de cola y en lo que más conozco, que no es ópera pero tiene un tinte de música de cámara, con el romanticismo, algo francés. No es ópera, pero es música de cámara clásica. Y había algo de esa armonía que a mí me parecía que era muy sutil y romántica para el poema. Fue un desafío, pero al escuchar la versión no siento que suene difícil para Ayelén. Creo que se la apropió desde un lugar muy hermoso. También hay una linda mixtura, la Ayelén Beker con su cuerpo, su porte, su belleza y su voz tan particular, tan de ella... La canta y es ella, no hay algo que genere conflicto. Eso es lo hermoso, cuando algo se hace con esa sinceridad no genera conflictos. Lo que genera conflictos es que prendan fuego los bosques y los montes. Otras cosas generan conflictos de verdad. Cuando la escuchás a Ayelén Beker cantar no te va a generar conflicto.

–Vos decías antes que cuando a los transfeminismos les dan un poco de respiro, pueden ofrecer belleza. Algo similar sucede con los pueblos originarios, que suelen estar en la vereda de la resistencia y, sin embargo, detrás hay una cultura ancestral que es potente y bella. ¿Podemos decir “nuestra venganza es ser felices y ofrecer un poco de belleza”?

–En el Festival Patacómico estuvo Soraya Maicoño, que es una referente mapuche, y también es artista. Estuvo con su espectáculo Llallin Cushe (Anciana araña). Cuando no está en la frontera peleando con compañeres o escribiendo contra el asesinato de Rafael Nahuel, está haciendo su espectáculo con títeres. Yo no la conocía personalmente, el abrazo con Soraya fue hermoso, yo lloré con su obra, ella fue a vernos en Ópera Queer y nos dijo cosas muy hermosas. Fue como una gran sintonía con ella. El aprendizaje es tan grande cuando una se va encontrando con personas que son trans en la vida, porque ser trans significa también estar parado en una postura que a priori es totalmente opuesta a lo que debería ser en un sistema. Fue una gran magia haberla encontrado haciendo belleza para niñes en Carmen de Patagones. Es esto que dice Susy: nuestro derecho a estar enojades y también a responder con ternura y ser tiernas y en eso empoderarnos. Yo siento que todo lo que hago y todo lo que me interesa dar es esto, amor. Que el abrazo sea desde el amor, que no sepas una palabra de alemán pero vayas a Ópera Queer y te emociones, que haya espacio para todas las personas. Esa militancia es desde el amor.