“Negro de mierda, si quiero te pongo una causa para que no salgas”

por Pablo Bruetman
10 de septiembre de 2018

Sin opciones más que la explotación laboral, los senegales que viven en Buenos Aires se dedican a la venta ambulante. Allí tampoco trabajar es fácil: las fuerzas de seguridad los persiguen, les pegan, les sacan sus mercaderías, se los llevan detenidos y les inventan causas.

Si buscan trabajo, no los toman. Si consiguen alguno es solo como seguridad; los quieren para amedrentar. Si las empresas de seguridad los toman; los explotan y los hacen trabajar 24 horas seguidas. Si consiguen poner su propio negocio, la burocracia es la que se encarga de perseguirlos. Así las cosas, no les queda más alternativa que vender en las calles, en forma ambulante. Y ahí sufren la persecución más dura de todas: la de las fuerzas de seguridad. Todos los días los corren, les pegan, los persiguen, escuchan el “Negro de mierda” o el “Volvete a tu país”. Todos los días corren el riesgo de que los desalojen de sus casas sin previo aviso. Todos los días pagan el doble o el triple de alquiler de lo que pagan las otras personas. Así es la vida de los senegaleses en la ciudad de Buenos Aires.  

El sábado 14 de abril fue cuando el hartazgo explotó en Flores. Explotaron ellos y también todo el barrio. El día anterior la policía había golpeado hasta dejar inconsciente a Mama, un trabajador senegalés. Y Jackson, su ex compañero en las calles de Flores, iba a juntarse con él esa mañana para acompañarlo al Hospital Álvarez. Mientras tanto, a otro chico en la esquina de Helguera y Bogotá lo atropellaba un auto mientras intentaba escapar de la policía. Los oficiales no se fijaron si estaba herido: nada preguntaron, sólo le sacaron la mochila. Entonces senegaleses, peruanos, argentinos reaccionaron. El barrio entero decidió cortar la avenida Avellaneda. Entre 300 y 400 personas se congregaron a decir ‘basta’. La policía no lo toleró y se largó a reprimir. Golpearon y se llevaron detenidos no solo a senegaleses, la razzia también incluyó por ejemplo a una docente.  “Yo no estaba trabajando. Estaba parado en una esquina de Avellaneda hablando con otros chicos para ver qué hacíamos. No estábamos haciendo nada, sin embargo me agarraron, me pegaron, me tiraron al piso y me esposaron”, cuenta Jackson el inicio de esa jornada en la que “pasaron cosas muy feas”.

“Me llevaron a la comisaría 50, me sacaron del patrullero y me subieron a otro y me dejaron ahí treinta minutos antes de meterme en el calabozo. Estuve en el calabozo tres horas, esposado. “Negro, volvete a tu país”, me decían.  ‘Negro de mierda, si quiero te pongo una causa para que no salgas’. Ellos no me pueden decir eso. Soy negro pero no de mierda”, continúa Jackson el relato. A las doce de la noche lo transfirieron a la Comisaría 13 y recién lo dejaron salir el domingo a las dos de la tarde. “No me dieron agua, ni un lugar donde sentarme. Tampoco me dijeron por qué estaba ahí”. Se enteró muchos días después el motivo de su detención. La amenaza del policía llegó a la Justicia: lo acusaron de “morder” a un policía: “Eso fue un chamuyo increíble. ¿Cómo voy a morder a un policía?¿Y para qué?”

No estábamos haciendo nada. Y me agarraron, me pegaron, me tiraron al piso y me esposaron

Ahora es miércoles y otra vez Jackson está en una esquina de la Avenida Avellaneda. Como ya lleva diez años en estas tierras y está casado con una argentina y tiene dos hijas argentinas, habla perfecto castellano. Y por eso oficia de vocero ante la prensa. Esta mañana de miércoles tiene notas agendadas con Cítrica y un canal de televisión. Está todo tranquilo, a pesar de que la policía custodia la zona y senegaleses y personas de otras nacionalidades venden en la calle. Y cuando se prende la cámara empieza la acción: justo en ese momento la policía cruza y le pide a Alex, vendedor de café senegalés, que abra su termo. Alex lo hace. La policía se retira. Ya robó unos minutos de aire, ya demostró que está trabajando. Y sin violencia. “Si no había cámara, el termo se lo llevaban. Todas las semanas tengo que comprar uno nuevo”, nos dirá un rato después.

“El único problema que tenemos nosotros con la policía es el de trabajar. Nunca vas a ver otra cosa, jamás”, explica Jackson. Y es cierto. Alex estaba trabajando. Jackson también tiene su vida dedicada al trabajo desde que llegó al país: “Arranqué como vendedor ambulante. Tenía una valija y vendía en los bares. Después trabajé como seguridad en Dot Baires, en el shopping, ahí trabajé como un año pero me tuve que ir porque no me respetaban: estaba contratado para trabajar 8 horas pero a veces trabajaba hasta 12. Y si faltaba alguna persona, ellos querían que yo siguiera de largo. Querían que trabaje como un esclavo, y yo no quise hacerlo. Yo quería dormir, comer y descansar el cuerpo, después de 12 horas”.

Ahora estamos en la esquina de Helguera y Bogotá, donde atropellaron al chico que escapaba de la policía aquel sábado de represión y torturas. Dejamos la calle Avellaneda, que ahora es territorio del personal de seguridad de la Ciudad. Los senegaleses caminan con sus mercaderías: si se mueven son vendedores ambulantes y están dentro de la ley, si se quedan quietos y despliegan los productos que venden están “usurpando el espacio público” y la policía tiene una excusa para detenerlos. Aunque en rigor no la necesitan: lo que hicieron con Jackson, de inventarle un delito es cosa de casi todos los días.

“La policía siempre está lastimando a los chicos, sacándoles sus cosas”, remarca Jackson y cuenta una historia para ejemplificar: “Un día, un chico estaba comiendo en un bar de Nazca y Bogotá. Había como veinte personas comiendo: blancos y negros. Cuando entró el policía, no habló con los blancos, fue directo a preguntarle a los negros qué era lo que tenían en los bolsos. Todas las demás personas también tenían bolsos y casi nadie anda con la factura de lo que compra, pero solamente fue a preguntarle a los negros. Nos discriminan porque somos negros. Al chico no le hicieron nada pero le sacaron todo lo que tenía. Todos los días pasa lo mismo, nos discriminan. Nosotros somos trabajadores, somos vendedores ambulantes que trabajamos para subsistir y tenemos derecho a hacer eso. El Gobierno sabe muy bien que los senegaleses somos trabajadores. Pero tal vez ahora deba irme a otro lado, a algún lugar en donde los negros tengan derechos”.

El primer derecho que se les niega a los senegaleses es el de trabajar dignamente. “Si no podemos conseguir un buen trabajo, ¿cómo hacemos? ¿No podemos salir a trabajar a la calle para poder sobrevivir, para comer, para pagar el alquiler? ¿No tenemos ese derecho? ¿Si no trabajamos, cómo vivimos, cómo pagamos el monotributo?”, ahora otros senegaleses  se suman a la charla. Son cinco parados en fila en una esquina angosta. No hay policía cerca, toda una rareza. Por eso pueden quedarse quietos, pero sin vender por supuesto. El que toma la palabra se llama Serigne y agrega otra pregunta: “Muchos chicos que tienen locales, les cierran el local y les sacan la mercadería porque siempre les falta algún papel. Entonces, ¿cómo quieren que trabajemos nosotros?”.

¿No podemos salir a trabajar a la calle para poder sobrevivir, para comer, para pagar el alquiler? ¿No tenemos ese derecho? 

Serigne llegó a tener un local propio hace no mucho tiempo. Pero la discriminación existe tanto en un local como en la calle. El conflicto es el mismo: quieren trabajar pero no los dejan. “Estar documentado te permite tener un local pero después vienen y te dicen que no podés vender esto o lo otro y te lo sacan sin darte ningún tipo de explicación. Lo que me da bronca es que en la calle, cuando vos llevás tus cosas en una bolsa, vienen y te paran. Mucha gente anda con una bolsita caminando pero nos paran a nosotros porque somos negros. Y nos sacan las cosas sin darnos una razón. Aquí nadie te da factura, no tenemos ninguna factura para mostrarle a la policía que la mercadería la compramos nosotros. Ya estamos cansados de que nos saquen todo. ¿Qué quieren de nosotros, que nos muramos de hambre, que vayamos a robar? Si no quieren que trabajemos en la calle, que nos den una oportunidad de trabajar en otro lado. Se nos hace todo muy difícil”.

Antes Serigne también trabajó como seguridad. Y le pasó lo mismo que a Alex: “Me dejaban veinticuatro horas ahí, en la puerta de un edificio. ¿Quién te va a trabajar veinticuatro horas sin darte de comer, sin darte nada? Deben pensar que el negro no se cansa, ni tiene hambre. No nos dan trabajo, y cuando nos dan, nos explotan”. En otra oportunidad consiguió trabajo en una fábrica de telas:“Pasále el rollo de tela al negro que tiene más fuerza que vos”, le dijo el dueño al chico que debía mover los rollos. Es una costumbre usual: los trabajos pesados y de carga dárselos a los negros. Sólo por ser negros. Serigne renunció ese mismo día.

“Lo que pasa es que estamos necesitados y las empresas se aprovechan. Juntan el laburo que normalmente es para dos personas y se lo dan a una”, aporta Alex y aprovecha para largar la bronca contenida después del incidente con la policía ante las cámaras de televisión.  

“Con el tema de la calle, sabemos que es ilegal vender en la calle y no podemos hacer que lo sea pero no nos queda otra. Y los policías se olvidan de su trabajo, no les importa los ladrones, los mecheros, no les importa nada, están en la calle para reprimir a los manteros, nada más. Con armas, con gas pimienta, con lo que sea. Estamos molestando, sí. Le pedimos disculpas a la gente, pero estamos laburando”, explica.

Este miércoles Alex tuvo suerte. “Esta vez no me llevaron porque estaban ustedes y las cámaras, pero sino me hubieran sacado el café o lo que es peor, me hubieran llevado esposado”, asegura, y agrega un detalle que no habíamos percibido: “Enfrente había otro chico blanco vendiendo café pero la policía me pidió a mí que les mostrara lo que tenía. Todo el tiempo pasa lo mismo”.

Si no quieren que trabajemos en la calle, que nos den una oportunidad de trabajar en otro lado. Se nos hace todo muy difícil.

A Alex el destino lo trajo a la Argentina. Estuvo dando vueltas por México, Venezuela y Brasil. Buscando un lugar, un espacio donde poder trabajar. Un deseo demasiado simple: acceder a su derecho. Hace más de diez años que está en Buenos Aires. Dice que trabajó de todo. También supo abrir su local, en la calle San Martín. Tampoco pudo mantenerlo: “En los locales te matan, pagaba más de lo que vendía. Cada día necesitaba un papel nuevo. A veces te piden cosas imposibles de conseguir: te piden garantías que para nosotros se hace muy difícil de conseguir. Vienen cada semana a sacarte plata, a cerrarte el local, clausurarte. Al final no me sirvió. Tuve que dejar el local para ir a vender a la calle. Y aquí está: vendiendo café y facturas en el barrio de Flores.

Desalojos en las calles y…en las casas

Dentro de un local. O en la calle. Lo mismo da: la discriminación es la misma. Dentro de la casa o afuera. Las dificultades son idénticas. Al no haber embajada senegalesa en la Argentina, todo es mucho más complicado: así como se les niega el derecho al trabajo, también se les niega el derecho a una vivienda digna. “Se nos hace todo muy difícil. Los senegaleses no podemos alquilar porque no tenemos garantía de propiedad. Una pieza que usualmente está dos mil o tres mil pesos, nos la alquilan a seis mil, siete mil pesos. ¡Es una barbaridad!”, denuncia Serigne.

“Los chicos que tuvieron suerte son los que tienen mujer de acá. Ella es la que va a buscar vivienda y a ella no la estafan”, cuenta Alex, aunque no siempre funciona: “Uno de mis amigos se fue a vivir con una chica argentina pero cuando el dueño de la vivienda lo vio a él se enojó y no le dejó renovar el contrato. Dijo que le había alquilado a una argentina, no a un senegalés”.  

Jackson por ahora es el único que no tiene problemas. Vive en Nazca y Gaona con su familia y esa pequeña estabilidad le da la posibilidad de ayudar a sus compatriotas cada vez que puede. Es la excepción a la regla: “Todo es difícil de conseguir, los alquileres. Nosotros vivimos en las casas donde nadie quiere vivir, las casas tomadas”, lamenta Alex.

Todo sigue igual

Salto temporal. Han pasado unos meses. Ahora es lunes y estamos por Once. Exactamente en Sarmiento y Anchorena. A dentro de un hotel por donde esta mañana deambulan senegaleses, haitianos, dominicanos y muchos policías. Sentado en la cama de una habitación está Alex. Contempla por última vez ese pequeño espacio donde vivió los últimos meses junto a su pareja y tres de sus cuatro hijos. Piensa en cómo le dará la noticia a los chicos, cuando a la tarde pasé a buscarlos por la escuela. No llora, ni se le humedecen los ojos. Lo que le está pasando ahora no es distinto a lo que le pasa todos los días: persecución.

No está en situación de calle, simplemente lo echaron de su vivienda sin avisarle.

A las 8 de la mañana le avisaron a él y a otras 64 personas que debían abandonar el hotel ese mismo día. Nada de tiempo para buscar dónde ir a vivir. La orden la dio un juez que nunca se acercó al lugar pero intentó demostrar humanidad: conminó al programa del Gobierno de la Ciudad Buenos Aires Presente a encontrarles una vivienda digna a las personas desalojadas. El Gobierno de la Ciudad, como solución, ofreció que durmieran en los paradores: “No vamos a ir ahí, tenemos familia, es peligroso. Si fuera yo sólo es otra cosa pero no puedo llevar a mis chicos. Ahí duerme gente en situación de calle y además hay muchos robos”, nos dice Alex mientras junta sus pertenencias y lo mismo les repetirá a los policías un rato después cuando le hagan el ofrecimiento.

Hoy también Jackson oficia de vocero de las personas desalojadas. La policía le dice que les diga a los senegaleses que pueden ir a cobrar un subsidio para personas en situación de calle. Alex se indigna: pagaba más de 6 mil pesos por el alquiler de esta pieza, no está en situación de calle, simplemente lo echaron de su vivienda sin avisarle.

No vivía en condiciones dignas pero pagaba como si alquilase cualquier buen departamento de la zona. El dueño un par de meses antes les subió el alquiler y para el siguiente desapareció. Entonces senegaleses, dominicanas y haitianos se organizaron para hacerle frente a los gastos y se quedaron. Ahora los echan: “Podrían habernos dicho con un poco de tiempo así podíamos buscar adonde ir, pero no”, lamenta Alex.

Desde aquella mañana de miércoles nublado en que la policía de Flores demostró su autoridad ante las cámaras de televisión revisando el termo de Alex, a este mediodía de lunes soleado en que la policía de Balvanera desaloja a Alex, unos cuantos senegaleses más han pasado días detenidos a pesar de no haber cometido ningún delito. Y Jackson siente la necesidad de dejar un mensaje: “Quiero que la policía sepa que nosotros somos trabajadores. Venimos a Argentina para buscar una vida. Lo que digo es: basta de discriminar, basta de pegarnos, basta de golpearnos, basta de torturarnos, somos trabajadores y la policía nos quiere llevar presos por estar ocupando espacio público. Yo sé que ellos están trabajando para que nadie ocupe el espacio público pero nosotros no estamos ocupando el espacio público, somos ambulantes. No estamos parando en ningún lugar. La policía tiene que terminar con la tortura que nos está haciendo. Somos trabajadores y venimos a compartir nuestra vida en Argentina y con los argentinos. Yo tengo esposa acá, e hijos acá. Estoy compartiendo mi vida con ella. Yo tengo dos hijas y su sangre es Argentina. Una tiene 4 años y la otra 2 años, son hermosas. A mí, pensando en ellas, me hace muy mal la forma en que la gente blanca nos está tratando en Argentina. También hay mucha gente buena. No voy a generalizar. Pero es una tortura lo que están haciendo”.

La policía tiene que terminar con la tortura que nos está haciendo. 

Mientras a Alex vuelven a preguntarle por qué no va al parador. “¿Adónde vas a ir?” “Al parador no, tengo hijos”. También le alcanzan el papelito que les permitirá cobrar el subsidio. “Si tenés hijos, te tienen que dar más, insistí, quédate, pelea”, le dice el funcionario judicial al que mandaron a ejecutar el desalojo. Por ley le corresponde un subsidio que no le alcanzará para pagar ninguna habitación. Y aunque le corresponde, debe luchar por él. Pero eso será mañana. El papelito tiene fecha de cobro para el día siguiente; un día siguiente en el que a Alex le pasará lo mismo que todos los días.

Mañana a Alex la policía lo perseguirá nuevamente. Mañana Alex volverá a tener que comprar un termo. Mañana Alex volverá a hacer un trabajo que nadie quiere hacer. Mañana Alex buscará a los chicos de la escuela y se irá, con ellos, a vivir a una de esas casas en las que nadie quiere vivir.

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