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Infancias libres en la villa

por Mariana Aquino
Fotos: Vicky Cuomo
31 de julio de 2019

“Aprender jugando”. Eso proponen desde Aula Vereda, un proyecto autogestivo que trabaja con niñas y niños de la Villa 31. Desde los estereotipos y los roles designados en las casas hasta la violencia de género y la desigualdad afuera. Todo entra en debate para que allí también las infancias sean más libres.

Los pasillos (calles angostas) de la 31 son toda una ventura: casas coloridas, cumbia y reggaetón; la feria con sus ofertas, el chori humeante en una parrilla y las miradas atentas a estos cuerpos foráneos (nosotras) que vienen a ver qué onda un mediodía de un sábado cualquiera. Toda una aventura para quienes entramos y después nos vamos. Pero hay que vivir en la villa. Con el agua podrida a dentro de las casas después de un chaparrón, el frío entrando por todos lados en invierno y el sol que cocina la chapa en el verano. Casas superpobladas, barro, pobreza y desocupación ¡Hay que aguantar los trapos ahí! 

Esa es la realidad que conocen las nenas y los nenes que nacen en la 31. ¿No hay otra? Lxs integrantes de Aula Vereda creen que sí, que es posible transformar el mundo y apostar a infancias más felices, también en la villa. “Se puede hablar de las desigualdades desde una visión un poquitito más crítica de todo lo que les rodea”, alienta Belén Ezquerra, la profe de Teatro y Recreación. Ella entra al barrio dos veces a la semana. “Acá damos clase de apoyo escolar, jugamos y hacemos la tarea pero también trabajamos en un proceso de desnaturalización de las realidades cotidianas con las que les pibes vienen al taller. Intentamos reflexionar con elles sobre las razones por las cuales el mundo funciona de esta forma, las causas de las múltiples pobrezas que atraviesan y de cómo cambiar todo esto”, dice Belén.

Aula Vereda es un proyecto pedagógico que surgió en el Centro Cultural La Casa de Teresa en Almagro hace 11 años. Con apoyo escolar, merienda y un espacio de recreación, la propuesta se extendió a otros barrios y en 2013 llegó a la 31.“Acá la mayoría vive en piecitas. Los pibes viven hacinados en cuartos de dos por dos, y a veces este encuentro es el único momento de la semana en que pueden correr y usar el espacio para el juego y la diversión. Se aburren en sus casas y vienen acá donde son protagonistas de las historias que quieren crear”, dice Martín Penalva, uno de los impulsores del Aula Vereda. Son pibes y pibas que van a la escuela en otros barrios, tienen amigxs “de afuera” y -muchas veces- reniegan de su identidad. Ya empiezan a sentir la exclusión.

A jugar

Ya son las 2 de la tarde y empiezan a llegar al local que la organización alquiló frente a la Parroquia de Caacupé. La ronda de nenas, nenes y sus profes marca el inicio de la asamblea. Allí se presenta el eje que después se trabajará, se arma el debate y se intercambian opiniones. ¡Y ahora a jugar! En esta ocasión lo lúdico será la antesala de la reflexión sobre el trabajo no remunerado, las tareas de cuidado y los roles en el hogar.

 

Se forman dos equipos separados por género. En la primera actividad, la profe Belén les invita a hacer entrevistas a vecinos y vecinas. Salen corriendo por los pasillos del barrio a preguntar: ¿Quién lava los platos en su casa? ¿Y de la ropa quién se encarga? Con las respuestas llegan a una conclusión: casi siempre las mujeres son quienes se ocupan de las tareas hogareñas. Aunque Nahuel y Sofi, dos hermanxs que casi nunca se ponen de acuerdo, en esta oportunidad coinciden: “En casa el que lava la ropa es papá”. 

“Vemos el juego como una forma de transformar la realidad"

En su rato libre, en plena consigna del juego, Belén cuenta: “Acá intentamos que cada chico y cada chica encuentre un lugar para desarrollar sus propios intereses y expresar sus inquietudes. Conocer tiene que ser una herramienta de liberación y de disfrute”. 

Fin del juego. Ganaron las nenas y cada grupos recibe como premio una bolsa de caramelos. La de los varones es más grande y mejor, y eso enoja a las chicas. “Es injusto”, “No se lo merecen”, “Así no jugamos más”,  reprochaban ellas. Ese fue el disparador para charlar sobre la brecha salarial y el techo de cristal: “Menor paga para las mujeres por el mismo trabajo que hacen los varones. Incluso ganaron ustedes y ellos cobraron más. ¿Cómo lo ven?”. “Muy mal”, gritaron las chicas. 

“Vemos el juego como una forma de transformar la realidad. La propia realidad que a veces duele en casa y parece no tener solución. Hay que salir de ese lugar de adultocentrismo en el que estamos y dejar que elles sean protagonistas, escucharlos y dejarles hacer. Tiene mucho que enseñarnos”, asegura Belén. 

La tarde termina con una merienda. Hay torta para celebrar los cumpleaños del mes. Las que vinimos de visita, nos tenemos que ir. Las pibas y pibes se quedan en la villa; les dejamos con el barro y el frío; sin cloacas ni escuelas. Es cierto que les faltan muchas cosas, que el mundo apesta y que el taller no alcanza; pero todavía pueden jugar, cambiar las reglas, destruir todo lo que está mal y volver a armar.