El restaurante cooperativo de Villa Crespo, Don Battaglia también es una escuela. Allí funciona un bachillerato popular creado para que trabajadores, vecinos y vecinas puedan finalizar sus estudios.
Omar y diez estudiantes más escuchan con atención la clase de matemática. Al frente de las mesas convertidas momentáneamente en pupitres, Eduardo explica los contenidos de la materia. Dibuja números y traza líneas sobre un pizarrón blanco rodeado de botellas de vino y latas enormes de duraznos en almibar. Falta poco para las 19 y en el restaurante Don Battaglia todavía no empezaron los gritos de las comandas. Hasta que no terminen las clases que transcurren en el entrepiso sólo se escuchará la voz de Eduardo y las dudas de los adultos que, por distintas razones, abandonaron sus estudios durante la adolescencia y hoy, primer día del ciclo lectivo 2018, cumplen con asistencia perfecta al segundo año del Bachillerato Popular Battaglia.
Una de las esquinas de Scalabrini Ortiz y Castillo está en penumbras. Parece no haber actividad al interior de este local recuperado por sus trabajadores en 2012. Las mesas aún no están preparadas para los clientes. Las luces apagadas. La parrilla en silencio. Es que, de 16 a 19, martes, miércoles y jueves, el salón del entrepiso se convierte en aula magna y única donde funciona este secundario enmarcado en el Bachillerato Popular Villa Crespo, desde donde provienen los docentes y que, además, les brinda el marco institucional necesario para que los estudiantes terminen con un título oficial.
El proyecto se gestó a fines de 2016, durante un campeonato de fútbol intercooperativas organizado por la Mesa Territorial de la Comuna 15. Omar, mozo de Battaglia y presidente de la cooperativa, se acercó a Esteban, docente del Villa Crespo y militante del Movimiento Popular La Dignidad. “Le propuse que hicieran un bachi en el restaurante. Mucha gente que labura en gastronomía suele no tener los estudios completos. Lo pensé para mí y para mis compañeros. Y enseguida comenzamos a organizarlo”, cuenta Omar, de 37 años y toda la vida laboral dedicada a este rubro. Dejó el colegio en tercer año porque necesitaba trabajar. Una de las cosas que más le llamó la atención fue darse cuenta que recordaba cosas que no sabía que estaban ahí, suspendidas en la memoria a la espera de un click. Y lo que se activó trascendió las cuestiones educativas. “Otra de las cosas que me sorprendieron es que ahora, desde que estamos en el bachi, nos conocemos todos mucho más. Todo esto afianzó mucho la relación entre nosotros”.
Acá me dan el espacio para preguntar cosas que antes me daban timidez, me siento muy contenida.
Omar había intentado retomar los estudios hace algunos años. Se había anotado en los secundarios de adultos del Gobierno de la Ciudad: la nocturna. Sin embargo, el ritmo de cursada, imposible de seguir con sus horarios laborales, lo terminó por expulsar. En este sentido, Esteban, profesor en Battaglia de Teoría Política e Historia, explica que “eso es uno de los puntos claves; hay mucha gente que no podría terminar el colegio por los horarios y por cómo está estructurado”. Por eso -continúa- “la idea es no darles tareas sino resolver todo en clase, ni matarlos con las horas de cursada, ni calificarlos con exámenes; se piensa en términos de procesos de aprendizajes”.
María es una de las dos estudiantes que no trabajan en el restaurante. Es empleada de la morgue en el hospital Italiano y viene desde San Miguel. De alguna manera le queda de paso al trabajo. Después de las clases, pica algo y se va caminando al Italiano. Su turno termina con el sol. Los días que cursa, vuelve a su casa, duerme dos horas, y vuelve a salir. “Es que tengo más de dos horas de viaje. Pero lo hago muy contenta. Acá me dan el espacio para preguntar cosas que antes me daban timidez, me siento muy contenida por mis compañeros y por los profesores”. María tiene 32 años. Cuando vino de Santiago del Estero lo que menos tenía era tiempo. Allá, en el departamento de Figueroa, dejó a su familia y a sus años de alumna. En Buenos Aires tuvo a su hijo, hoy de 12 años, se separó poco después y tuvo que hacerse cargo de todo. Decidió volver a estudiar en 2016. Se anotó en el plan FinEs, pero le sucedió algo parecido a Omar. “Nadie me daba bola. Nadie me prestaba atención para que yo comprendiera algo que no entendía. Clases, tareas, y listo. Duré seis meses”. Entró a Internet y se encontró con Battaglia.
Entre este martes y el jueves, María va a dormir más en los colectivos que en su casa. Lejos del cansancio, está entusiasmada. Tanto, que ya tiene planes para cuando termine. La única duda es si seguir Enfermería o Radiología.
El bachi afianzó mucho la relación entre nosotros. Ahora nos conocemos todos mucho más.
La idea de Omar y Esteban era que el bachillerato popular pudiera replicarse también en las otras cooperativas gastronómicas que una vez fueron empresas del mismo patrón, la organización Jorge Andino, antigua dueña de Los Chanchitos, Alé Alé, Mangiata, La Soleada y La Zaranda, además de Battaglia. Pero el plan original no pudo concretarse. En este sentido, Esteban cree que “es parte de no tener tiempo para pensarse en sí mismas como cooperativas; no tienen tiempo real para reflexionar sobre la necesidad de, por ejemplo, estar articuladas entre todas, o de las potencialidades que tienen para seguir creciendo”.
“Ese es uno de los objetivos del bachi –agrega el docente–, y desde ya, generar una conciencia crítica sobre la realidad económica y social; de otra manera, si nos quedamos meramente con lo educativo, nada de esto tiene sentido”.
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