A cinco años de la muerte del Chango FarÃas Gómez, se estrena la pelÃcula La del Chango. Entrevistamos a Milton RodrÃguez, el fanático que una noche fue a verlo tocar y terminó haciendo su primer largometraje con él.
Ese martes a la noche en Jazz & Pop empezó la pelÃcula. Ninguno de los dos lo sabÃa. O quizá el Chango sÃ, seguro que lo intuÃa. Porque esa es una de sus magias. Abrir puertas desconocidas, explorar caminos ancestrales pero vÃrgenes para nuestro folclore, para nuestra música toda. Hoy, a cinco años de su gira definitiva, el Chango sigue haciendo eso, más allá de la música, en la pelÃcula dirigida por Milton RodrÃguez.
¿Cómo lo conociste al Chango?
De fanático. Yo iba a verlo todos los martes que tenÃa un ciclo en Jazz y Pop, en un sótano, chiquito, en el centro. A veces eran más músicos que espectadores. Yo iba todas los martes y en un momento empezamos a saludarnos. Un dÃa me dice, venÃ, tomate un vino después de tocar. Yo con eso ya estaba hecho. Yo estaba con Victoria, que es la fotógrafa de la pelÃcula. Y de ahà sale, a qué se dedican, nos preguntó. Somos del palo del cine. El sábado de esa misma semana terminamos en su casa, su mujer habÃa hecho empanadas, y él contándome que querÃa hacer una pelÃcula. La pelÃcula que querÃa hacer Chango era de ocho horas sobre los últimos quinientos años de la música argentina.
¿Y cómo se imaginaba esa pelÃcula el Chango?
Me la empezó a contar y era una maravilla la pelÃcula que querÃa hacer. Una especie de gran material de referencia para seguir construyendo desde ahÃ. Enorme, inabarcable. Me morÃa de ganas de ver esa pelÃcula, de verla todas las semanas pero no puede ser mi primera pelÃcula, tengo 22 años, le dije. Pero no me aceptaba un no como respuesta. El Chango no le tenÃa miedo a las cosas grandes. De hecho me dijo: yo llegué a los setenta años y a todo esto porque nunca arrugué, no me digas que vas a arrugar vos, que sos un pendejo y tenés todo por ganar. No, yo qué sé, pero buscá un director groso, una pelÃcula de ocho horas sale una fortuna, ni sé cuánto. Empezó toda una discusión y él me seguÃa contando ideas para la pelÃcula. Terminamos en una especie de arreglo, que era hacer una pelÃcula más normal, de una hora y media, sobre los últimos cincuenta años de la música. Y a partir de ahà viendo qué podÃamos seguir haciendo. Si nos iba bien con esa, hacÃamos otras. Empezamos armar el guión de la primera y a tratar de conseguir fondos, y ahà se complica todo. Ahà se nos va el Chango y se va todo a la mierda.
Y ahà se terminó la pelÃcula.
Yo al Chango siempre lo habÃa querido como músico, pero en el camino ya lo amaba como persona. TenÃamos discusiones y todo, pero el viejo se hacÃa amar. Fue un golpe muy duro en lo personal, yo justo también habÃa tenido una pérdida personal y estaba en un momento muy feo. La pelÃcula que habÃamos pensado ya no se podÃa hacer. Y aparte, hablabas con el Mono (Rubén Izarrualde), le decÃas Chango y era para llorar y abrazarse, no para pensar cómo fue el arreglo de Maturana. Entonces vino todo un perÃodo de volver a ponerse de pie y ahà lo que pasaba es que, desde el velorio, como todo el mundo sabÃa que estábamos con este proyecto, venÃan y te decÃan, che, pero la pelÃcula la tienen que hacer igual, cuándo va a estar la pelÃcula del Chango. Toda un montón de gente que yo admiraba y tenÃa como referentes fogoneándonos para filmar. El Mono, Jaime Torres, Rita Cortese. Y bueno, se le fue encontrando la forma a hacer esta pelÃcula.
La del Chango, que se estrena este jueves 25 en el Cine Gaumont, es una pelÃcula viaje a ese mundo de mil puertas que fue (y sigue) construyendo el Chango FarÃas Gómez. Antes que nada un artista, pero también un explorador, un alquimista, un inventor a partir de la intuición, del riesgo. El Chango es de esos tipos inquietos que buscando los lÃmites del mundo crean otros. O al menos llegan a mundos que, de otra manera, hubieran sido siempre ajenos para nosotros. A lo largo de la pelÃcula, y con diferentes y hermosos ejemplos, algo de eso explican Jaime Torres, Oscar Alem, Peteco Carabajal, Antonio Tarragó Ros, Verónica Condomà y otros artistas y conocidos del Chango, que también repasan las formas que incorporó a la música nativa: la polifonÃa, los arreglos solo para voces, los sintetizadores, las guitarras de nylon y eléctricas, las baterÃas y múltiples bombos, las reminiscencias africanas y españolas, la complejidad rÃtmica, armonizaciones libres, la improvisación y la orquestación.
“Una pelÃcula que hable de lo que queda vivo del Chango. Para él la música habÃa que entenderla viva y en movimiento constantemente y no como algo arqueológico. Y esa es la idea de la pelÃcula, porque él está vivo”, remarca Milton RodrÃguez, ese joven, también inquieto, también artista, que no sólo rinde tributo a uno de los grandes artistas de nuestra música sino que le es fiel en eso de “que prueben, que mezclen, que experimenten”.
¿Qué te dirÃa el Chango de La del Chango?
Por un lado me dirÃa que le gustó. Y por otro lado me criticarÃa veintisiete millones de cosas porque no se guardaba una. Después de un tiempo ya lo conocÃa. Cuando el Chango no te decÃa nada, estabas meando afuera del tarro. Cuando él te decÃa bueno, sÃ, pero esto no es asÃ, es que ahà la habÃas pegado. Al Chango vos le tiraban una idea que era un diez, y te la transformaba en un 29. Partiendo de tu diéz. Eso también se ve en la pelÃcula, partiendo de la base humana que tenÃa enfrente, de la idea del otro, siempre le daba una vuelta más. Está la anécdota con Jaime (Torres), que le muestra una cosa que hace con el charango, y el viejo sin saber tocar el charango, se pone a investigar y le dice, tenés que tocar esto. El Chango era un músico del carajo pero de oreja pura. VenÃa con una teorÃa enorme, pero no por los libros sino por lo que él iba descubriendo, haciendo su propia historia. Asà llega a eso que es fundamental: la influencia afrohispana en la música argentina. El Chango llegó ahà escuchando. Al Chango cuando le toca exiliarse, va a Francia y se pone a escuchar a los negros. Y va a España, y se pone a escuchar el flamenco. Ahà se da cuenta, escuchando, en la práctica. Esa magia de darse cuenta, de redescrubir la historia desde hacer La manija; no desde un libro.

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