La lucha del pueblo Mbya Guaraní por su territorio
En Misiones, más de 130 comunidades viven en estrecha relación con el monte, fuente de alimento, medicina y espiritualidad. Pero su modo de vida ancestral se ve amenazado por el avance de empresarios y la falta de respuestas del Estado. Voces desde el territorio.
En el corazón de la selva misionera, el pueblo Mbya Guaraní sostiene su modo de vida ancestral. Entre los sonidos del monte y la bruma que cubre los árboles al amanecer, las comunidades mantienen un vínculo profundo con la naturaleza, una relación que trasciende lo material y se expresa en lo espiritual, en el alimento y en la medicina que la tierra les brinda.
“El monte es vida”, dice Sergia, cacica de la comunidad El Pocito, en Capioví (116 km al norte de Posadas). “Nosotros vivimos del monte, de ahí algunos sacan para su casa, para su techo, la hoja de pindó. Es muy importante la tierra también, así nosotros podemos seguir plantando”.
En cada tekoa (aldea), las familias viven de las tareas agrícolas que realizan. No se produce para vender, sino para compartir y vivir. Las semillas sagradas, como el maíz, se resguardan con cuidado, porque son parte de una herencia espiritual que se transmite de generación en generación.
"Las mujeres enseñamos a nuestros hijos desde muy temprana edad a sembrar la tierra. Ellos crecen participando del proceso. Así aprenden a mantener nuestras tradiciones”, cuenta Sergia, mientras recuerda la última vez que llevó a su nieta al monte para mostrarle las plantas y las frutas que crecen según la temporada. “Es fundamental poder entrar al monte para no perder nuestra cultura”.
Esa conexión también se refleja en las ceremonias, los cantos y los rituales que refuerzan la identidad comunitaria. Ricardo, desde la comunidad de Puerto Leoni, lo explica así: “Dependemos de la naturaleza, es sagrada para nosotros. No podemos practicar nuestra cultura si nos sacan el monte. Necesitamos espacios amplios para plantar y practicar nuestra cultura como siempre lo hicimos. Sin nuestro territorio no somos nada”.
En cada comunidad, la vida cotidiana está marcada por el trabajo colectivo y el respeto por los ciclos naturales. La recolección de frutas, el uso de plantas medicinales y la elaboración de artesanías son actividades que entrelazan lo espiritual con lo práctico.
“A veces nos levantamos muy temprano para ir al monte a buscar lo que necesitamos. Todo lo hacemos en familia, los chicos aprenden mirando”, dice Sergia. “El monte nos da, pero también hay que saber pedirle. No se puede sacar más de lo que se necesita”, explica.
La educación también tiene un sentido propio dentro del pueblo Mbya. El aprendizaje se da en el monte, donde se enseña con el ejemplo. “Nosotros enseñamos caminando, mostrando. Así fue siempre”, dice Ricardo. “Los mayores transmiten el conocimiento con respeto, porque todo lo que tiene la tierra tiene espíritu. Por eso cuidamos el monte, porque si se muere el monte, se muere también lo que somos nosotros".
El territorio en disputa: una lucha por existir
.
El vínculo con la tierra no es solo espiritual, también es el centro de una lucha constante. El 25 de septiembre pasado, más de cincuenta comunidades acamparon frente a la Casa de Gobierno de Misiones.
Exigían algo básico: que se cumplan sus derechos a la salud, a los servicios y al territorio. Sin embargo, las respuestas del Estado fueron escasas y los conflictos no cesan.
La comunidad vive bajo amenaza. Un empresario ganadero local intenta quedarse con las tierras que usan ancestralmente. “El conflicto empezó un día que fui al monte a buscar materiales para artesanías. Aprovechó que no estaba y puso un cerco. No nos dejaba pasar. Quiere entrar en el territorio que nosotros siempre usamos para medicinas, para vivir”, cuenta Sergia.
Desde entonces, la tensión no paró de crecer. “Nos dijo que si entrábamos iba a matar a nuestros niños, que con plomo en la cabeza íbamos a salir seguro. Nosotros hicimos la denuncia, pero no tuvimos respuestas nunca”, relata la cacica.
Ricardo, por su parte, cuenta que los daños no son sólo materiales: “El 17 de agosto cortó 17 plantas de mandarina que habían plantado nuestros ancestros. Fue una pérdida enorme. Para nosotros la naturaleza es sagrada”.
Sergia expresa que no se trata sólo de un conflicto reciente, sino de una historia que se repite desde hace generaciones. “Estamos desde antes de que los españoles lleguen, y todavía hoy seguimos teniendo que demostrar que esta tierra es nuestra. A veces parece que los gobiernos no quieren vernos. No escuchan. No responden”.
Las denuncias, asegura, se acumulan sin respuesta. “Nunca recibimos respuesta cuando hacemos la denuncia. Hasta ahora estamos esperando para que se resuelva porque queremos vivir tranquilos con los niños”. Mientras tanto, el miedo convive con la esperanza: “Nosotros nos estamos apoyando entre comunidades. Si una tiene problema con el territorio, todos ayudamos. Así resistimos”.
Ricardo también pone en palabras ese abandono: “Nosotros no tenemos ningún servicio. Ni luz ni agua. Nos traen agua los bomberos. Del Estado no tenemos acompañamiento para nada”. Aun así, no se resigna. “Ahora lo que se logró fue renovar la comisión directiva del consejo de caciques para ver si así tenemos más suerte. Pronto tenemos reunión con los ministros. Ojalá nos escuchen, porque lo que pedimos no es lujo, son derechos: agua potable, salud y respeto a la tierra. Nosotros tenemos esperanzas, aunque no nos den respuestas. Queremos que esto no quede en papeles, que sea una oportunidad para trabajar entre todos”.
La situación se agrava con la derogación de la Ley 26.160, que suspendía los desalojos en comunidades indígenas. Su anulación, a fines de 2024, dejó a los pueblos originarios sin una herramienta legal clave para proteger sus territorios.
Desde Puerto Leoni, Ricardo asegura que “el Estado nacional y el provincial no se preocupan. Había una ley que nos amparaba, pero ahora puede venir cualquiera a inventar algo y querer echarnos”. Sin embargo, plantea: “Ahora recién tenemos la posibilidad de sentarnos a hablar frente a frente con las autoridades. Queremos que esta vez no quede en los papeles. Ojalá sea una oportunidad para que trabajemos entre todos”.
Mientras tanto, las comunidades siguen resistiendo, defendiendo su modo de vida y su cultura frente al avance del modelo extractivo y la desidia estatal.
Sergia dice: “Sin tierra, no hay vida. Y sin monte, no hay futuro para nosotros ni para nuestros hijos”.