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Después del infierno, más infierno

por Saverio Lanza
Fotos: Juan Pablo Barrientos
15 de abril de 2019

Ocurrió en Flores, durante una cacería policial contra vendedores senegaleses. Es docente. La golpearon, la torturaron, la encarcelaron durante 24 horas. Un año después cuenta cómo continuó su calvario.

Catorce de abril de 2018. Ciudad de Buenos Aires. La de Rodríguez Larreta y Santilli a la cabeza, la de la violentísima Policía de la Ciudad. Barrio de Flores. Calle Avellaneda, atestada de gente. Un sábado que prometía ser tranquilo. La idea de María de los Ángeles era la de ir a comprar unas prendas de vestir para sus hijas. “Ellas estudian en escuela pública, jornada completa, mi esposo es docente, al igual que yo. Es el único día en el que podíamos salir”.

María de los Ángeles imparte clases en una escuela primaria del primer cordón bonaerense. “Amo la docencia, me esmero y perfecciono cada día para estar a la altura de las circunstancias”. Ese día, a las 12: 20, “mi esposo nos acercó a la calle Avellaneda, y -con mis hijas- empezamos a caminar, a ver vidrieras, hacia el lado de Nazca. De mano izquierda, caminamos algunas cuadras, hasta llegar a una esquina donde se veía un grupo grande de policías, algunos de civil. En medio de ese tumulto pude ver a un hermano senegalés, sentado en el cordón de la vereda, con un cinto en su cuello, y varios uniformados sosteniéndolo”.

María de los Ángeles les dijo a sus hijas que se quedasen en la esquina. “Me acerco y le intento preguntar a una mujer de civil -que no estaba identificada- qué era lo que estaba pasando. En ese momento, salió un policía masculino, me pegó una piña en mi hombro derecho, y se escondió entre sus camaradas. Ahí fue cuando pedí ayuda a una policía femenina de civil. Le expliqué que su compañero me había golpeado, y le pedí si me podía ayudar a identificarlo”.

“Esta mujer policía me dijo que ‘deje de pegar’ (sic), a los gritos. Mis hijas se acercaron y filmaron la situación. Ambas estaban agarradas de mis brazos. Esta mujer policía, que vestía una remera celeste de la Ciudad, dio la orden de que me llevasen detenida. Les pedí que me expliquen por qué me había pegado el policía y por qué me iban a llevar, si no estaba haciendo nada incorrecto. Entonces sentí que me agarraron desde atrás, del cabello. Yo escuchaba los gritos de mis hijas, que pedían que me dejasen. Acto seguido, me las quitaron de los brazos, y entre cinco personas uniformadas me llevaron –arrastrándome- hacia un patrullero”, detalló.

Un policía masculino, me pegó una piña en mi hombro derecho y una mujer policía dio la orden de que me llevasen detenida

En su desesperante relato, contó que hizo una fuerza descomunal para no ingresar al patrullero, y que “al no poder meterme, me dieron un golpe debajo de las costillas. Me acurruqué del dolor, y me empujaron dentro de móvil. Cerraron la puerta, y desde ese momento perdí de vista a mis hijas”.

Los policías le dijeron que “eso me pasaba ‘por meterme’. Que ‘no estaba en el gobierno anterior’, y que ahora iba a saber ‘lo que era bueno’. Imaginé lo peor. Pensaba en mis hijas. En ese momento recordé que tenía el celular. Llamé a mi esposo. No me atendió. Llamé a mi hija. Me daba ocupado. Llamé a mi sobrina, y le conté todo. Corté. Llamé a mi yerno, a quien le dije que busque a mis hijas. Llamé a mi cuñado, y -por los nervios- no me entendía. Corté, y él me llamó. Pasaron unos minutos y mi sobrina me dijo que me quedase tranquila, que mis hijas estaban bien”. 

María de los Ángeles narró que -si bien el trayecto hasta la comisaría fue corto-“se me hizo eterno, por no saber hacia dónde me llevaban. Llegamos. Estacionaron ambos policías, uno masculino y la otra femenina. Ella me maltrataba verbalmente. Yo no sabía dónde estaba. Trataba de ver el nombre de las calles, pero no podía. Me dejaron arriba del móvil, estacionado en doble fila, con las ventanillas totalmente cerradas. Los autos pasaban muy cerca. Por los nervios, comencé a golpear la ventanilla para que se acerquen. Quería salir. Me faltaba el aire. Un policía masculino me filmaba cómo yo golpeaba el vidrio. Luego de 40 minutos se acercaron varios policías. Uno de ellos abrió la puerta del lado derecho. Intentó agarrarme del brazo para sacarme el precinto que me habían puesto. Le dije: ‘Usted a mí no me toca, porque un compañero suyo me golpeó, y nadie me quiere decir quién es. Además, ustedes no están identificados. ¿Por qué yo les debería dar mis datos? Si no hice nada incorrecto’. Entonces abrieron la otra puerta, la del lado izquierdo. Era una uniformada. Me arrebató el celular. Lo tiró detrás de donde yo estaba sentada. Le repetí lo que le dije a los otros policías. Y ella me dijo: ‘Yo soy Analía Aguirre, y sí no me hacés caso, te voy a cagar a trompadas’. Entonces, otra mujer policía me agarró del brazo derecho. Yo traté de hacer fuerza, y Aguirre -con sus dos pies- me tiró del patrullero. Y me arrastraron por esa calle, entre tres mujeres”.

El relato es simplemente estremecedor, en primera persona, como pocas veces fue registrado. Sin embargo, era apenas la postrimería de un infierno, que ya lleva más de un año. “Yo hacía mucha fuerza. Por eso salieron de la comisaría otros dos masculinos, a pegarme patadas en la panza y en las piernas. Ante el dolor, me entregué. Pudieron esposarme. Nunca en mi vida sentí un metal tan frío. Me subieron otra vez al patrullero.

Cambiaron de personal. Me ingresaron al garaje de la comisaría. Una uniformada se acercó. Me preguntó si necesitaba algo. Le dije que quería saber dónde estaba. Me dijo que estaba en la comisaría 50. Me trajo agua. Me bajó las ventanillas porque me ahogaba, y me dijo: ‘Afuera están tus hijas y tus familiares. Son muchos’. Luego de unos minutos me sacaron de ahí, con el patrullero, y me llevaron a la comisaría 13, donde me retuvieron durante dos horas arriba del móvil, porque le estaban tomando los datos a los hermanos senegaleses, a quienes también los habían detenido”.

Entre cinco personas uniformadas me llevaron –arrastrándome- hacia un patrullero

María de los Ángeles cuenta que en ese destacamento policial ya estaban presentes sus hijas. “Lloraba de vergüenza, de que ellas me vieran esposada. Les pedí que me las saquen, pero fue imposible. Me ingresaron a la comisaría. Me tomaron los datos. Me exigieron que me saque los anillos, aros, cordones y el abrigo. Que me baje la ropa interior. Me hicieron pasar a otra sala. Un médico me revisó y me preguntó por los golpes.

La mujer policía que nos acompañaba dijo: ‘Se los hizo sola’. Yo le dije que no, que me golpearon los uniformados. Entonces se rieron. Me tomaron fotografías. De ahí al calabozo; un lugar sucio, con olor a orina, restos de comida y dos colchones mugrientos”.
“En ese horrible lugar me agarró un ataque de pánico; encerrada, sin ventilación. Pedí por un médico. Les expliqué que estaba medicada. No les importó. Pasaron varias horas. Pedí que llamen a mi esposo, porque era la hora de mi medicación. Me dijeron que se habían ido todos. Seguí llorando, con frío. No tenían frazadas. Ellos me habían roto mi campera. Pensaba en mis hijas, mi sobrina, y su hijito, que me miraban mientras estaba en el patrullero. Me preguntaba qué pensaría él de mí”.

Domingo. Nueve de la mañana. María de los Ángeles recibió la noticia de tener visitas. “Ahí estaba mi gran compañero. Le pedí que me traiga la medicación. Le dije que tenía hambre, que no había dormido, que me dolía todo, que me habían golpeado mucho. Mi esposo grabó mi testimonio. Me aseguró que él me había dejado la medicación el sábado, a eso de las 20. Al ver que me estaba grabando y yo lloraba, los policías me sacaron. Me llevaron de regreso al calabozo. Me dieron la medicación, con un té, y un alfajor”. 
Ese domingo, a las 16, María de los Ángeles fue liberada. Su compañero, sus hijas, yerno, amigos y varios senegaleses -junto al legislador Horacio Pietragalla Corti, quien defendió a los africanos- la esperaban en la calle. La abrazaron. La llevaron a un hospital para constatar las heridas. Después, a casa. Dos días más tarde recibió un llamado de la Fiscalía, supuestamente. Le dijeron que necesitaban datos de testigos, también los de sus hijas, y que las pequeñas pasarían por cámara Gesell, “para saber si yo decía la verdad”.

'Eso te pasaba por meterte', 'Ahora vas a saber lo que es bueno’, le dijeron los policías

Lo percibió como una amenaza. Sospechó, y no les dio los datos que le pedían.
María de los Ángeles fue absurdamente acusada de “golpear a tres policías”. “Me dijeron que uno de ellos estaba internado por mis golpes”, cuenta. Sin embargo, era ella quien no podía caminar por los dolores. Al día siguiente, fue a la Fiscalía, desde donde supuestamente la convocaron. Constató que nadie la había llamado desde allí. Después de más de un día presa y torturada, ni siquiera había una causa en su contra. ¿Fin de la historia? Apenas el comienzo.

Doce meses de calvarios y giros inesperados
“Luego de un año puedo decir: ‘Gracias maldita Policía de la Ciudad de Buenos Aires por arruinarme parte de mi vida’. Actualmente sigo en tratamiento psicológico. No puedo ir a comprar a la calle Avellaneda. Lograron meterme miedo, pero nunca van a lograr que deje de ayudar a quien me necesite”, señaló María de los Ángeles.

Nunca le llegó ninguna notificación de parte de la Justicia, solamente su propia denuncia, hecha contra la Policía. Y se cerró la causa, por no tener testigos. Es decir, sus hijas, que todo lo vieron, no contaban como tales. “Por eso digo que fue un secuestro de 27 horas”, señaló.

Desde aquel 14 de abril, la vida de María de los Ángeles cambió totalmente. Ella solía salir de compras con su familia. Iba a la cancha de Ferro “porque mi esposo es hincha”, y a recitales de rock, “con mis hijas, a ver La Beriso, No te va a gustar y La Vela Puerca”. Ahora no puede. Cada vez que ve un policía, no consigue soportar el miedo. “Me aterroriza pasar por lo mismo. Lo pienso y lloro; porque fue una injusticia. No me gustan las injusticias, pero jamás actuaría con violencia”.

Sin embargo, una sucesión de hechos sugestivamente inverosímiles ocurrieron durante el último año. El detalle es escabrosamente inquietante. “Un mes después de denunciar a la Policía, y que me llamaran por lo de la cámara Gesell, intentaron secuestrar a mi esposo. Fue a una cuadra de casa. Con una camioneta. Estaban encapuchados. Mi marido salió corriendo. Un vecino lo ayudó y los secuestradores no lo pudieron agarrar. Por mi barrio nadie roba encapuchado. Asociamos que fue por la denuncia que le hice a la Policía. Hicimos la denuncia en la Fiscalía de La Matanza. Y después decidí no seguir presentando pruebas. Tengo dos hijas a quienes debo cuidar”, contó.

María de los Ángeles fue absurdamente acusada de 'golpear a tres policías'

Apenas una semana después de ser golpeada salvajemente, María de los Ángeles volvió a trabajar. “Amo profundamente mi trabajo. Mis compañeras me apoyaron mucho. Se enteraron por el sindicato de Suteba. Soy maestra de grado, y en ese momento me habían ofrecido ocupar el cargo de vice directora, por mi antigüedad”. 

Curiosa y –por lo menos- insinuantemente, días después, en esa escuela de Ciudad Evita, donde María de los Ángeles es docente, “llegó una suplente, quien cubrió el cargo de otra maestra, por una semana. Una tarde, ella vino a ofrecer ropa que vendía. Una de mis compañeras quiso comprarle. Le preguntó de dónde la había obtenido. Y esta docente suplente le dijo: ‘la compré en la calle Avellaneda’. Entonces, mi compañera le comentó que no me la ofreciera a mí, por lo que me había pasado recientemente. Después, la docente suplente me dijo: ‘Mi hermana es policía, de la comisaría 50, pero nosotras no hablamos de su trabajo, porque terminamos discutiendo cada vez que lo hacemos’.

Cuando esta docente suplente terminó con su trabajo, mi compañera me comentó sobre la clase de ropa que vendía. Entonces, investigando un poco a través de Facebook, encontré su perfil. Y de inmediato hallé la foto de la hermana de esta docente, y se trataba de una de las policías que me había golpeado”.

El impresionante hallazgo dejó sin palabras a María de los Ángeles. En aquella cacería en Flores, la mencionada mujer policía la golpeó en la puerta de la comisaría 50, cuando la bajaron del patrullero con desmedida violencia. “Esta mujer policía fue la que le sacó -y le debe seguir sacando- la ropa a los vendedores senegaleses. Después se la dio a la hermana para que ella la venda. Por eso es que yo digo que son mafiosos, ladrones, y sinvergüenzas. Esta situación la comenté en la escuela. Se lo dije a la directora. Ella lo expuso, y el resultado fue que no se le dieron más suplencias a esta docente, hermana de la policía, al menos en la escuela donde trabajo”.

‘Gracias maldita Policía de la Ciudad de Buenos Aires por arruinarme parte de mi vida’

“Ese día en que la docente suplente estaba vendiendo la ropa dentro de la escuela, yo sentí que la conocía, me resultaba familiar. Después entendí que entre las hermanas se parecen mucho físicamente”, rememoró.

“Imaginate que yo me puse re mal. Le mostré las fotos de ambas hermanas a la directora, las que había encontrado en Facebook. Que ella (en referencia a la docente suplente) estuviera vendiendo ropa robada a los hermanos senegaleses es indignante, siendo docente no debería estar haciendo esto. ¿Y hasta dónde llega la mafia, la basura, lo ladrones que son? Involucran a sus propias familias”, expresa María de los Ángeles con justa indignación.

La mencionada mujer policía, y también su hermana docente, viven en el partido de La Matanza, en el barrio de Laferrere. María de los Ángeles también reside allí, pero en Villa Insuperable. “Siento que Argentina es grande, como Buenos Aires, como La Matanza, pero a su vez todo es tan chiquito. Y así como me pasó esto, yo creo que algún día voy a encontrarme con este señor policía que me golpeó, y le pediré explicaciones.

Seguramente no me las va a dar, porque él es –sencillamente- un golpeador. No sé porque me pegó ese día, pero es lo que les gusta hacer: sentirse poderosos golpeando a la gente, a los trabajadores, a una mujer, o a niños. No les interesa nada”.

“Yo no sé quién será el responsable de todo esto, pero es una mafia. Y contra esta mafia no se puede. Porque ellos tienen el apoyo político. Alguien los está bancando. Es como si yo fuera una hormiguita peleando contra un elefante. Ahora sé con qué clase de gente me estoy manejando. Cuando voy por la calle y veo a un policía, me cruzo de vereda. No les tengo confianza. Prefiero evitarlos”, confiesa.

“Si me volviera a pasar la misma situación creo que haría lo mismo, pero de otra forma: esta vez filmaría, me metería de otra manera a ayudar a las personas. Me sigo preguntando cómo vamos a hacer para desenmascarar a esta gente que roba y hacen quedar -frente a todos- que los ladrones son los hermanos senegaleses, paraguayos, o bolivianos. Es increíble el maltrato hacia todas las personas en la calle, y es impresionante el odio que tienen”, reflexionó.

Me aterroriza pasar por lo mismo. Lo pienso y lloro; porque fue una injusticia. No me gustan las injusticias

Ahora, la vida de María de los Ángeles y de su familia se rige por extremas medidas de seguridad, pero no solo contra los ladrones, sino también con la Policía. “Mi temor, cuando mi hija mayor sale con su novio, es que yo siempre le pido que se cuiden, que estén en grupo, que no estén solos, que lleven el documento, que no confíen en la Policía. Hasta a mis alumnos les comento que no confíen en la Policía. Puede ser que haya policías honrados o buenos.Y o no creo que sea así, porque veo que en general están haciendo algo ilícito”.

“Con mi familia hemos tomado medidas para cuidarnos. Salimos separados de casa, luego nos encontramos en la otra esquina; mi esposo me lleva a mí a la escuela, luego a mi hija, y después se va a trabajar. A la salida hacemos lo mismo, y siempre estamos en contacto telefónico. Y si llama alguien por el teléfono de línea-y no es de la familia- le decimos a mis hijas que corten. Salimos en bloque, los cinco juntos, con mi yerno. O nosotras tres, pero siempre atentas. A cada patrullero que pasa le tomamos los datos. Sacamos fotos a los autos que están parados, que nos resultan sospechosos. Así vivimos, lamentablemente”, relata.

María de los Ángeles asegura que ya no va a las marchas a las que solía asistir. “Participo desde otros lados, pero a los lugares donde está la policía yo no voy. Apoyo, difundo, cuento lo que me pasó, para que no le pase a otra persona. No voy porque las armas las llevan los policías, y nosotros llevamos la voz sin violencia. Para mí son asesinos. Es que, si tienen un arma la van a usar. Pueden hacerlo en cualquier momento, y no miden las consecuencias”.