Soberanía envenenada

por Saverio Lanza
24 de noviembre de 2017

La producción y comercialización de alimentos en nuestro país es otra forma de dominación cultural. Avalado por gobiernos y medios, el mercado agrotóxico envenena personas, tierra y comida.

Desde hace aproximadamente dos décadas, y cada día más, comer frutas o verduras que no estén contaminadas con agrotóxicos y otros químicos, se ha convertido en una quimera.

Encontrar en un supermercado un alimento que realmente sea nutritivo o, al menos, sea lo que dice ser, también es algo difícil en estos tiempos.

Ni las vacas, ese símbolo y orgullo nacional, son lo que eran. La soja las fue corriendo y ahora, todas apretaditas en los feedlots, engordan a tiempo completo y viven cargadas de antibióticos y estrés que, por supuesto, se le hacen carne. La carne que, así como aumenta en precio, disminuye en calidad.

Preguntarnos qué comemos puede tener una respuesta incómoda. Lo que es seguro, es que esa respuesta es política. 

La soberanía alimentaria, un concepto que empezó a circular con más frecuencia a partir de la Cumbre Mundial de la Alimentación de la ONU para la Alimentación y la Agricultura (FAO) en 1996, es uno de los temas que más debieran interesarnos, porque hacen a nuestra cotidianeidad, a nuestra salud, a la salud y la vida de todos los habitantes de nuestro país.

Pero no sólo se trata de salud, sino también de economía. De millones en juego. No es novedad que los medios, los políticos y los jueces hablen de “seguridad” pero poco y nada de “seguridad alimentaria”.

La seguridad alimentaria se centra en tres ítems fundamentales: la disponibilidad de alimentos, el modo de producción y el origen de los mismos. Actualmente, los sistemas alimentarios están enfermos, y enferman. La forma en que se producen los alimentos, se comercializan, se preparan, se consumen y se desperdician afectan, en algunos casos de manera irreversible, la salud de las sociedades modernas.

“La alimentación tiene distintas miradas. Es una problemática compleja que tiene que ver con la vida y la salud. En el manejo de la alimentación es fundamental recuperar el rol del Estado y las políticas públicas, para regular sectores clave como el de los precios de medicamentos y alimentos”, explica Miryam Gorban, licenciada en nutrición y coordinadora de la Cátedra Libre de Soberanía Alimentaria de la facultad de Medicina y Nutrición de la Universidad de Buenos Aires.

En otras épocas, la diversidad y el acceso a alimentos frescos era muy superior a la actual. Por razones de mercado (reducción de costos, maximización, monocultivo) fue perdiéndose la biodiversidad. Hoy, pese a la supuesta variedad de las góndolas, no es fácil encontrar los alimentos que requieren nuestros organismos. 

La alimentación de antaño ha sido sustituida por un paquete de colores, etiquetas, formas, de la mano de la comodidad del supermercado, la falta de tiempo y la velocidad.

“La especulación con los alimentos está en el centro de la especulación financiera en el mundo”, explica Gorban y añade que “los cereales, los lácteos, las carnes, los azúcares, son los que cotizan en bolsa y los alimentos -en consecuencia- sufren la alternancia y la variabilidad del mercado de capitales. Y así es que tenemos una sobre alimentación, pero no por el volumen, sino por la calidad con exceso de azúcares, de sales, y de grasas, por los conservantes y emulsionantes a los productos altamente industrializados, ultraprocesados, que son los de mayor consumo. Las enfermedades crónicas no transmisibles como la obesidad, la diabetes, la hipertensión, el cáncer, tienen este factor como condicionante, y son productos que encima nos lo venden como saludables”, agrega Gorban.

Un puñado de multinacionales -Unilever, Nestlé, Kraft, entre otras- repiten las recetas en distintos países: se apropian de toda la línea de producción y comercialización de los alimentos ultrapocesados, en alianza directa con gobiernos y medios de comunicación. 

¿Y la soberanía alimentaria? Bien, gracias.

 

¿Y AHORA QUIÉN PODRÁ AYUDARNOS?

Si algo le faltaba a nuestro país para perder aún más eso que no tiene -soberanía alimentaria- era un ministro de Agricultura de la propia Sociedad Rural, como Luis Etchevehere. 

El ingeniero agrónomo e integrante de la cooperativa Iriarte Verde, Raúl Bottesi, advierte que “todas las cuestiones que tienen que ver con la tenencia de la tierra y su uso social, no van a ser tema de debate” y denuncia que en decreto presidencial 330 de este año, publicado en el Boletín Oficial, “se reglamenta con muchísimas trabas el accionar de la agricultura familiar, lo que hace que los pequeños productores permanezcan en el lugar de la no visualización, de no pertenecer a la economía, además del desmantelamiento realizado en la Secretaría de Agricultura Familiar”.

Por su parte Carlos Vicente, integrante de la multisectorial “No a la ley Monsanto de semillas”, destaca tres connotaciones ante la designación de Etchevehere: “La primera es el hecho simbólico de un presidente de la Sociedad Rural como Ministro de Agroindustria, parte de la tragedia argentina con la que nace el genocidio a los pueblos originarios. La segunda es la profundización del modelo de agronegocios, que ha sido una constante en las últimas dos décadas, profundizada desde el nuevo gobierno, el desmantelamiento de la Secretaría de Agricultura Familiar, la destrucción total de las economías regionales, 200 terratenientes pasan a ser quienes dictaminan lo que ocurre con nuestro agro, profundización del uso de agrotóxicos, monocultivos, feedlots, expulsión de campesinos, concentración de la tierra. Y por último, un abandono total de cualquier intento de control sobre el uso de agrotóxicos en Argentina”.

En ese sentido, Bottesi considera que “la agroecología, la producción tradicional de alimentos, va estar totalmente desprestigiada, porque van a tratar de fortalecer los lazos con el exterior, favorecer la agroexportación, apoyar a las multinacionales que nos están vendiendo los venenos para que se pueda producir lo que ellos desean, con el objetivo de que esos venenos que echan en las plantaciones vayan disminuyendo cada vez más la mano de obra que necesitamos para producir”.

Para el especialista en Nutrición y miembro de la cooperativa Iriarte Verde no hay dudas de que “este modelo agroexportador, de agricultura extractivista y ganadería súper intensiva, va a estar ultra aumentado en su desarrollo debido a que esa es la creencia de este sector, para que se puedan producir los pseudo alimentos que ellos fabrican”.

Coincide Vicente al analizar el último discurso de Etchevehere, en el que “descalificó las preocupaciones ambientales y las luchas socioambientales para que se termine este modelo de país fumigado. Es una entrega total a las corporaciones como Bayer, Monsanto, Syngenta, Dupont, que son quienes controlan las semillas y los agrotóxicos”.

Por su parte, Carla Poth, licenciada en Ciencias Políticas e integrante de la Unión de Asambleas Ciudadanas sobre la Ley de Semillas, sostiene que estas transnacionales detentan una lógica “con la cual se apropian y utilizan la tierra para la acumulación del capital, promover la exportación de commodities, y no la producción de alimentos. Son millones de hectáreas de tierra que no están siendo utilizadas para alimentar al mundo -como falsamente plantean- sino generar granos para alimentar chanchos de países centrales; y esto pone en riesgo la seguridad y la soberanía alimentaria, principalmente por el uso de agrotóxicos. El modelo del agronegocio que tiende a la expansión compite contra la producción de alimentos”, asegura.

Y si bien “se están replicando las experiencias agroecológicas, y que están siendo cada vez más fructíferas”, Poth opina que “la funcionalidad propia del mercado tiende a dejar de lado las producciones agroecológicas, para seguirlas destruyendo en hechos concretos, como por ejemplo desprotegiéndolas ante las fumigaciones”. Su mirada no es más optimista en cuanto al rol que ocupa la agricultura familiar: “Es absolutamente subsidiario, de mitigación de la pobreza, quizá con menos incentivos económicos que durante el kirchnerismo, pero con una lógica parecida. La agricultura familiar es el lugar donde el campesino pobre tiene el insumo para la alimentación; pero en términos del uso y la tenencia de la tierra, e incluso el para qué de la producción agropecuaria, es algo que -lamentablemente, y si bien se discute en las bases- no tiene cabida en la discusión de políticas de Estado desde hace muchísimo tiempo”

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