“Quiero levantar las banderas por las que lucharon mis abuelos”

Por Gustavo Sebastián Tarelli Montenegro, bisnieto recuperado, nieto de desaparecidxs.

Nos criamos en el complejo habitacional de Lugano 1 y 2. Vivíamos en una casa al lado del departamento de Herman, el apropiador de mi mamá. Éramos una familia conservadora, de domingos en la iglesia y muchas mentiras. Y toda esa familia giraba en torno a Herman Antonio Tetzlaff. Él era el ordenador, decidía desde lo que se compraba hasta los trabajos que tenían los integrantes de la familia. Todo.

En las fechas patrias íbamos a los desfiles. Teníamos un sentido de pertenencia muy fuerte con el Ejército y con la iglesia. Esa era mi historia hasta los 8 años. La construcción de la identidad que nos trasmitían por la fuerza. Porque Herman no solo se apropió de mi mamá para llenarla de su ideología, también lo hizo con nosotros.

Un día como cualquiera estamos en casa mirando la tele: un especial sobre la dictadura y los nietos recuperados en Telenoche. Herman, en ese momento mi abuelo, llamó a mi mamá. Yo vi movimientos raros y no entendía qué pasaba. Mi mamá volvió y nos dijo: ‘Acá hubo una guerra y yo soy víctima de esa guerra’. Ella no se podía permitir ser hija de la "subversión"

Pasamos de pensar que hubo una guerra a entender que lo que hicieron los militares fueron crímenes de lesa humanidad.

Ahí empezó el juicio y todo. En 2002, en pleno mundial, vino la policía a mi casa. Mi mamá se fue al departamento de al lado y con mi hermano mayor apoyamos unos vasos de acero para escuchar qué pasaba del otro lado. No escuchábamos mucho, pero ese día se llevaron a Herman a Marcos Paz. Ese fue un año muy duro porque mi vieja estuvo muchos meses peleando para que lo saquen de la cárcel común. Después lo trasladaron a Campo de Mayo con otros genocidas. Y se murió al año siguiente. A la distancia, nos duele que no se haya hecho justicia. Tendría que haberse pasado muchos años más en la cárcel.

En 2012, cuando mi mamá se entera de la mentira que Herman le hizo sobre la muerte de mi abuelo Toty, nos pusimos a llorar. A mí no me cabía en la cabeza que esa cara que uno ve en una remera o una bandera, hasta el momento un símbolo, era de carne y hueso, y lo habían tirado de un avión al río. Fue fuerte la confirmación de que nuestro desaparecido estaba muerto. 

En mi primera marcha, a los 12 años, me impresionó la bandera enorme con tantos rostros. Yo agarré la parte de trapo donde estaban las caras de mis abuelos.

Ahí empezó a surgir en ella la necesidad de conocer su propia identidad. Pasamos de pensar que hubo una guerra a entender que lo que hicieron los militares fueron crímenes de lesa humanidad. Es que la muerte de Herman fue lo mejor que nos pudo pasar como familia. Mi mamá se acercó a Abuelas y a su familia biológica.

La primera juntada con ellos fue en una pizzería cerca del Obelisco. Se vinieron de Salta, eran miles. Una familia totalmente antagónica a la nuestra: como 20 tías y 40 primos. Gente súper extrovertida, simpática y cálida. Y sentimos que ese era nuestro lugar, que pasamos toda una vida a miles de kilómetros de la gente con quien realmente encajábamos. Lo que me duele es que Victoria no haya conocido a sus abuelos, que  son los que la buscaron desde siempre.

En mi primera marcha, a los 12 años, me impresionó la bandera enorme con tantos rostros. Yo agarré la parte de trapo donde estaban las caras de mis abuelos. Fue la primera manifestación popular a la que fui. Recuerdo con el respeto que la gente se acercaba a Estela y las abuelas.

Y lo que me hizo meterme de lleno en la política de derechos humanos fue esa lucha de las Abuelas. Es increíble la fortaleza y la moral que ellas sostuvieron durante tantos años. Y quiero levantar –humildemente- esas banderas por las que lucharon mis propios abuelos.

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