La farsa de la globalización

por Revista Cítrica
08 de agosto de 2016

Iris Pedrazzoli llevó al absurdo la obra Pony del venezolano Gustavo Ott. Una historia donde hasta el afecto está contaminado.

"Los que amamos el teatro tenemos la obligación de inventar otro mundo porque sabemos que otro mundo es posible". La frase pertenece al brasileño Augusto Boal, creador del Teatro del Oprimido y la repite como un mantra la directora teatral Iris Pedrazzoli, quien acaba de estrenar Pony, adaptación del texto homónimo del venezolano Gustavo Ott. Ese otro mundo posible -que mucho tiene que ver con lo latinoamericano y con las utopías-  necesita de la mirada del espectador. El mundo falso y absurdo de Pony es un mundo inventado. Posible pero más triste. Se parece mucho al real, al de todos los días, al que duele. Al del querer pertenecer y al de las mayorías oprimidas.

El inicio de la obra nos sitúa en un futuro indeterminado, atemporal. Es día de elecciones. Se vota al presidente del “mundo globalizado”. En escena está Moniquita (Araceli Haberland): una mujer que enviudó recientemente; y su padre (Guido D’Albo), quien es el encargado de organizar el entierro e intentará cobrarle a su hija la mayor cantidad de dólares posibles por realizar ese trabajo. Son cuatro actos. En todos Moniquita acude a la ayuda de su familia: en el segundo visita a la madre y en el tercero al hermano (ambos también interpretados por D’Albo) y en el cuarto nuevamente al padre. Pero a su familiares les interesa mostrarse, ganar plata y ser reconocidos por los poderosos. No les interesa Moniquita. La familia funciona como una metáfora de la sociedad. De aquella sociedad que Pedrazzoli siente la necesitad de exponer para que los espectadores piensen en otro mundo posible. “Sin que sea nada partidario ni panfletario- aclara-. El teatro es para todos por igual. Los espectadores son todos iguales, más allá de sus ideologías. Cada uno le dará otra respuesta al interrogante. Nosotros planteamos una realidad para que se vea. El teatro se completa con el público en vivo”.

La obra le permite a la directora reflexionar sobre las responsabilidades que los humanos tenemos individualmente dentro de una sociedad. Y prefiere no quedarse en la simpleza de remarcar los daños que cometen los grandes monopolios: “Uno debiera hacerse cargo. Si uno genera algo positivo está haciendo un aporte. No se puede ser inocente, no son solamente los grupos económicos, también son las decisiones que uno toma individualmente. Si nos modificamos también nosotros, se puede modificar la sociedad. El arte tiene la obligación de exponer y que el público encuentre las respuestas”.

A lo largo de la charla con este medio, Iris hace especial foco en no predicar. Le interesa que el público tenga la libertad de pensar como guste: “No creo en la capacidad de poner en escena algo para influenciar al público para que piense de una manera u otra. El espectador no queda inocente. En Pony hablamos de lo que hacemos como personas. Es una apertura de ojos, las respuestas las tenés que dar vos, que sos el que está sentado en la butaca”.

La pieza original fue escrita por Gustavo Ott para un momento particular de Venezuela. Sin embargo su texto era global y Pedrazzoli lo terminó de globalizar y llevar al absurdo. “Lo mismo pasa acá o en Venezuela sino repensamos las acciones individuales. La globalización es atemporal. Vamos rumbo a que cada vez le importe menos a la gente lo que se elije, que todo sea más selectivo. La familia de Moniquita en realidad no son parte de la mayoría sino que quieren estar en ese mundo. Pero no lo pueden lograr ni siquiera siendo ambiciosos e inescrupulosos. Mónica representa al olvidado, al humillado, al invisible de la sociedad, al que nadie ve. Al que se lo utiliza hasta sacarle lo último que tiene y después se lo desecha. Y es el único personaje que se transforma”, detalla.

Con la exageración farsesca de la globalización y sus aspectos más negativos en individuales inmersos en las relaciones familiares, la directora utiliza el humor para realizar una crítica social. Y crea un interrogante para todos. Del que ningún espectador pueda salir sin interpelarse. “Moniquita tiene que decidir si seguir siendo útil a ese engranaje tan particular, tan desmoralizante, tan decepcionante o puede construir un mundo mejor”

“Necesitamos un cambio individual para hacer un cambio de la sociedad salvaje y globalizada que tenemos”, dice. Finalmente Iris cuenta el otro mundo posible que las personas que aman el teatro tienen la obligación de soñar:“Mi idea es terminar la obra con un camino esperanzado y utópico”.

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