El año que nos quedamos sin cebolla

por Revista Cítrica
27 de diciembre de 2017

En la Argentina ya casi no se produce manteca y la cebolla viene de Nueva Zelanda. Desde la Unión de Trabajadores de la Tierra explican la crisis alimentaria y se solidarizan con los jubilados regalándoles verduras.

Por Lucas Tedesco- Unión de Trabajadores de la Tierra

Los pequeños productores somos quienes llevamos el 60% de lo que se come a la mesa de los argentinos. Las reformas votadas por el Congreso Nacional no solo impactan en los jubilados, sino que benefician a los sectores concentrados de la economía. Por ejemplo los grandes productores sojeros se van a ver beneficiados con una quita del 6% en las retenciones. Y eso equivale a más de mil millones de pesos; el gobierno decide recortar a los más vulnerables. Así es como surge la idea de hacer un verdurazo para los jubilados. Creemos que esto que estamos haciendo con ellos es un acto de solidaridad; del pueblo para el pueblo, con nuestros viejos.

Nosotros somos un sector productivo, no somos los que especulamos con nuestro trabajo, no guardamos los granos en bolsas, no generamos comodities, y tampoco miramos si el dólar sube o baja para vender nuestra producción. Nosotros sembramos, cosechamos y vendemos.

Se está pagando $30 o $40 el kilo de tomate en Capital, y a los productores les quedan $5.

La respuesta del Gobierno en verdurazos anteriores fue mandarnos a hacer ferias. Nos dijeron que en vez de regalar la verdura, las vendiéramos en ferias. Aceptamos. Nos pasaron con una persona que atendía en un puesto, de esos raros, que arma el gobierno, como una "secretaría de puestos en ferias de la Ciudad de Buenos Aires". Y fuimos a participar de esas ferias y lo cierto es que esas ferias no existían, o eran un desastre. Sin ningún tipo de promoción. Y no sólo eso, sino que los compañeros productores, que fueron a vender sus verduras, salieron perdiendo. La verdad es que nos ningunearon y nos verduguearon.

Mientras tanto el recorte siguió con el desfinanciamiento de la Secretaría de Agricultura Familiar. También recortaron a 800 técnicos que asesoraban a los pequeños productores, y entonces no tenemos acceso a poder pagar un ingeniero agrónomo que nos asesore. Y ni hablar del tema sobre la asunción de Etchevehere como ministro de Agroindustria, lo cual sigue marcando cuál es el camino: la visión retrógrada de la primarización de la economía.

Nos vienen ninguneando desde hace rato. Prácticamente, lo que nos están diciendo, es que no tenemos que ir al Ministerio de Agricultura a protestar, sino que tenemos que ir al Ministerio de Desarrollo Social. Nos quieren decir -a la gran cantidad de pequeños productores que hay en todo el país- que pertenecemos a Desarrollo Social, nos están diciendo: "Muchachos, ustedes son los pobres, son los marginales, y la verdad es que no tenemos tiempo para atenderlos". No por nada se le cambió el nombre al ministerio, es decir, sacaron "Agricultura" -que es la cultura del trabajo de la tierra- y le pusieron "Agroindustria", es decir: pensado para empresa, pensado para rendimiento. Y dejando claramente de lado lo que significa la agricultura para nuestro país, no solamente en números, sino en la cultura misma de la relación entre los productores y la tierra.

Pusieron una empresa que se maneja con dos operarios: uno aprieta un botón para que los bichos coman, y otro botón para darles agua. La concentración no genera trabajo

No contemplan que nosotros producimos el 60% de la comida que comen los argentinos. Y los grandes productores, casi nada. La gente no consume soja, sino una ensalada de tomate y lechuga. Por ejemplo: la producción de la zona de La Plata abastece a casi la totalidad de Buenos Aires y a provincias limítrofes. O ahora, en las fiestas, los lechones son producidos por los pequeños productores. Otra cuestión que vale remarcar con el tema de la concentración de la economía es la apertura de las importaciones, con esto nos quieren decir que, como pequeños productores, tenemos que trabajar para los grandes, y que ni se nos ocurra ser independientes.

La apertura de las importaciones provocó que ahora entre cebolla desde Nueva Zelanda. Y no es porque nuestro país no tenga cebollas. Esto también genera la precarización del trabajo. Estamos buscando las alternativas para interpelar a la sociedad, actividades para que vean que se está pagando $30 o $40 el kilo de tomate en Capital, y que a los productores les quedan $5. Entonces hay alguien ahí que se queda con nuestro trabajo, y lo que vemos es que -lejos de que haya un Estado que esté regulando, como se hace en muchísimos países, incluidos varios europeos con gobiernos de derecha- tenemos un Estado que se da vuelta y además beneficia a la concentración. Entonces se produce una lucha desigual en la que nosotros, como organización, salimos a plantearlo, y no vamos a bajar los brazos.

También nos toman de boludos. Quieren que creamos la mentira de la copa que rebalsa del modelo concentrado. Los sectores más fuertes no dejan caer ni una sola gota, y se llevan todo para ellos. Yo nunca vi un empresario que derroche, o que empiece a mirar al pueblo, o que le dé algún tipo de beneficio. Estos tipos, lo único que quieren es seguir produciendo y seguir concentrando. Y si no hay un límite del Estado, vamos hacia una crisis de producción de alimentos muy grave. Y también del trabajo, porque el modelo a gran escala genera mucho menos trabajo que el independiente.

En San Vicente hace poco, se metió una empresa gigante de producción de capones. Ocurrió que los productores de alrededor, al igual que le ocurre a los supermercados con los kiosquitos, se fundieron porque no podían competir. Había 1000 familias productoras de chanchos y 1000 puestos de trabajo, y les pusieron una empresa que se maneja con dos operarios: uno aprieta un botón para que los bichos coman, y otro botón para darles agua. Y después tenés a los que carnean, o si no viene el camión y se los lleva. Es decir, 3000 chanchas madres manejadas por dos personas. Los pequeños productores tienen 30 o 40 madres como máximo, y con toda la familia trabajando allí, y otros más también. En el campo pasa lo mismo. En la zona de la soja, donde la soja avanzó, uno se da cuenta que los campos están desiertos prácticamente. Hay una o dos personas trabajando por campo, con un tractor que siempre cosecha el mismo cultivo, es decir que la concentración no genera trabajo. Al día de hoy los tambos desaparecen porque no conviene tenerlos. Hay que mantener un nivel de trabajo, que es el de ordeñar a las 6 de la mañana y a las 6 de la tarde. Y a todo esto hay que tener máquinas, personal que cuide las vacas, que les dé de comer. Hoy te deja más plata alquilar un campo y vender soja. Hoy no hay trabajo en el campo. Hay muchos pueblos que están quedando abandonados. Entonces las personas se van a vivir a las villas miserias de las grandes ciudades, y son esas mismas personas que sabían producir. Este conflicto productivo va a tener consecuencias cuando dentro de algunos años tengamos que traer alimentos de otras provincias más lejanas a Buenos Aires, o traer alimentos de afuera, porque va a haber poca producción. Hoy se está importando manteca porque no se está produciendo. Han cerrado 3 tambos por día aproximadamente. El 60% de productores chancheros desaparecieron en el 2017. Y se habla de un 20% más en los primeros meses de este año que viene.

Proponemos soluciones. Hemos presentado un proyecto de ley de acceso a la tierra, a través de créditos --porque nosotros queremos pagar-, para los pequeños productores, pero la intención de Cambiemos es otra: vender las tierras fiscales a los sectores concentrados. Se rematan a un valor que termina siendo alto para nosotros, y bajo para los que más tienen. Estaban rematando algo así como 35000 hectáreas -que habían sido tierras del ejército- y el precio en la subasta estaba todo armado para que no se pudieran comprar menos de 100 hectáreas, para que los que puedan acceder a ese tipo de beneficios sean los mismos de siempre.

Por otra parte no es casualidad que Argentina sea el país en el que más veneno de Monsanto se viene echando en el mundo. Somos un laboratorio, como siempre lo fuimos. Y tenemos la mala suerte de tener un pueblo que, durante muchísimos años, pensó que lo más importante era el consumo, y comprar cosas en cuotas, con un gobierno que hablaba de la independencia, pero al mismo tiempo, no generó la cuestión cultural del trabajo digno de la producción nacional. Después vino un tipo que le prometió a esa misma gente, que iba a andar en un mejor auto, y aparte -ahora- va a ser el dueño de la empresa. Y la gente compró, porque no hubo una política seria. Y hoy está claro que la estructura productiva del país, después de 12 años de kirchnerismo, tampoco fue modificada. Monsanto llegó a la Argentina con las puertas abiertas desde antes del kirchnerismo, pero el kirchnerismo le dio vía libre a este modelo. Es decir, nosotros no es que le pegamos a este gobierno y nada más. Si bien hay beneficios que conseguimos a través del gobierno anterior, y no los podemos discutir, con este gobierno se nos está haciendo muchísimo peor.

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