Mucho más que un vivero

por Revista Cítrica
21 de febrero de 2017

Mary y Margarita son dos de las mujeres que reconstruyeron los bosques de Ezeiza. Donde había maleza, basura y troncos quemados, sembraron árboles y recuperaron el espacio y la belleza del lugar. Un logro colectivo para la comunidad que el Gobierno prefiere mantener en el anonimato.

Es diciembre. Ya pasó navidad. Se espera un 2017 que pegará tanto o más que el sol de un verano que recién comienza y se anuncia duro y caluroso. Ese sol nos mata ahora, como si fuera un enviado del infierno hasta este paraíso que son los bosques de Ezeiza. No hay gorra, sombra, agua ni defensa alguna que evite asarnos. Sin embargo, antes era peor. Era todo maleza. Ni un puto árbol de pie. Toda la vegetación por el suelo. Este lugar era el símbolo del destruir lo construido. Pero alguna frase dice que lo importante no es caerse sino poder levantarse. Y este lugar sí que se levantó: sembró, plantó árboles. Creó museos, construyó casas, alimentó hijos. En 2008, el Ministerio de Desarrollo Social decidió recuperar el espacio: los piletones- historia que ya contamos acá- y el bosque. Margarita fue una de las pioneras. Llegó en aquel 2008 con 31 años, tras varios años trabajando en la costura. Hoy tiene 40 y todos los días se dedica a dar vida. Mary es otra pionera. Antes tenía que pagarle a agencias para que le buscaran trabajo en casas. Ahora, a sus 52 años, a pesar del calor, el frío o las lluvias no está más sola: tiene compañeros con los que comparte los días y un trabajo estable y en contacto con la naturaleza.

Mary se despierta todos los días antes de las cinco de la mañana, llega a la sede de Fecootraun Florencio Varela antes de las 6 y de ahí sale para Ezeiza. Se acuesta a las 22.30. Pero le gusta. Los bosques de Ezeiza son su lugar en el mundo: “Yo quiero quedarme acá. Ya no lo cambiaría por otra cosa. Me gusta estar con las plantas, estar todos los días con los mismos compañeros, todos juntos. Llueva o no, se viene igual”.  Marga reconoce que es una tarea dura: “Llevo muchos años trabajando en lo mismo, pero a la vez sé que si me voy de acá lo voy a extrañar. Es un lindo trabajo, aunque a veces muy cansador, más cuando hace calor. Y en invierno, el frío es fuerte. Las heladas rajan la tierra y nosotros tenemos que estar trabajando igual”.

Margarita y Mary son compañeras del vivero que le volvió a dar vida a este sitio. Tuvieron que arrancar de la nada. O peor. Sí había algo: basura. “Cuando llegamos acá era todo campo. Todo monte. Basurales. Árboles caídos. Había paredes viejas. De todo. Nos dieron este terreno y nos dijeron: acá tienen que hacer un vivero". Y ellas lo hicieron: “Empezamos a sembrar. Primero hacemos siembra dentro del invernáculo. Después llega lo que se llama 'repicar', todas las plantas que cultivamos, y luego desmalezamos; levantamos árboles y cortamos raíces para que no se claven en el suelo. A los árboles repicados los dejamos en la media sombra para que se vayan poniendo fuertes. En cambio, los que ya están afuera, ya se van arreglando por ellos mismos. Fortaleciéndose, generando raíces. Son los que después serán plantados en el bosque.  Y ahí se hacen fuertes ellos solos. Tienen que arreglarse con el agua de la lluvia, aguantarse el sol, el frío. Nosotros los preparamos para eso. Tenemos que plantar más árboles y reemplazar a los viejos, o los que se siguen cayendo. Y en los lugares que van quedando vacíos, nosotros vamos y armamos un bosquecito”.

Mary ya tenía contacto desde antes con el mundo de la vegetación, Margarita no. “Antes de venir acá no le daba ni la menor importancia a lo que era un arbolito, y ahora sé el valor que tiene cada uno. Ninguna de las chicas sabíamos nada. Y el cooperativismo me enseñó mucho sobre la naturaleza. Y también a agarrar una pala, un machete, palear, y hacer todo ese trabajo pesado que antes no hacía. Y ahora me la paso mirando arbolitos por todos lados, me llaman la atención, y me pregunto qué arbolito será ese, y así”, comenta Margarita. Mary en cambio tenía un jardín en su casa en el que cultivaba flores. Ahora en el vivero se da el gusto de autogestionarse también la comida: “De comestibles en mi casa no cultivaba nada. Pero acá sí, tiramos algunas semillas y salen”.

No solo el contacto con la tierra hace feliz a Mary. Los bosques de Ezeiza- y el cooperativismo- le cambiaron la vida: “Es el pan que llevo todos los días para mis hijos. Lo lindo es que conocés mucha gente, te vas integrando. Charlás con uno, con otro; disfrutamos lo que hacemos en conjunto, lo que producimos. El trabajo es colectivo. Cuando yo trabajaba por hora era para mí sola. Ahora es más grato hacerlo en conjunto. Tengo tres hijos y tres nietos. Mi hijo no pudo terminar la secundaria, por el motivo de que tuvo que salir a trabajar a la par mía. Si bien ellos no trabajan en el sistema cooperativista, les gusta que yo esté acá porque se trata de un trabajo estable. Ahora, en las agencias, tenés que pagar para conseguir laburo, es una locura. ¡Pagar para conseguir laburo! Y ahora no está como para ir a pagar quinientos mangos en una agencia. Una tiene que ir con los ojos cerrados, pagar los quinientos, y dicen que te consiguen. Pero vas una semana a un lado, otra semana al otro. Y cada vez que cambiás, tenés que volver a pagar los quinientos pesos. A mí, no me sirve. Y lo poco que se trabaja, uno lo gasta en comida y pasaje. Acá el sueldo no es mucho, pero a pesar de eso estoy muy tranquila, muy a gusto con todos mis compañeros y compañeras. Trabajamos en conjunto, parejamente, todos por igual, y sin patrones”, dice Mary y se aleja junto a Margarita. Dicen que ayer plantaron 75 arbolitos en La Paloma, el predio anterior a la AFA. Ahí van, a dar nuevas vidas.

©2024 Revista Cítrica. Callao 360, Ciudad Autónoma de Buenos Aires - Argentina - Editor responsable: Cooperativa Ex Trabajadores del Diario Crítica. Número de propiedad intelectual:5313125 - [email protected] | Tel.: 45626241