El Club Patricios se convirtió en un montón de escombros

por Revista Cítrica
24 de mayo de 2013

Ubicado en Caseros y Boedo, era un espacio de encuentro de jubilados y vecinos. Como no tenía protección municipal, ahora lo demolerán y construirán un edificio de oficinas.

La postal les duele a los más viejos, que caminan el barrio todos los días y todas las noches desde tiempos inmemoriales. En el mismo espacio donde jugaban a las cartas, donde tomaban cafés y discutían carreras y partidos, ahora sólo se observa una montaña de escombros grises: la nada, el vacío lacerante. El Club Social y Cultural Patricios ya es parte de la historia perdida del sur de Buenos Aires. Se cerró a principios de este año y lo comenzaron a demoler en las últimas horas. 

Ubicado en las fronteras de Boedo, Pompeya y Parque de los Patricios, el club sirvió como un refugio de cuervos y quemeros durante casi un siglo. Nació en 1923 y tuvo su primera casa en Caseros y Deán Funes. Por diferencias entre sus socios, diez años después, en 1933, se dividió en dos: Asociación Círculo Patricios por un lado (que conservó la sede inicial y sigue activo) y el Club Social y Cultural, que se mudó a Caseros y Boedo, el lugar que perdió para siempre este mes.    

En el Círculo, algo así como su entidad hermana, aún se da testimonio de los viejos buenos tiempos de un barrio que en los albores del siglo XX le pertenecía a los tangueros, los bohemios y los poetas. Un barrio que fue conocido como el de la quema, por el basurero municipal; el de las latas, por el material con que se construían las casitas; y el de las ranas, por la abundancia de anfibios que habitaban en sus lagunas.

Pero de ese pasado nostálgico ya no queda nada. El futuro lo está desguazando de a poco. El cartel inmobiliario que yacía sobre la fachada del Club Patricios resultaba una perfecta síntesis de esa transfiguración. “Próximamente oficinas de categoría. Distrito Tecnológico”, anunciaba. Beneficiadas por la exención de impuestos y los créditos blandos que les otorga el Gobierno de la Ciudad, algunas medianas y grandes empresas no dudan en trasladarse al Sur. 

“Queremos conservar el escudo de la entrada, como un recuerdo de este club del cual conocemos detalles importantes de su historia, y cuyo final no imaginábamos y lamentamos profundamente”, dice, afligido, Manuel Vila, presidente del Foro de la Memoria de Parque de los Patricios y uno de los hombres que asistía, cada tanto, a sus mesas. 

El cierre -como todo cierre- trajo dolor. Marcela Falciglia, una de las señoras que atendía todos los mediodías el buffet, lo narra mientras observa de reojo lo que era su trabajo hasta hace poco. “Nos pusimos muy mal cuando lo cerraron. Pero el otro día, cuando empezaron a romperlo todo, nos pusimos peor”, cuenta. Marcela ahora atiende el bar Déjà vu, justo enfrente a los escombros del Club Patricios. Allí también se mudó el grupo de amigos que solía pasar sus tardes en el lugar perdido. Chiche, el quinielero de la avenida, es uno de ellos. “Fue muy duro, muchos años ahí adentro”, explica. Otro de la mesa, Comi, murió en estos meses, tal vez de viejito, tal vez de tristeza.    

Antes del cierre definitivo, el Club Patricios estuvo tres meses clausurado porque no tenía la habilitación para funcionar como tal. La dirección municipal sólo le permitió recibir a sus socios un rato cada día. Aunque la mayoría no conocía la situación, las últimas visitas sirvieron como una lenta despedida de la institución entrañable. Derruido en algunos partes y con múltiples problemas legales, los dueños -que no eran sus socios- no dudaron en venderlo.

“Estuvieron 24 años y nunca lo supieron cuidar. No arreglaban nada, nunca tuvieron la habilitación. El club era bárbaro, pero lo administraron muy mal”, remarca Marcela. Hace un lustro, cuando el peor final se percibía cercano, algunos de los parroquianos que se juntaban en el buffet comenzaron a hacer cuentas para comprarlo. Pero los números nunca dieron: “Era imposible. Había que poner cientos de miles de dólares”, explica Marcela. Su resignación es la de todos en la cuadra: esa resignación que provoca sentir que un lugar querible ya es parte de una historia perdida. 

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