Violencia obstétrica en Misiones

por Revista Superficie
17 de septiembre de 2014

Mónica Silva ingresó al Hospital de Área de Puerto Rico, Misiones. Con una gestación a término y los controles hechos en la salita de su barrio, Santiago Uriel debía nacer sin problemas. Pero la historia se vuelve violenta y no tiene un final feliz.

Por Tatiana Lencina

La pérdida del tapón mucoso y las contracciones le anuncian a Mónica Silva que Santiago Uriel ya está en camino. A las 10 de la mañana entra en el Hospital de Área de Puerto Rico y la reciben las enfermeras.

Mónica pasa sola: el personal de la institución hace caso omiso al artículo 2 de la ley 25929 (Derechos de Pa(Ma)dres e hijos durante el proceso de Nacimiento) en su punto 7, que se refiere al derecho a estar acompañada por una persona de su confianza y elección durante el trabajo de preparto, parto y postparto.

A las 14:00, Mónica intuye que algo no va bien con su bebé, teniendo en cuenta que a sus 38 años, habiendo parido vaginalmente a sus otros tres hijos, tiene experiencia y conoce su cuerpo. Santiago Uriel empieza a moverse desesperadamente en su vientre, se le sube; ella se lo comenta a la enfermera para que haga algo al respecto. Esto no le había pasado en sus anteriores trabajos de parto, por lo que pide una cesárea. Sin atender a su pedido, la enfermera le insiste en proseguir el parto vaginal. Tiene 6 cm de dilatación.

El cansancio es tan evidente que una de sus piernas está totalmente acalambrada por la postura que debe adoptar en la camilla de parto. Mónica padece la angustia de no sentirse contenida, respetada, informada o acompañada en el nacimiento de su hijo.

En todo el transcurso del trabajo de parto, le realizan al menos 15 tactos y manipulan su cérvix con dilatación manual, efectuada por un médico que al fin aparece, casi a lo último.

A las 15:00 no se escuchan los latidos de Uriel. Hablan entre ellos que está muerto. Nadie informa a Mónica. Ella, invisibilizada, sólo quiere que esto termine.

Recién a las 17: 15 le practican la cesárea. Uriel pesa 4.800 gramos; Mónica llega a tenerlo en sus brazos.

Ella, su familia y sus seres queridos, viven el duelo día a día. La inoperancia y la desidia, que se evidencian claramente en la actitud de desoír a una mujer que conoce su cuerpo y sus procesos, condujeron a este desenlace fatal.

Mónica no está sola

Gabriela Flores, una vecina muy allegada a la familia de Mónica, sostiene: “Nadie nos devolverá a Santiago Uriel. Tenemos fuerza, estamos unidos. Esto no se puede volver a repetir”.

Romina Villamayor, una mamá que perdió a su hija en el mismo hospital en circunstancias similares, se solidariza y manifiesta: “Esto se tiene que saber, detrás de nuestros casos, hay más gente que no se anima a denunciar”.

Mariana Pizarro, integrante del Colectivo Contra las Violencias de Géneros, desde Posadas, manifiesta su apoyo y acompañamiento: “Esta violencia brutal e innecesaria que padecen mamás, bebés y familias cotidianamente se tiene que terminar. Existe una ley (25929) que nos ampara y un Estado que nos desampara y garantiza la impunidad de quienes destrozan vidas. Nacer y parir son actos de vida. Tenemos la tecnología para no morir. Y la tasa de mortalidad neonatal más alta del país. La maternidad no es un destino individual, sino una función de todxs. Desde este Colectivo se exige la urgente reglamentación de la Ley Provincial XVII Nº 611, respeto del protocolo, un mecanismo de control de las prácticas médicas y duras sanciones a la violencia obstétrica”.

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