Rimas para la libertad

por Lautaro Romero
12 de octubre de 2017

Quienes lo practican, dicen sentirse libres cuando sacan lo que llevan adentro. La palabra y la rima son sagradas en el Freestyle: el fenómeno que mueve masas y apasiona a los pibes, que encuentran en el arte de improvisar un recurso para romper barreras.

Algunos vienen en manada. Otros caminan solos. Quieren demostrar de qué están hechos, de palabras, prosa y poesía que brota desde las entrañas de cada uno de ellos. La masa de gente se moviliza hacia el Parque Rivadavia, en el barrio de Caballito. Seis hectáreas de verde césped en medio de la ciudad. ¿A qué se debe semejante convocatoria? Es que allí, domingo de por medio, se lleva a cabo el Quinto Escalón: un torneo de Freestyle que convoca a miles de pibes del conurbano, la ciudad de Buenos Aires y de las provincias. Algunos aspiran a ser protagonistas, depositar su A.K.A -el pseudónimo- entre los primeros lugares; y por qué no, ganarse un lugar en la próxima Red Bull Batalla de los Gallos (la madre de las competencias de Hip Hop en habla hispana).

Muchos viajan desde lejos. Como Federico, que vive en Lanús. “Para mí, venir acá es como un ritual”, nos confiesa. Es uno de los tantos pibes que habla en rimas. Federico tiene 21 años y, como la gran mayoría, escupió sus primeros versos a temprana edad. “El rap es lo más hermoso que hay porque cuando lo hacés te sentís libre. Sacás todo lo que te presiona y te hace mal. Una persona puede dañar con las palabras, puede encariñar o perderlo todo. Mucha gente lo entiende así”, dice con sabiduría.

Cuentan que en la zona sur del Gran Buenos Aires, tierra del under y del hardcore entre rieles y vagones, hay competencias a diario. Que es común encontrar buenos raperos, con historias de vida que hielan la sangre y te dejan boquiabierto. Lucas Santo (Klan) pertenece al grupo selecto de raperos que actualmente son referentes del Freestyle en nuestro país. ¡Klan, una foto! ¡Klan! Es a quien  persiguen los fanáticos a lo largo y ancho del parque, agazapados detrás del escenario, de espaldas al monumento a Simón Bolívar. La joven promesa del rap se lleva todos los flashes. “Es increíble la pasión que generas como músico. Me han mostrado tatuajes con mis letras, y me siento responsable”, asegura Lucas.

Claro que las redes sociales también juegan su papel: Youtube es el canal de difusión por excelencia del Quinto Escalón, con más de un millón de suscriptores, y en consecuencia, millones de reproducciones a través del streaming. Y pensar que todo comenzó en los cincos escalones  de una de la escalinatas del parque, allá por 2012. Hoy, la entrada es sólo un lugar de paso. “Se volvió masivo”, suelta Klan, como lamentándolo. 

Longchamps nunca estuvo tan lejos para Lucas. Siente que es “grande” y confiesa: “estas son mis últimas batallas”. Decide tomar aire, por eso le escapa a la muchedumbre. Sigue su impulso, tal cual hizo con la música: “Conocí el rap y empecé a escribir. Fue como una necesidad. Después me empezó a llamar la atención el Freestyle. Hace siete años que compito. No es difícil insertarse en el ambiente, pero sí evolucionar”, reconoce, mientras va al kiosco por unos cigarrillos. Con 23 años, es uno de los veteranos del circuito.

Durante una batalla, las pulsaciones van a mil. El cara a cara recuerda que nunca hay que bajar la vista, concentrado, y  frío para responder, sin vacilar ante cada ataque rival. Expresar todo lo que se ve o se siente en el momento. Es decir, improvisar la letra sin una composición previa; sacando provecho del poder de la palabra, además de las metáforas violentas por mera competencia, respetando ciertos códigos ya implícitos que resultan infranqueables para el honor de cualquier Freestyler, comúnmente llamado MC (Maestro de Ceremonia). Los duelos pueden darse uno contra uno, entre varios o en equipos; con 12 compases para improvisar. Al mismo tiempo, existen varias modalidades de competición, entre ellas, el 4x4: cada MC rapea cuatro versos por turno. ¿Si hay empate? La batalla se define mediante una réplica.

A pocos metros del escenario, donde más tarde se sacarán chispas con micrófono en mano para definir un ganador, se vive el under en su máximo esplendor. Hay batallas de alto vuelo en cada una de las rondas clasificatorias. Klan, luce más despejado lejos de las luces que todo lo ven. “El rap es mi vida. Es algo sagrado. No lo dejaría nunca”, afirma; y comienza el recorrido por esos anillos de gente, que ahora hacen de anfiteatros. Pequeños gigantes con gargantas poderosas disparan frases a mansalva, y demuestran que en el Freestyle no rige la ley del más fuerte, sino de quien mejor improvisa, con ingenio y picardía para convencer al jurado y al público, que tiene su peso en la decisión final. Si se quieren encontrar buenas estructuras, también es necesario de actitud y olfato afilado, enlazando rimas acompañadas de los mejores remates, cual payador criollo.

El instrumental marca el compás a seguir. Sonidos de batería y un bombo clap contundente al mejor estilo rap de los 90´, transforman una de las rondas en la principal atracción. Los graves resuenan en las manos, y los cachetes se inflan como un globo. La boca permanece tapada, y los ojos entreabiertos. No hay instrumentos. La base es producto de la destreza y la técnica vocal de un Beatboxer, que presta su aire para el goce de varios. Mueven sus cabezas y las gorras multicolores suben y bajan. Pero Klan permanece inmóvil, expectante en medio del combate. Es un viaje en el tiempo para él. Recuerda sus primeras batallas “a la salida del colegio”. Piensa en que pasó hambre de chico, y en que ahora el rap le da de comer. Cree que es momento de “dejar un mensaje haciendo música”, alejado de la competencia. Lo avalan las victorias por K.O, y una larga lista de canciones y discos grabados, en su corta carrera de rapero. Lucas rememora sus hazañas de cuando era principiante. Puede que para entonces, su voz no fuese tan rasgada. Pero sí igual de intimidante. Aunque algo es seguro: su pasión por el rap no cambió. Sigue ahí, intacta.

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