Ojos ciegos bien abiertos

por Revista Cítrica
16 de marzo de 2016

El Teatro Ciego pone en la cartelera porteña propuestas para ver sin ver. Experimentamos El barrio en sus puños, la ópera rock que cuenta la historia del boxeador Ringo Bonavena.

Ojos abiertos o cerrados. No tiene importancia a la hora de entrar en el Teatro Ciego. Allí el mundo se construye a través de la música, los diálogos, los aromas. Se arma de todos los efectos especiales que llevan a cabo los prestidigitadores de la oscuridad: los actores de este teatro único en el mundo.

Experimentar Teatro Ciego es un viaje de ida. Entramos a tientas, en fila india, guiados por alguno de los actores. Arrastramos los pies y nos agarramos de la mano o del hombro de la persona que tenemos adelante. No nos conocemos pero hacemos un voto de confianza silencioso, “Si vos llegás, yo llego”. Y sí, finalmente todos llegamos y una mano nos empuja amablemente hacia nuestros asientos. Hablamos despacito o no hablamos. La oscuridad invita al silencio. El más mínimo sonido nos pone en evidencia aún más que la luz. Se escucha nuestra respiración, expectante.

“La oscuridad nos coloca a todos en igualdad de condiciones. Borra las diferencias entre las personas”, nos cuenta el productor y director Gerardo Bentatti, antes de que entremos a ver sin ver
El barrio en sus puños. A diferencia del teatro tradicional, en el que el público se ubica alrededor de un escenario fijo, en la técnica de Teatro Ciego son los espectadores quienes ocupan el centro, mientras los actores los envuelven en un entramado de sensaciones que disparan su imaginación. Cada espectador es un escenario en sí mismo en donde la obra adquiere sus propios matices.

El barrio en sus puños es la ópera rock que cuenta la historia de Ringo Bonavena, el mítico boxeador argentino de peso pesado que en 1970 se enfrentó a Muhammad Ali en el Madison Square Garden.

Con las canciones del disco homónimo de Las pastillas del abuelo y las intervenciones de Teatro Ciego, que recrean los sonidos del barrio de Parque Patricios, el olor a choripán de la cancha, las tormentas de verano, el aroma a tierra mojada, los ravioles de Dominga --“la mamá de Ringo--, el tango, la murga porteña, el golpe militar de Onganía, los Beatles, el Mayo Francés, la obra se convierte en un viaje en el tiempo en el que la línea entre lo onírico y lo real desaparece.

En la actualidad, el teatro tiene ocho obras en cartel que abarcan diferentes géneros. Todos los espectáculos se realizan en un espacio absolutamente oscurecido. La mitad del elenco está formado por ciegos o personas que sufren algún tipo de discapacidad visual.

Cuando la obra concluye se enciende un techo de estrellas, tenues, muy tenues. El resplandor apenas nos permite ver el rostro de nuestros magos, de los encantadores de la noche, de los que nos condujeron con destreza más allá de los límites de la luz. Aplauso tímido al principio. Y cada vez más fuerte. Salimos rejuvenecidos, felices como niños que descubren un nuevo pedazo de mundo. Con ganas de volver.

*Por Kei Zaga

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