Ni tu propia muerte podrá matarte

por Revista Cítrica
26 de noviembre de 2016

El comandante Fidel Castro, figura central de la política latinoamericana en los últimos 60 años, murió el viernes 25 de noviembre a las 22.29. En la conciencia de millones de hombres y mujeres, la noticia tardará en volverse tolerable. Más allá del fragor de la lucha revolucionaria que lo envolvió, el continente llora a un líder excepcional.

No hablaremos de ti en pasado, Fidel. De las personas que marcaron la Historia se habla en presente. Tú nos lo enseñaste cuando hablabas del Che con sus hijos pequeños y ellos, que sabían muy bien que su padre había muerto luchando por la revolución, se reían de ti porque decías “El Che dice, el Che está, el Che hace”. Y te preguntaban: “Tío, ¿entonces papá va a entrar ahora por esa puerta?”. Y tú les explicabas: “Es que su padre está presente”. Los chamacos aprendieron del tío y ahora, que son adultos, cometen la misma imprudencia revolucionaria del lenguaje. “Lo queremos, discutimos con él, conversamos con él, con sus escritos. Lo amamos cada día más”, dicen del Che. Lo dicen en presente. Y ahora también dirán de ti. Porque tu legado es inmenso.

Te despiden los líderes del mundo, donde ya casi no te quedan amigos. Llegaste a ver la esperanza de una Latinoamérica unida con justicia social que ahora se desvanece. Tantas veces te mataron los medios de comunicación durante los últimos diez años que pensamos que tu muerte no sería un fin, sino un traspaso hacia otros líderes del continente que seguirían tu legado. Pero no. En el mundo de hoy tu muerte entristece más. Nos queda una Latinoamérica partida, conducida por liberales modernos que profundizan desigualdades, y que se ríen cuando escuchan hablar de socialismo. De comunismo, ni hablar.

Ahora, los mismos medios de comunicación que te mataron antes de tiempo, que te mataron durante tanto tiempo, tratan de recordarte como parte del pasado. Lo mismo hacen los políticos. Dicen que tu muerte es el fin de una época. Por eso, para que no nos engañen, debemos hablar de ti en presente.

Fidel ha hecho mucho. Se ha ganado descansar. Lo que no sabemos es cuánto servirá la lucha. Porque algunos jóvenes la entienden, pero otros no.

Paco, jubilado cubano.

Te reconocen los enemigos, te ningunean, relativizan tu importancia, dicen que fuiste “un gran analista político” para diluir tu verdadera lucha ganada: la de la revolución, la de tu isla sin analfabetismo y con acceso a la salud para todos los habitantes, en la que no hay hambre y en la que si falta algo, no le falta sólo a algunos: le falta a todos.

Pero también tenés amigos en todas las partes del mundo, muchas veces incomprendidos porque tus amigos tienen convicciones de verdad, muy fuertes. Como Hebe de Bonafini, que la primera vez que fue a Cuba quiso preguntarte por qué le diste la mano a Raúl Alfonsín, por qué estrechaste esa mano que firmó la Obediencia Debida y el Punto Final. Y no la recibiste. Después Hebe volvió y se hicieron amigos. Y ella hoy te recuerda con cariño: “Es un compañero del mundo. Te pregunta por tu mamá, por tus hijos, por lo que comes y por esas cosas. Se queja del té con que reemplazó a los habanos y el whisky. Dice que  el té es un asco. Es un divino, un cariñoso”.

Estás presente en los malecones de La Habana y de Santiago, en las construcciones coloniales de Cienfuegos y Trinidad, en tus palabras eternas en el Mausoleo del Che en Santa Clara, en las plantaciones de café y tabaco, en las noches alegres de ron y baile de las calles cubanas, en la parsimonia de los pescadores, en los jubilados que pasean por las playas, en los niños que aprenden y juegan. Si estás presente ahí es porque la revolución no se apaga. Intentaron matarte 100, 200, 600 veces y no pudieron. Entonces ni tu propia muerte puede matarte.

En el mundo de hoy tu muerte entristece más. Nos queda una Latinoamérica partida, conducida por liberales modernos que profundizan desigualdades, y que se ríen cuando escuchan hablar de socialismo. De comunismo, ni hablar.

Estás en Rudy, encargado de cobrar las facturas de luz en un barrio de La Habana que quiere conocer el mundo. Te reprocha no poder hacerlo. Pero te ama. Porque sabe que nunca le faltará nada. Que tu revolución --y la del Che, y la de Camilo, y la de todos los compañeros-- lo convirtieron en un hombre libre.

Estás en Paco y en Ana, dos jubilados que bajan todos sus días a la playa. “El Estado nos paga por no trabajar”, dicen sin ninguna culpa. “Fidel ha hecho mucho. Se ha ganado descansar. Lo que no sabemos es cuánto servirá la lucha. Porque algunos jóvenes la entienden, pero otros no”.

Descansa Fidel. Te tendremos siempre presente.

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