Maestras que luchan, enseñan y aprenden

por Revista Cítrica
11 de septiembre de 2017

Cuatro historias de docentes que enseñan pero también aprenden de una realidad que las castiga: escuelas fumigadas, pibes y pibas malnutridos, sin educación sexual ni sistema sanitario, y víctimas de la violencia institucional.

Como casi todas las fechas en el calendario, el día del maestro también es arbitraria. La historia nos cuenta que “el padre del aula” no faltaba nunca a clases y luchaba por la libertad de los pueblos. Sarmiento murió un 11 de septiembre y en su honor celebramos el día del maestro. ¿No será hora de que las palabras educación, lucha, pueblo y libertad se resignifiquen? Hagámoslo desde el ejemplo de maestras y maestros que -lejos de dividir el mundo en civilización y barbarie- intentan todos los días, desde el patio en una escuela rural o desde un aula que se cae a pedazos en un barrio popular, otro tipo de educación: más inclusiva, más humana, donde los derechos dejen de vulnerarse. Docentes que hablan de abusos de poder, de sexualidad y de contaminación. Que enseñan en el aula pero también fuera de ella. Dispuestxs también a aprender, y que todavía sueñan con cambiar el mundo.

“Ser maestra rural me dio una mirada que yo traté de tener siempre: una mirada de lo que pasa afuera, porque una escuela que no mira más allá de  sus puertas y ventanas pierde su función. Una escuela que no construye ciudadanos conscientes y no trae la realidad al aula, pierde su función esencial. ¿Sino que clase de ciudadano estamos educando? Si educar es dar contenidos, los contenidos están todos en Internet”, reflexiona Ana Zabaloy, maestra rural de una escuela fumigada en San Antonio de Areco.

Ana sabe de luchas, fue testigo de fumigaciones con agrotóxicos en las proximidades de la escuela, y en pleno horario escolar; vio niños y niñas sufrir los efectos de las fumigaciones. “Los docentes rurales somos testigos directos de cómo impacta el uso de venenos en los chicos y sus familias”, dice. No miró para otro lado, lo denunció y lucha por cambiar esa realidad diariamente.

Al igual que  Maximiliano Malfatti, maestro de la Escuela 6, de la Villa 21, en la Ciudad de Buenos Aires. Él asegura que “la mayoría de las escuelas de las villas y los barrios populares están hechas pelota”. "Acá, los pibes y pibas están mal alimentados,  son amedrentados por las fuerzas de seguridad y no acceden a condiciones sanitarias básicas. Y tenemos muchos pibes que por cuestiones simples de salud pierden más días de clase de los que deberían”.

A Marisa Guidolin, la directora de la Escuela N 11 de Barracas, la llamamos un día de semana bien tarde. Su horario laboral había terminado hacía varias horas pero ella seguía ocupada: estaba en la guardia del Hospital Penna con un alumno de seis años  que había sido golpeado por un familiar. La violencia en las casas y en las calles de las villas es cosa de todos los días.  Marisa lo asume como parte de su propia realidad. “Más o menos te hacés una idea de con qué te podés encontrar acá. Y a veces todo te supera. Pero tenemos la convicción de que queremos cambiar esta realidad. Si una docente no tolera un abrazo con mocos y problemas no puede  educar ni aprender acá. Ni en ninguna parte”.

Gabriela Ramos, docente “de alma, de carrera, de vocación”, trabaja en Tantosha con un grupo de docentes preocupadas para que la ley de Educación Sexual Integral (26.485) se haga efectiva. Y denuncia: “Los equipos directivos están muy alineados a los enfoques moralizantes ligados a las creencias religiosas. Y en el sistema político hay resistencias. Ahí están los grandes problemas: doble moral, hipocresía, disciplinamiento de cuerpos femeninos. Un sistema político que mira para otro lado y que sigue poniendo en riesgo la vida de las mujeres cuando no motoriza la ley”.

En el último tiempo hay temas de los que no se puede hablar. “Quieren obligar a que a los venenos se los llame fitosanitarios, las mineras exigen que en los manuales se saquen los contenidos que señalen el riesgo de contaminación de la megaminería y se quiere recortar los contenidos que abordan los derechos humanos.  Me parece gravísimo no poder hablar en la escuela de la desaparición de Santiago Maldonado. Recortar los contenidos relacionados con contaminación ambiental también es recortar los contenidos referidos a derechos humanos y especialmente al derecho de los niños. Y eso es gravísimo”, afirma Ana Zabaloy.

“En este momento cuando parece que la Patria Grande está fragmentada, volver a pensar que la educación emancipatoria es para desalambrar nuestro propio territorio, para volver a apropiarnos de nuestro propio cuerpo. Dentro de las aulas hay una avidez absoluta de chicas y chicos de pensar esta temática, de poder trabajar sobre estas situaciones, de poder decir por fin que su deseo por alguien de su mismo sexo no es patología. Al ser docente aprendo a criticar al sistema que no garantiza derechos iguales para todos y todas, a intentar transformarlo y a pensar con las y los estudiantes qué país queremos”, aporta Gabriela, que sabe que ser docente también es aprender.

Día a día cambian las emociones. Cambian las luchas. Pero siempre enseñando a pensar. A ser personas. Y no solo  cuerpos a los que se les inserta contenido. Así aprende Marisa, enseñando en un contexto donde lo que más se ve es la desigualdad: “Es lindo llegar a la escuela y  encontrarte con sonrisas tan puras. No todos los trabajos te dan ese regalo. A veces voy a la escuela con algún malestar, pero la energía que me dan los pibes y pibas  me cura de todo. Es que yo aprendo muchos de ellos. A caerme y levantarme, como ellos hacen siempre. Me enseñan a no tener rencor, a vivir con amor. Ofrecen todo sin pedir nada a cambio. Nosotras no enseñamos qué pensar, enseñamos a pensar”.

Maestras y maestros casi anónimos. Luchan, enseñan, aprenden. Ponen el cuerpo. No callan nada. Ejercen la docencia de la única forma en que sirve para algo: vinculándola con la realidad.

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