“Los jueces deben salir de la urna de cristal”

por Revista Cítrica
21 de agosto de 2016

En su paso por Buenos Aires, Baltasar Garzón, el hombre que consiguió juzgar a represores en tiempos de Obediencia Debida y Punto Final, pidió una Justicia más cercana al pueblo. Su infancia, las enseñanzas de su tío republicano y su visión sobre Argentina.

Si hay algo que sabe la Justicia es ser injusta. No es novedad para nadie, sin embargo hay momentos en que eso es más evidente. En los últimos días mucho se discute y se escribe al respecto en nuestro país. A Baltasar Garzón, conocido mundialmente por haber sentado en el banquillo de los acusados a Pinochet cuando nadie se animaba o por juzgar a genocidas argentinos en tiempos de Obediencia Debida y Punto Final, le quisieron imponer desde siempre, en plena dictadura franquista y aún hoy, que con algunas cuestiones no hay que meterse. Precisamente ese sentimiento de injusticia, esa rebeldía que lo acompaña desde niño, lo empujó a luchar por traer algo de justicia para el lado del pueblo.

De ahí viene Baltasar, que nació en Torres, Jaén, un pequeño pueblo andaluz en la ladera de las montañas, en un valle junto al río. “Es una sierra preciosa, una especie de círculo, que no la ves hasta que estás a quinientos metros”, describe este hombre, ayer un niño “bastante travieso; era el jefe de la cuadrilla de los chavales. Mis padres eran agricultores. Mi padre me llevaba a trabajar con él desde chiquito. Recuerdo estar con seis, siete años e ir al campo a las cinco de la madrugada, a cuidar las hortalizas y vender los productos. Era tremendo que me llevaran a esa edad, pero no es que no me quisieran: era una forma de enseñarme responsabilidad en el trabajo. Y era la necesidad de tenerme controlado porque era más malo que un dolor. No estaban muy seguros de lo que podía hacer suelto en el pueblo, y de esa manera preferían ‘atarme corto'”.

Baltasar recuerda esos días como de “mucha libertad, toda la que no se tenía en España en ese momento por la dictadura”. Pero una situación familiar le empezó a dar los primeros indicios de que algo no andaba bien. Uno de sus tíos había sido comisario político del Ejército Republicano. “Era un hombre muy conservador, de derechas como toda la familia de mi madre, pero cuando fue el golpe de estado del 36 decidió quedarse con la legalidad republicana, y entonces, hizo la guerra y al final fue condenado varias veces, a pena de muerte; luego le computaron la pena y los cuarenta años siguientes fueron de visitas continuas de la Guardia Civil a la casa. A mí me llamaba mucho la atención que cada dos por tres había un señor de verde en la casa o en el campo”, cuenta quien en ese entonces no entendía por qué esos guardias se llevaban los productos de la tierra o comida. “´Es una atención’, decía mi madre, pero si bien era verdad que era una atención, ellos iban a controlar a mi tío. Llegaban, preguntaban, miraban por un sitio, miraban por otro y se iban, así durante cuarenta años”.

¿Hablabas con tu tío?

Sí, de hecho la Guerra Civil, la postguerra, toda la historia de España en gran medida la conocí a través de él, porque en el colegio no te enseñaban nada. Había una asignatura que se llamaba Formación del Espíritu Nacional, que yo me la birlaba siempre, por eso los maestros me castigaban setenta veces. Yo me escapaba y me iba al campo en vez de formarme en el espíritu nacional, por eso acabé así. Yo tuve la suerte, por escaparme, de no formar parte de la organización juvenil de falange; falange era como el brazo paramilitar de la dictadura. Y había una organización juvenil española, la OJE, y todos se apuntaban porque era la única forma de hacer deporte, de que prosperaras; te hacían poner un uniforme de pantaloncitos cortos como las SS, salvando las distancias. Las primeras injusticias que sintió en carne propia Baltasar fueron los castigos de los profesores. “A veces nos ponían garbanzos en el piso y tenías que hincarte de rodillas y rezar el rosario”, recuerda de sus tiempos en el seminario. Sí, aunque pocas veces lo cuenta a los ocho años ingresó en el seminario, porque “quería ser misionero, trabajar por los demás, ayudar”. En esos años sintió el rigor de los curas, aunque estos también lo “sufrieron”. En un viaje a Roma, junto a dos compañeros fue a una librería del partido comunista en la Vía del Corso y compró tres discos de los cantos de la Resistencia Española, que en ese momento estaban prohibidos en España. A sus dos compañeros los descubrieron y uno de los curas, que sospechaba de él, lo interrogó, lo acusó delante de todos y le hizo pasar un mal momento que nunca olvidará. Después, cruzó la frontera con el miedo y la amenaza de ir preso. Pero nadie encontró el disco. “Lo tengo en mi casa todavía. Y entonces dije: ‘Te tienes que acordar de lo que nos ha hecho pasar este cura’. Y le grabé el disco en una cinta de cassette. El tipo todas las noches a la misma hora rezaba el Breviario y oía cantos gregorianos en su despacho. Entonces yo agarré la cinta, me metí por el hueco de una ventana, saqué la de cantos gregorianos y le coloqué la cinta con la canción ‘Gallo rojo, gallo negro’, que gallo rojo es el socialismo y gallo negro es el fascismo. El tipo le da play, empieza a rezar el Breviario y de repente sale la canción que no esperaba a todo volumen: ‘Gallo negro, gallo negro, te lo advierto. No se rinde un gallo rojo, más que cuando está ya muerto’. Salimos todos corriendo y el tipo despavorido gritando: ¡Garzón, Garzón!”. Por cosas así, los curas le decían a los amigos de Baltasar que no se juntaran con él, porque era un comunista y los iba a corromper. Harto de los abusos de poder y las imposiciones, a los dieciséis años dejó el seminario, pero tuvo que seguir un año más en un colegio tutelado por sacerdotes del Opus Dei para no perder una beca. “Fue un poco escabroso. El último día me echaron pero no por una cuestión política, sino por ir a cantarles serenatas a las chicas del colegio de enfrente. Y una de las que era homenajeada es la que después fue mi mujer; y hoy llevamos 32 años de casados”. Por ese entonces Baltasar imaginaba un futuro de psicólogo o médico, pero una charla con el padre de un amigo, que era juez, le ayudó a encontrar su vocación. “Me cautivó la presentación que me hizo sobre la independencia, de alguna forma mi carácter había sido hasta ese momento, si quieren llamarlo rebelde, rebelde. Si quieren llamarlo comprometido y arriesgado en las empresas, también lo era. Y encontré que una fórmula de canalizar esa ayuda, ese apoyo a quien lo necesitaba, pues podía ser el derecho. Y de hecho así fue”.

Y también fuiste descubriendo lo injusto de la Justicia.

Sí, eso es así, pero también hay jueces justos. Yo he procurado siempre estar muy cerca del pueblo. El pueblo no en sentido político, si no el pueblo físico. Primero por que soy del pueblo y soy de un pueblo y nunca me han gustado las jerarquías. Cuando alguien mira por encima del hombro al otro por lo que posee o por lo que la vida le ha dado, no me gusta. Eso mi madre me lo metió a cincel, teníamos que tratar igual a todos. La casa de mi madre, de mi abuelo, era la casa del pueblo. Todo el mundo iba a pedirle opinión a mi abuelo, que había sido alcalde; un hombre conservador, pero un hombre bueno. Todos iban a pedir ayuda a María Juana, que era mi abuela, siempre estaba abierta la casa. Entonces eso te queda impregnado y yo la justicia la entendí siempre confundida con el pueblo. No soy de la idea de que los jueces son una especie de casta, que por el hecho de que has conseguido, que has tenido la suerte y la oportunidad de tener esa posición -que muchas veces es demasiado endogámica, porque el padre, el abuelo, y el hijo lo es-, tienes que relacionarte con cierta gente, solo con la élite de los pueblos o de las ciudades.

¿Siempre te incomodaron las fuerzas vivas?

Sí, de hecho mis mejores amigos en el pueblo eran un carbonero, un mecánico, un sastre, uno que trabajaba en telecomunicaciones. No me llevaba mal con el notario, con el registrador, con los ricos del pueblo, pero no era mi ambiente. Siempre luché porque el juez dejara de ser esa figura en una especie de urna de cristal. Decían que la única forma para no contaminarte es estar aislado, y yo pienso lo contrario; la única forma es contaminándote, contaminándote de sociedad, conociendo a la gente, a la que tienes que aplicar el derecho, sabiendo cuáles son sus problemas. Yo sé la teoría y la aplico cuando la debo aplicar, pero nunca la he aplicado para que constituya un obstáculo para resolver la cuestión de fondo; de alguna forma eso me ha llevado a enfrentamientos, conflictos y demás. Y finalmente a una discrepancia profunda en la interpretación guiada siempre en beneficio y apoyo de las víctimas, como han sido los crímenes de Lesa Humanidad y, específicamente, con el tema del franquismo. Ahí choqué con la más pura y dura configuración formalista del Derecho en la Corte Suprema española y vino la suspensión y todas las historias que se conocen. Lo importante son también las convicciones. Yo creo que la soberanía reside en el pueblo. Y por lo tanto los que estamos en servicio público tenemos que servir al pueblo. Nunca me ha gustado decir que los ciudadanos piden justicia. ¡Que exigen justicia!

¿Te sentiste traicionado por la justicia española?

No, porque realmente obedecieron a lo que imaginaba que iba a suceder. Pero hay cosas en la vida que tienes que hacer aunque sepas que el resultado es nefasto para ti. Esa es mi forma de pensar. Jamás me he vuelto atrás en algo que creía que tenía que hacer, que la ley me permitía hacerlo, que era justo hacerlo. La posición que mantengo yo y muchas gentes es correcta, porque hay que dar una respuesta a las víctimas que no se ha dado. Hasta no hace mucho tiempo, cuando en mi casa se hablaba de estos temas, mi madre se levantaba y cerraba las ventanas. Yo le decía ‘pero mamá, por favor, que llevamos treinta años de democracia’. ‘No hace falta tampoco provocar‘, me decía ella. Está metido en los genes. El problema de España respecto al franquismo es que el franquismo no ha sido conocido. Nunca ha habido una enseñanza en democracia, una explicación objetiva de lo que ha sido la dictadura. Incluso hay todo una generación de jóvenes que han empezado a saber del franquismo cuando empezaron las causas del franquismo. Se creía, equivocadamente, que había que mirar para adelante, que lo de atrás quedaba bajo el manto del olvido. Y ese es el gran error. Cuando los políticos deciden que hay que pasar la página, la sociedad hace las cosas forzadas porque no queda más remedio, pero los sentimientos quedan. Por eso hasta el día de hoy no hay una verdadera reconciliación general en España. Setenta años después y siguen todavía ciudades españolas con nombre del dictador, de generales golpistas, de los símbolos franquistas. Es que no se tiene sensación de que eso fue una dictadura para mucha gente. Fue una dictadura muy larga en el tiempo, cuarenta años, y después no hubo ninguna sanción, por lo que son setenta años de impunidad. Por lo tanto, qué le vas a explicar a mucha gente. Franco fue un hombre bueno, te dicen, hizo muchas cosas. Sí, hizo muchas cosas y persiguió a mucha gente, y no hubo libertad y quien tuvo que desaparecer desapareció. Cuando te cuentan la historia de una forma diferente, entonces cambia. ¿Por qué en Argentina hay una conciencia de lo que ha sucedido? Porque hubo un bloque de la sociedad civil, representado por Abuelas, por las Madres, que fue de denuncia permanente. Esa denuncia permanente fue calando en la sociedad. La explicación, después, aunque hubiera impunidad, se produjo. Se habló sobre la dictadura, sobre las consecuencias de la impunidad y de las Leyes de Obediencia Debida y Punto Final, de los indultos, había cuestionamientos, había debate, había discurso. En España no. En España, en las escuelas nunca se explicó qué fue la guerra civil. Cuando en historia española tocaba el capítulo de la guerra civil, se salteaba. Y de la dictadura ni se hablaba. Ahora ya sí. A los chavales de 18, 20, 25 años, les preguntas quién era Franco y no lo saben. ¿Un futbolista? Sí, muchas veces te dicen un futbolista. No ha habido conciencia de la democracia española para explicar que ese pasado está influyendo de forma directa en el presente. Y la prueba ha estado conmigo. Cuando por primera vez un juez atiende las demandas de las víctimas, y por primera vez dice esto que ocurrió aquí en España se llaman crímenes de lesa humanidad. Y aquí hubo una dictadura fascista y hubo unos crímenes masivos que no se han juzgado. Y unas leyes de impunidad que tratan de encubrir esto. Y son delitos actuales. Bueno, hubo una parte de la sociedad, y sobre todo la sociedad internacional que dijo por fin. Pero se levantaron todos los ancestros y dijeron bajo ningún concepto. Y entonces ¿qué es lo que había que hacer? Cargar contra el juez. Muerto el perro se acabó la rabia.

¿Cómo ves a la sociedad argentina?

Yo veo en la sociedad argentina un hecho fundamental, y es el compromiso de los jóvenes. Yo estoy impactado con los movimientos juveniles y con los movimientos de jóvenes, entendiendo por tal hasta los de treinta y tantos años. Es el compromiso rebelde de los jóvenes que en otros países de Europa estaba muerto, no sé si tuvo una especie de resurrección fugaz con el movimiento de los indignados, ahora parece que vuelve otra vez enfrentándose a políticas conservadoras, pero realmente la energía y la convicción que se despliega política y socialmente en la Argentina desde sectores más jóvenes, demuestra el pulso y el nervio que está vivo en esta sociedad y no al contrario. Eso no puede significar nada más que cosas buenas. El kirchnerismo es un proyecto claramente ubicado ideológicamente en contra de las grandes corporaciones que nunca van asumir una política en la que, por ejemplo, los derechos humanos tengan un papel muy relevante o en la que las convicciones tengan un papel muy importante. Durante los gobiernos de Néstor y Cristina se hizo coincidir lo que se piensa con lo que se dice y lo que se dice con lo que se piensa, y eso en política, desde mi punto de vista, es importante.

¿Te sorprendió cuando empezaste a conocer cómo fue la dictadura en Argentina? ¿Cómo fue tu acercamiento a lo que pasó acá?

Ha sido una visión retrospectiva. Yo me acuerdo el año 78, las banderas y Videla inaugurando el Mundial. En España no se sabía lo que estaba ocurriendo, estábamos en plena transición y no fue como años antes con Pinochet; es decir, cuando cae Salvador Allende, en España hubo una respuesta estudiantil fuerte. Yo estaba en la universidad por ese entonces, y fue tremendo. Tras la primera película, “Llueve sobre Santiago”, acabamos arrancando los asientos del cine, la policía cargando todo, una bronca en Sevilla en contra de la dictadura de Pinochet. Con el tema de la dictadura Argentina fue distinto, no hubo ese impacto. Había conciencia de que estaba sucediendo algo pero como todo más silencioso. Todo era muy confuso. Cuando fue la guerra de Malvinas, la reivindicación de Argentina era evidente, pero como estaba la Junta Militar, que era quienes estaban haciendo la represión, era como una esquizofrenia que no acababas de decir ¿a quién apoyo? Después, poco a poco fue el impacto de todo lo que ocurrió. Y posteriormente la causa contra la Juntas militares y luego una sensación durísima de choque cuando se aprobaron las leyes de Obediencia debida y Punto final. Como que nos quedamos, ¿y qué ha pasado? ¿Cómo es posible que el gran héroe de Alfonsín nos haga esto? Estábamos tan felices con el juicio a las Juntas, la lectura de la sentencia fue impresionante, esa imagen del tribunal civil, sin togas, sin nada y de golpe los dejan a todos fuera, perdonados, y las víctimas solas. De alguna forma ahí comenzó, era como que te queda en la retina, en tu interior diciendo esto no está bien. Alguna vez algo tenemos que hacer.

 

Y Baltasar se puso a hacer. Cumplió su objetivo de ser juez y se destacó en causas importantes. Muchos celebraron cuando se metió con el narcotráfico o con la ETA. También cuando la Justicia española quedaba bien con el mundo y mediante el derecho universal perseguía a Pinochet, a Sicilingo. Pero cuando Garzón se metió con el franquismo, toda la derecha de su país se le fue encima, utilizando sus armas más poderosas: los medios de comunicación y la Justicia. “Mediáticamente lo que ha pasado en el exterior ha sido favorable a la investigación, pero en el interior de España ha habido medios de comunicación, los de la caverna, de la extrema derecha y financiados por determinadas estructuras de poder de la derecha que han sido feroces, han ido a desgarrar, en particular a mí, porque era el promotor. Unido eso a la investigación del caso de corrupción más duro del ámbito político español, que afectó al Partido Popular, que fue el caso Guerten, que finalmente fue el que determinó que me condenaran en España, para que no hubiera posibilidad de que esto prosperara. Y algunos medios progresistas que se debatieron entre el sí o el no, el no de parte de intelectuales que habían hecho la transición, y por tanto la transición era su gran obra, y otros progresistas que decían que no se había hecho la transición. Se hablaron de muchas cosas pero de lo único que no se habló fue de justicia, de la iglesia y de los bancos. Esos tres temas no se tocaron en la transición. Los bancos mirá donde nos llevaron y donde nos están llevando. El tema de la justicia, pues, la verdad es que no somos de los más valorados de la sociedad. Y el tema  de la iglesia pues va a su ritmo. Fuera de España la visión ha sido diferente y el franquismo sigue siendo el capítulo pendiente de las dictaduras modernas. Es la única hasta el día de hoy que no ha rendido cuenta ante nadie”.

Franco dijo que sólo respondería ante dios y ante la historia

De momento el franquismo sigue respondiendo ante dios, no sé qué dios, y ante la historia. Aunque ni siquiera ante la historia, porque ahora se están empezando a conocer documentos que estaban ocultos. Cuando yo empecé la investigación de los crímenes franquistas pensé que me iba a encontrar con todos los archivos sistematizados y comencé a solicitar información al ministerio del Interior, de Defensa, y me decían no hay nada. Setenta años y no hay un archivo sistematizado. Eso es gravísimo, eso te da la idea de desmemoria oficial que se ha instaurado en España y de esa desmemoria son responsables todos y cada uno de los partidos políticos que han gobernado. No se salva ninguno. Y el único rayo de luz que se percibe ahora mismo es en Argentina, a partir de que se admitió la causa contra el franquismo. Por lo menos las víctimas están teniendo oportunidad que se les oiga. Estas son las paradojas del destino. En el año 2006 yo abrí la puerta para que las víctimas argentinas fueran oídas por un juez español, y ahora el destino ha querido que una jueza argentina, María Servini de Cubría, oiga las declaraciones de las víctimas del franquismo porque allí ha prohibido la investigación y se ha juzgado al juez que la inició. Esa es la grandeza del principio de jurisdicción universal bien entendido. Yo animo a la jueza a que se tome con mucha seriedad esta obligación, porque realmente es una ayuda muy grande a la democracia española que siga la investigación adelante lo más posible.

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