Lo vimos sin TV

por Revista Cítrica
18 de diciembre de 2017

Detenidos y detenidas. Periodistas, fotógrafos y manifestantes con balazos de goma. Policías apedreados. El pueblo, reprimido a la tarde, volvió a llenar las calles de noche. Cronología de un día históricamente triste que el Gobierno decidió no evitar.

Lo vimos sin TV. Temprano, a la mañana, cuando las vallas nos empezaban a alejar del Congreso y la Policía de la Ciudad cargaba sus armas; y al mediodía, cuando un grupo de infiltrados quería "enfrentar a la policía" sin importarle el pedido de miles y miles de personas que se manifestaban en paz.

Lo vimos en las plazas y en los alrededores: a docentes y trabajadores que vinieron en micro --porque es el medio de transporte en el que viajan quienes se organizan-- y que fueron requisados como si llevaran bombasa jubilados y jubiladas que reclaman por sus derechos; a jóvenes que salieron a la calle a defender a sus madres y padresa militantes que militan contra las desigualdades; a fotógrafos y fotógrafas con la responsabilidad social de capturar las imágenes de la realidad.

Vimos también, a eso de las dos de la tarde, a la gente preguntar: "¿Hay quórum?". Y sentimos bronca porque lo hubo. Vimos las vallas caídas, y vimos el frente a frente entre manifestantes y policías. Vimos a un jubilado caminar, con la serenidad del acto justo, por delante de toda la fila de policías. Y después las corridas falsas. Y después el devenir del estallido siempre latente. Y las piedras y el fuego justo dónde la tele podía ver, pero los que íbamos a pie no. Y ahí lo vimos todo. Lo que mostraban las televisiones de los bares pero sobre todo lo que no. Las ambulancias del SAME yendo y viniendo, levantando heridos. Pibes y pibas inconscientes, narices y caras rotas. Postas sanitarias abarrotadas, un compañero de Página 12 que entró herido a la sede de Asociación Madres de Plaza de Mayo, gases lacrimógenos que nos intoxicaron, balas en el piso pero también en nuestros cuerpos, especialmente en el de los fotógrafos. También policías rengos y ensangrentados. Eso --que sí salió en TV-- también pasó. Así como también policías que volvían heridos a los enfrentamientos a seguir peleando.  

Fabián Casas se paró delante de un policía, se levantó la remera y le dijo: "Mirá, sólo tengo un chaleco moral". Y el efectivo, irritado, le tiró gas pimienta en la cara.

Escuchamos, porque no vimos, que mientras todo eso sucedía, el presidente de la Cámara de Diputados, Emilio Monzó, después de un cuarto intermedio, aseguró que en media hora se resolvería lo que estaba pasando en la Plaza. Y vimos, sentimos y sufrimos el modo Cambiemos de resolverlo: despejar la Plaza Congreso a balas, gases y represión. Y corrimos sin mirar atrás, con la frente alta deseando un horizonte de calles sin policías. Atrás preferíamos no mirar: nos estaban tirando, nos estaban sacando de la manifestación a balazos que oíamos en nuestras nucas. Y cuando ya estábamos a más de 10 cuadras de la Plaza y nos creíamos a salvo nos llegaron los gases y sentimos de vuelta a la Policía a menos de 50 metros. Y nos siguió persiguiendo hasta 9 de Julio. Para amedrentarnos y que no pensáramos en volver; para recordarnos el peligro de protestar.

Una viejita nos decía, con los ojos y la cara roja, que esto no lo había visto nunca, ni con los milicos. 

Después de una larga vuelta llegamos a Callao y Sarmiento, donde el escritor Fabián Casas se paró delante de un policía, se levantó la remera y le dijo: "Mirá, sólo tengo un chaleco moral". Y el efectivo, irritado, le tiró gas pimienta en la cara. Fabián entró al Hotel Bauen, donde está la redacción de Cítrica y donde también estaba nuestro compañero Juan Pablo Barrientos, que descargaba sus fotos con 20 balazos de goma en el cuerpo. Mientras, las noticias de periodistas y fotógrafos heridos y detenidos se multiplicaban. A una cuadra, otra fotógrafa que había perdido transitoriamente la vista, recibía indicaciones acerca de dónde estaban los escalones para poder entrar a una pizzería y recibir alguna asistencia. Y veíamos las fotos y los videos: nunca en la tele. Siempre en teléfonos, los que habíamos filmado, los que nos llegaban por whats app y los que veíamos por redes.

Vimos también como personas que salían del subte escapaban de los gases lacrimógenos que la Policía había tirado en las estaciones Lima y Sáenz Peña. Y como una viejita nos decía, con los ojos y la cara roja, que esto no lo había visto nunca, "ni con los milicos". 

Vimos también a la Gendarmería, que no iba a formar parte del operativo, rodeando las calles céntricas a toda velocidad. Y al jubilado que recibía palazos de un policía que se bajaba especialmente de la moto para pegarle. 

Y otra vez la calle. Pero ya no Rivadavia y Callao, sino la 9 de Julio: porque era a diez cuadras del Congreso --donde la mayoría de los legisladores no querían escuchar la voz del pueblo-- el lugar exacto en el que reprimían. Allá vimos heridos graves que recibieron balazos de goma desde centímetros. Y policías en motos que atropellaban. 

Cayó la noche y los números daban cuenta de lo ocurrido: más de 80 detenidos, más de 180 heridos, entre manifestantes y policías. En la tele vimos poco. Pero en el hospital no: ahí estaba Alejandro, en el Ramos Mejía, con un balazo de goma que le había quitado la vista de un ojo. "No veo absolutamente nada con el ojo izquierdo. Fui a la plaza en un plan pacífico y me encontré con una Policía que está desbocada", nos dijo.

Rumores de que murió el pibe baleado y atropellado. Rumores de que murió un policía. Mucha información falsa.

Y de pronto, todo lo que vimos, todo lo que la tele no mostró o mostró poco, apareció. Lo vimos en cada barrio; primero tibiamente en los balcones, en donde sonaron cacerolas espontáneas, sin ninguna convocatoria en redes sociales, solo producto de la indignación, de un pueblo que defiende no solo a jubilados y jubiladas sino también a un país sin represión y sin violencia. Las personas salieron de sus casas y se juntaron, protestaron juntas y marcharon. Para dejar en claro: la Policía --y el Estado-- nos puede correr de las plazas y de las calles una y otra vez. Pero siempre volveremos. 

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