"Las cosas ocurren mientras uno escribe"

por Agencia NaN
18 de octubre de 2013

Pablo Katchadjian, quien adquirió fama por un conflicto María Kodama, prepara un libro sobre los medios de comunicación y la cadena del pesimismo.

Con su bigote a lo archiduque Franz Ferdinand, Pablo Katchadjian camina con un andar apresurado, ausente del alboroto de las calles de Palermo, hacia un bar en la esquina de Güemes y Billinghurst donde luego será la entrevista con NaN. Se lo nota cansado, pero siempre amigable y predispuesto a la charla. Katchadjian tiene 35 años, es escritor, también editor. Su cara no es nueva. En el mundillo literario, su nombre se asocia fuertemente a experimentos formalistas. Pero su primera pasión fue la música: a los 14 años comenzó a estudiar guitarra y violín, tuvo algunas bandas, pero a los 22 pasó de escribir letras de canciones a poesías.
 
Por estos días, el escritor de apellido armenio difícil de pronunciar, recorta citas periodísticas de los diarios Clarín, La Nación, Perfil y Página/12 para su próximo experimento formalista, La cadena del pesimismo. Las páginas del libro sólo tendrán una selección de esas frases, publicadas entre marzo último y el 7D. Cita, quién, cargo, cita, quién, cargo, como una cinta sin fin. Así será su operación sobre el periodismo. “Va a tener un prólogo para explicar lo que hice. Me acordaba de una cita de Jonathan Swift, enviada a un diario, “Estimado señor, detesto leer sus escritos porque no comparto sus principios y no soporto que me traten de convencer. Un poco ése es el origen la idea”, comenta, entre pucho y pucho.

¿Qué notó hasta ahora en su selección de citas?
Hay un efecto aplastante por la cantidad de información, pero se puede ver cómo temas que eran los más importantes una semana después son olvidados. Es una forma de procesar las cosas que me rodean. Aparecen un montón de diálogos, algunos son hermosos. Me pasaba lo mismo cuando ordené el Martín Fierro, leía partes y decía qué “lindo que pase esto”. Igual ahora es distinto, acá la selección es voluntaria. Por ejemplo, el español de YPF (expresidente) Antonio Brufau aparecía diciendo “Argentina se ha dado un tiro en el pie” tras la reestatización, y al otro día el nieto del rey se dio un tiro en el pie y el rey apareció lastimado matando elefantes. Entonces se arma un sentido: ¿quién se dio un tiro en el pie? (risas).
 
¿Pensó en las lecturas binarias que se podrían dar?
Trato de no pensarlas, pero sí. Si es leído así, se arruina el libro, aunque después pensé: si lo leen así es porque buscan esas lecturas. Por eso voy a agregar un prólogo y la cita de Swift va contra esa idea de no soportar que traten de convencerme. El libro no es kirchnerista ni antikirchnerista, es otra cosa.
 
El libro continúa a El Martín Fierro ordenado alfabéticamente y a El Aleph engordado, publicados en su editorial independiente Imprenta Argentina de Poesía (IAP). Por ese relato, de 200 ejemplares, la cruzada del copyright María Kodama lo demandó penalmente por “defraudación de los derechos de propiedad intelectual”, un delito con penas de uno a seis meses de cárcel. Por lo pronto, un juez y la Cámara de Apelaciones lo han sobreseído, pero la viuda de Borges persiste con sus acciones legales en la Cámara de Casación Penal, e incluso se especula con una demanda civil. Del tema, Katchadjian prefiere no hablar por recomendación de su abogado, el escritor (y biógrafo de Osvaldo Lamborghini) Ricardo Strafacce. Hoy no hay novedades en la causa.
 
En sus intervenciones a textos canónicos, el escritor llevó adelante dos dislates o procedimientos formalistas, según cómo se lean. En el “poema nacional”, el autor realizó sólo una operación: ordenar, literalmente, de la A a la Z sus 2316 versos, sin cambiar una palabra, sílaba ni coma, como en “Al verse sin compañero / al viejito enamorao / alcanzando con la punta/ Alcé mis ponchos y mis prendas / Alcemos el poncho y vamos.” Está claro que “en literatura, el orden de los factores altera profundamente el producto” (Horacio Quiroga dixit). “Hoy mi hijo jugaba con dos juegos distintos de encastre, y los mezcló entre sí, puso una pieza en lugar de otra y los apiló. Inventó algo nuevo, se rió y me dijo, ?me gusta hacer esas cosas?. Y es eso. Así surgió el primer libro, no por una motivación intelectual de tipo ?voy a tomar el poema nacional porque me importa hacer una lectura transversal de la tradición?. Finalmente, puede haber algo de eso, pero no fue eso”, sincera y resalta: “Es una forma de procesar a las cosas que te rodean, en mi caso, textos”. Mientras, al clásico borgeano de cuatro mil palabras lo engrosó con 5600, muchas en oraciones absurdas. Al final del libro, Katchadjian aclara: “El texto de Borges está intacto, pero totalmente cruzado por el mío”. El experimento fue similar a la Gioconda con bigote y barbilla, de Marcel Duchamp.
 
¿Volvería a publicar esos libros?
Antes de que empezara la causa, ya había decidido que no habría reediciones. Me parece bien que sólo hayan sido 200 ejemplares, y que si alguien lo quiere lo consiga fotocopiado (N.d.R.: en la web el libro no fue liberado aún por ningún lector). 

 En la novela se habla de dos tipos de “esclavitudes”: la que sufren los esclavos y la que denuncia el hijo de Aníbal, otro hombre poderoso, con dinero, seguridad privada, que se considera esclavo del Poder Central y dice, “La esclavitud es humillante. No debemos tolerarla más”. ¿No es una paradoja?
Para ellos la esclavitud es una metáfora de otra cosa y no es la esclavitud real que ellos mismos ejercen. En la Revolución Francesa, por ejemplo, los burgueses hablaban de libertad, pero no de la esclavitud literal. Es algo típico. No es una paradoja, sino una negación: usar una palabra metafóricamente para no ver lo que la palabra define literalmente.
 
Nínive, la joven sirvienta, empuja al protagonista a asesinar a Aníbal y le dice “el camino breve, que supone un poco de crueldad: en este caso un crimen, pero un crimen justo, que nos va a llevar a todos, a vos, a mí y a quienes nos rodean, a un nivel de justicia más pleno”. ¿El fin justifica los fines?
No, no es una alegoría. A mí me gusta la alegoría como la que usaba Kafka, trunca. La alegoría debe tener una enseñanza clara y si no la tiene genera un poco de perplejidad, porque sentís que leés un texto que tiene una intención alegórica, pero finalmente la enseñanza es esquiva. Lo que tiene la alegoría es que anula la historia y la convierte en un pretexto para convencer.
 
En la novela recurre a la reiteración de pasajes, ¿a qué se debe?
Es un interés en lo cómico, no en el sentido de hacer reír, sino en el recurso de repetir, variar, repetir, variar. Lo cómico es que todo sigue igual. Hay un libro de Henri Bergson, La risa, que fue muy importante para mí. En ese libro Bergson dice que lo cómico aparece cuando una persona  repite mecánicamente movimientos por más de que cambie el contexto. Uno de los ejemplos que pone es el tipo que va corriendo y hay una piedra delante, uno ve la piedra y se da cuenta que si el tipo sigue corriendo igual y no se adapta a esa piedra que está en el camino, se va caer, y finalmente se cae, uno se ríe, aunque luego piense que está mal y luego lo ayude. En la novela hay algo parecido. El tipo pasa de ser un esclavo a rey, y sin embargo se despierta, tiene el desayuno, mira por la ventana y es el medio el que lo ataca. También es algo musical, repetir una frase, agregar una nota, modificar.
 
En una entrevista anterior, el escritor Damián Selci decía que la literatura debe “captar las emociones actuales” de un momento histórico. ¿Tiene alguna postura sobre esas definiciones?
Me parece que si es así, es inevitable que lo haga, y si no es así, no hay que hacerlo.
Quiero decir, es así o no es así. Yo no creo que pueda ser algo que se pueda decidir. Tal vez algunos sí lo hacen. A mí no me funcionaría. Probablemente lo haga, uno escribe rodeado de cosas que influyen, pensás sobre las cosas que te rodean, pero a veces lo que te rodea no es exactamente lo mismo que rodea al resto de las personas, siempre hay una variación. Seguro se puede hacer una lectura política con el contexto de cualquier novela y eso le daría un poco la razón a la idea; a la vez, se puede hacer una lectura política de cualquier cosa, pero eso le sacaría un poco la razón (risas). 

 ¿Tiene un método de escritura?
Voy pensando capítulo a capítulo; por lo general, me pasa que cuando se me ocurre una idea después se pincha. El único método regular es tratar de tener tiempo delante de la computadora, leyendo, escribiendo. Las cosas ocurren mientras se escribe. Uno se adapta al tiempo que tiene para escribir. Ahora no tengo mucho, entonces escribo relatos de una o dos páginas. Eso significa que cada vez que me siento puedo escribir un relato entero. Recuerdo que Leónidas Lamborghini decía en el prólogo de El jardín de los poetas que cuando lo escribió estaba muy quemado en México, con su trabajo de publicista y que lo único que podía hacer era un libro donde repetía todo el tiempo las mismas cosas. Tengo casi 170 relatos de una o dos páginas que en algún momento seleccionaré y compilaré, creo.
 
Uno de ellos es “120 horas”, un cuento basado en una película imaginaria y de presupuesto ilimitado, publicado por Editorial Clase Turista en un afiche cinematográfico de 40x60 centímetros. En unos quince mil caracteres, el escritor narra la creación de un guión de dos horas para el tráiler de una película de 120 horas. “¿Por qué??, me preguntarían, y yo les diría que no sé, que es una intuición”. Justamente, una cualidad esencial para Katchadjian, según cuenta.
 
En paralelo, hace diez años da un taller de lectura y escritura en la UBA y en la Universidad Nacional de Moreno. Allí, siempre aparece una recomendación, Michael Kohlhaas, de Heinrich Wilhelm von Kleist, uno de sus autores de cabecera. “Él dice que es mucho más meritorio elogiar y encontrar motivos de elogios en algo mediano, que elogiar algo que todos creen excelso. Para mí fue una revelación hallar ese libro y lo recomiendo porque de cada 30 alumnos a uno o dos les pasa lo mismo. Igual, tratar de compartir revelaciones es casi imposible”, comenta mientras ve a través de sus anteojos de delgado marco negro, de docente universitario.
 
Enseguida se presta a la fotógrafa de NaN en la vereda de una casona, mientras un policía ojea con inquietud a pocos pasos.

La nota integra la edición numero 10 de Revista NaN, correspondiente a los meses de noviembre y diciembre de 2012. 

Por Esteban Vera

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