Historias de una noche que duró siete años

por Revista Cítrica
24 de marzo de 2016

Militantes, docentes, obreros, estudiantes, hombres y mujeres de a pie atravesados/as por una época sangrienta sin derecho al voto. Compartimos anécdotas cotidianas y no tanto en el especial 40 años, 40 historias.

Lo que me robaron los milicos

Por María Graciela Rodríguez. Docente UNSAM y UBA

El 23 de marzo de 1976 a la noche un dirigente político habló por televisión. Fue en el marco de los minutos de aire que se le otorgaban a los partidos políticos de cara a las elecciones de octubre. Yo estaba a punto de cumplir 19 años y ya estaba en el padrón. En pocos meses votaría por primera vez y como el dirigente político me había interpelado positivamente desde la pantalla, tenía decidido mi voto.

Pero no pasaron unos pocos meses hasta el debut, sino siete años y medio. Los milicos me lo robaron impunemente. Como también me robaron amigos; y me robaron la tranquilidad de salir sin documentos; y me robaron la posibilidad de ingresar a la carrera universitaria que había elegido. Pero, fundamentalmente, me robaron la alegría de cruzar por mis primeros veintipico pensando, reflexionando y actuando políticamente para construir un país mejor, más igualitario y soberano. Yo era casi una adolescente. Me robaron los mejores años de mi vida.

Una noche también me robaron al que entonces era mi novio. Guardo entre mis tesoros una carta que me pudo escribir a solas con birome azul. Se despedía. Afortunadamente, lo largaron a los pocos días; pero otros que fueron robados junto con él nunca volvieron. Nunca pude olvidar. Ni perdonar.

Y a Lole, mi sobrino de corazón, le robaron sus primeros años de infancia. Y a Celina, a su hija. Y a tantos hijos, a sus padres. Y a las universidades, cerebros. Y a las escuelas, maestros. Y a los gremios, sindicalistas. Al país le robaron toda una generación. Somos los desaparecidos y los que sobrevivimos respirando apenas. Nos robaron el aire.
Mi debut en las urnas fue a los 26 años. Mi hijo votó por primera vez hace muy poco, a los 16. Mientras lo veía meter el sobre, orgulloso y contento, no pude evitar emocionarme. Y pensé fuerte para mis adentros: Nunca más, hijos de puta, nunca más.


El exilio como privilegio


Por José Sancha. Secretario General de la Confederación Nacional de Cooperativas de Trabajo


Cuando se produce el golpe de Estado, yo era estudiante de ingeniería en la Universidad Nacional de La Plata y militaba en la Juventud Universitaria Peronista (JUP), En aquel momento no tomamos una real conciencia de su significado, de la tragedia que representaba para el pueblo argentino y de que podíamos perder la vida. La sociedad estaba muy confundida, se venía del “Rodrigazo” y el clima estaba muy enrarecido, así que el golpe a muchos sectores les pareció algo inevitable. Meses después se fue tomando conciencia de su barbarie, con la desaparición de miles de compañeros y la represión a las organizaciones gremiales y estudiantiles.

Luego del 24 de marzo del 76 me tuve que clandestinizar, estuve trabajando así algunos meses y en agosto del 77 me aparté de la organización en la que estaba y me fui a España. Considero que en aquel momento el exilio fue un privilegio ya que tuve la suerte de poder seguir siendo quien era, de poder estudiar, leer, opinar. En ese tiempo, se debatía mucho el sentido de la militancia. Éramos muy jóvenes y nuestra generación sufrió desapariciones y las mayores aberraciones. 

Creo que este año en particular hay que recordar lo sucedido más que nunca porque los motivos por los que ese golpe se produjo están latentes, los mismos dos modelos de país en disputa se vuelven a enfrentar bajo otras circunstancias, pero sigue existiendo la misma división y desigualdad en la sociedad y en el mundo.


Lo que España no pudo y Argentina sí: vencer al silencio

Ariadna Castellarnau. Docente, escritora y periodista

Soy catalana y vivo desde hace siete años en Buenos Aires. Antes de venir a la Argentina, el 24 de marzo de 1976 era poco más que un dato entre otros datos políticos e históricos que conocía sobre el país: el peronismo, la dictadura, Menem. Sabía qué había sucedido durante esos años de gobierno del terror pero no podía decir que para mí esa fuera una fecha significativa.

Cuando empecé a salir con el que ahora es mi marido, un día me contó que él creció junto al Garage Olimpo y que una vez (tendría unos siete u ocho años) a su madre se le descompuso el auto justo frente a la puerta del lugar, cuando iban camino a la escuela. Aún se acuerda cómo tres militares se precipitaron hacia ellos, con las armas en alto y a los gritos, ordenándoles que se movieran. Esta fue la primera vez que sentí que la historia real, vívida, empezaba a imponerse por encima del dato frío, del relato histórico despersonalizado. Más tarde, cuando vine a vivir a Buenos Aires, le pedí que me llevara a ver ese horrible galpón que fue el Garage Olimpo. Recuerdo que la zona me pareció muerta, maldita y que sentí ganas de llorar.

Para una catalana criada en una España negadora de su pasado, de los crímenes de la dictadura franquista, el 24 de marzo de 1976 y el posterior trabajo colosal y heroico que todos los argentinos han hecho en favor de la memoria histórica representan el triunfo de la humanidad sobre el horror, de la palabra sobre el silencio de muerte. Pero no sólo eso, también representa lo que mi país no supo hacer ni construir. Un ejemplo de cómo nosotros, españoles y catalanes, podríamos haber hecho las cosas para vivir en un país más honesto con su propia historia. En este sentido, el 24 de marzo es una fecha importante no sólo por lo que conmemora, sino por lo que proyecta a futuro: el modo en que los argentinos supisteis explorar el significado ético y político de los crímenes de la dictadura.


“Este no es”

Por Walter Dall Oglio 

Fue el primero de julio del 77, cerca de la medianoche. En aquel tiempo este barrio (al sur de San Francisco Solano, Quilmes) estaba recién poblándose y nosotros teníamos una casilla prefabricada pintada de azul con tejas rojas adelante. Ese día nos acostamos tarde porque nos había visitado un cuñado.
 
Al poco rato que se fue escuchamos que golpeaban muy fuerte la puerta, y yo pensé que mi cuñado se había olvidado algo. Pero por la forma en que golpeaban sospeché que no era él y me demoré en abrir porque tenía un puñal sobre la mesa que tapé con un repasador.

Como me demoré, siguieron golpeando la puerta a la altura de la cerradura, y rompieron el marco, pero no pudieron abrirla y rompieron los vidrios que tenía la casilla al frente. De afuera gritaron que eran la policía, entonces destrabé la puerta y abrí.
Por supuesto, cuando salí me llevé una tremenda sorpresa porque había un de ellos apuntándome con una ametralladora y otro que, cuando me vio, dijo “éste no es”, y afuera un montón de policías más en el patio.

El mismo tipo que me habló me pidió los documentos. Le expliqué que los tenía en el ropero y me dijo “bueno, bueno, pero vamos despacito”. Entramos en la habitación donde estaba durmiendo Guillermo, nuestro hijo mayor de cinco años, mi esposa Ángela -de 27, uno menos que yo-, y Hernán, nuestro hijo más chico en ese momento, que tenía apenas tres meses. 

En eso, el que me estaba apuntando le dijo a Ángela “señora se le va a caer el bebé”, porque del susto ella no se había dado cuenta de que Hernán estaba en la orilla de la cama -desde ese día no pudo amamantarlo más-. Entonces, les mostré los documentos y después de dar unas vueltas por la casa se fueron. 

Al tiempo nos enteramos de que habían estado buscando a una familia peruana que vivía a una cuadra de casa, a la misma distancia de la esquina, a unos veinte metros, y que también tenía una casilla prefabricada azul con las tejas rojas adelante y vidrios al costado de la puerta. De esa familia no supimos nada más, y no se los volvió a ver en el barrio.


El desaparecido que había desaparecido de la memoria

Por Diario Tortuga de Alta Gracia

Susana Salas es periodista de Alta Gracia (Córdoba). Ella junto a Luis Rosanova realizaron la investigación periodística que devolvió a la luz el caso de un tercer desaparecido de la dictadura de esa ciudad, del que durante más de 30 años no se tuvo registro. Se trata de Hugo Pavón (20) secuestrado y desaparecido el 30 de abril de 1976, en horas de la tarde en una de las avenidas principales.

A Susana le comentaron casualmente sobre el caso. En Alta Gracia sólo se conocían las historias de los hermanos Alicia y Carlos D'Ambra. "Fue como armar un rompecabezas. Hugo era un vecino activo, artesano, había asistido al colegio secundario más conocido de la zona. Sólo tenía a sus padres, era adoptado y cuando ellos murieron quedó huérfano nuevamente de quien lo busque. Lo hemos visto vender sus artesanías, caminar por el centro y a partir de su secuestro la ciudad calló, y una sociedad entera no se preguntó qué fue de él", relató Susana. Hay testimonios de vecinos que vieron cómo se lo llevaron en plena tarde, escucharon sus gritos, cómo le pagaban, los gritos de su madre. Lo tuvieron detenido en la D2 de Córdoba. No hay más registros.

La historia se publicó en 2007 en el diario local Sumario, y en 2010 el Archivo Provincial de la Memoria motorizó el juicio. "Lo desapareció primero el Ejército y luego el silencio de toda la comunidad", reflexionó Susana. Hoy se lo recuerda en cada acto del 24 en la ciudad y existe una placa en la puerta de la casa donde vivía cuando lo secuestraron.


El policía que huye

Por Horacio Ricado Silva. Historiador radicado en San Rafael, Mendoza

El 30 de marzo de 1982, en una marcha de la CGT contra la dictadura militar, fue un día en el que yo sentí que una parte importante del pueblo salió a expresarse, de una manera bastante más masiva de lo que estábamos acostumbrados. Yo lo viví eso como si estuviera participando de la liberación de París. 

En la esquina de Diagonal Norte y Florida, cuando un cosaco venía a caballo contra nosotros alguien le tiró, de un edificio, un sachet de leche y le cayó al caballo a metro y medio de distancia, y además nos tiraban papelitos desde arriba, como apoyando a los manifestantes. 

Para mí en ese momento era como estar en una película que se veía por la televisión, en los domingos de Super Acción, liberando París. Sentía que estaba liberando Buenos Aires. 

Mientras me venía corriendo la policía yo huía, y me topo con alguien. El golpe fue fuerte, me topé con uno que venía corriendo también en dirección contraria. Cuando nos miramos con el tipo, la sorpresa: era un policía que venía huyendo de los manifestantes. Nos miramos los dos, y veo que a él se le ladeó el casco con el impacto, nos miramos y el policía siguió corriendo, y yo también seguí corriendo.

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