Formas de volver a casa, de Alejandro Zambra

por Pablo Bruetman
04 de noviembre de 2015

La curiosa historia de un miembro de esta revista que falla en casi todo, menos en elegir libros para regalo. Aquí, un ejemplo.

Cuando se trata de libros, siempre soy el encargado de trasladarme a una librería y elegir. Con unos amigos, tenemos especialistas en discos, en camisetas de fútbol, en ropa deportiva -ropa fina y de vestir no compramos-, en bebidas espirituosas y hasta en sustancias ilegales de plantación casera. Cada uno tiene su especialidad de regalo. A mi, debido a una supuesta afición por el mundo literario me toca encargarme de regalar libros o en su defecto, en caso de que el tránsito, las distancias y las ocupaciones me lo impidan, asesorar al comprador telefónicamente. Por más perfecto que parece el sistema, la mayoría de las veces falla. Hemos visto a amigos abstemios recibir prestigiosas botellas de whisky y a fanáticos de Spinetta abrir con desilusión biografías sobre su vida que ya poseían.

Pero yo no fallo. En verdad con los regalos fallo siempre pero cuando voy a comprarlos, aprovecho y también me llevo algún librito para mi. Y ahí el porcentaje de acierto es mucho mayor. Como hacíamos en los videoclubes, -antes de que la era digital terminara con sus costumbres- leo el argumento y las críticas de las contratapas y observo las nacionalidades de los autores- prejuiciosamente he dictaminado que los colombianos y chilenos son lo mejor de la literatura actual- y selecciono. El mes pasado, cuando fui a la librería a comprar un regalo, que por suerte el cumpleañero había pedido específicamente, me encontré con un libro del chileno Alejandro Zambra, un autor al que quería leer hace un tiempo.

A Zambra me lo recomendó hace ya mucho tiempo Roka Valbuena, otro chileno que escribe como los dioses y con mucho humor pero que también me había recomendado a un autor argentino del que me compré un libro y a pesar de que estaba impreso en letra 20 de Word no pude pasar de la página 5 por el embole. Como sea volví a confiar en Roka, su talento y su generosa amistad merecían otra oportunidad. Se la dí y no me defraudó. Ya en la misma librería, cuando leí la primera página, el libro de Zambra me atrapó: “La primera vez que hablé con Claudia, ella me preguntó por qué caminaba tan rápido. Ella tenía doce años y yo nueve, por lo que nuestra amistad era imposible. Pero fuimos amigos o algo así. Conversábamos mucho. A veces pienso que escribo este libro solamente para recordar esas conversaciones”.

Ése es uno de los primeros párrafos del primer capítulo titulado “Personajes secundarios”. El libro se llama encantadoramente “Formas de volver a casa” y cuenta la relación de dos chicos durante la dictadura de Augusto Pinochet. Dos chicos a los que el mundo adulto buscaba proteger con el silencio. “Mientras los adultos mataban o eran muertos , nosotros hacíamos dibujos en un rincón. Mientras la novela sucedía, nosotros jugábamos a escondernos, a desaparecer”, reflexiona el narrador en el capítulo 2 “La literatura de los padres”. Formas de volver a casa es la silenciosa lucha de los personajes secundarios, de los niños de la dictadura chilena por poder participar de las escenas principales.

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