Esperándolo al Negro

por Lautaro Romero
18 de julio de 2017

A diez años de la muerte de Roberto Fontanarrosa, la Mesa de los Galanes del bar El Cairo se mantiene vigente. Hablamos con los amigos que siguen yendo, y que lo recuerdan como lo que fue: un genio que sólo quería divertirse.

“Me gusta ir al café porque ahí nunca se habla de cosas importantes. Siempre de pavadas. Usted se encuentra allá con los amigos, entonces. Y se hablará de fútbol, o de política, o de cine, o de mujeres. Largamente, distendidos, sabiendo que nada de lo que se diga allí podrá ser usado en contra suyo. Al día siguiente el mismo caso. Un cable a tierra. Sentirse más flojo, más liviano. Sentirse bien. Sentirse en casa”.

Roberto Fontanarrosa nació y vivió siempre en su querida Rosario. Creció en aquella esquina de Catamarca y Corrientes, en una casa antigua. Tiempo después, el Negro se mudó a un departamento, a orillas del río Paraná. Para ese entonces, la Escleorosis Lateral Amiotrófica atentaba, impiadosa, contra todo deseo de dibujar y escribir del humorista. Ahí aparecieron los amigos. El cordobés Crist, para seguir produciendo, y los muchachos de la Mesa de los Galanes,  para ir a la cancha a ver a Rosario Central, su pasión y locura, cuando ya no respondían las piernas; o para acudir a la cita de todos los días por la tarde, después del trabajo, en el bar El Cairo. “El café” al que hace referencia Fontanarrosa, mejor que nadie, en este prólogo para el libro “Los bares: barcos en tierra”, de Reynaldo Sietecase, publicado en 1997.  

No es necesario pertenecer al mismo ámbito para sentarse en la Mesa de los Galanes. Ni siquiera tener un vínculo en común. “Fue una cosa aluvional. No éramos amigos de infancia. La mesa a veces estaba formada por gente que no conocíamos”, cuenta Chiquito Martorell. Fanático de Newell´s Old Boys, clásico rival, reconoce haber sido “enemigo íntimo” del Negro cuando jugaban en contra. “Los domingos cuando había partido, no nos hablábamos”. Pero la amistad y el compañerismo que sembraron juntos, fueron más que los colores. “Nos unió el fútbol. Se me fue el compañero de ruta”, repite con cierta nostalgia acumulada.

El bar y un submundo de bohemios, intelectuales y artistas. Todo ocurría desapercibidamente en la intersección de Santa Fe y Sarmiento. En especial esa mesa, que se distingue del resto por vestir los colores de Central, NOB y Central Córdoba, tener patas con formas de piernas de mujer, guardar fotos en blanco y negro como recuerdos vivos, y principalmente por haber dado lugar a extensas charlas de café que sirvieron de inspiración en varios de los cuentos de Fontanarrosa, padre de Inodoro Pereyra y el recordado Boogie el Aceitoso, entre otros.

“A lo mejor pasaba un año y aparecía con una hojita que era el germen de lo que después terminaba siendo un cuento. Era muy observador. El era un genio, después quedamos los boludos”, dice el Pitufo Fernández, entre risas. “No te decía nada y te involucraba con nombres. Buscaba el perfil del tipo que podía decir eso. La gracia, lo divertido era entre nosotros. Estaba sistematizado: entraba a las siete, miraba el reloj para irse y eran las nueve. Sin decir nada ponía un poco de orden”, comenta Centurión, uno de los más antiguos de la mesa. Se lamenta porque ahora que el Negro no está se “desmadró todo un poco”. Y también mufa porque siente que la tradición del gaste perdió sentido con el uso de las redes sociales. “Antes, el lunes, lo agarrabas caliente al tipo. Ahora no entró la pelota y ya te están cargando por Facebook”, protesta.

Las gastadas de arco a arco. Siempre con la pierna fuerte, pero respetando los códigos de convivencia de la Mesa de los Galanes. “El que se calentaba perdía. A veces la gente miraba y no entendía”, confiesa Centurión. Mientras que el Pitufo, otro de los históricos, advierte: “Algunas jodas son muy ácidas: hay que estar bien parado”. Por eso nunca hay que quitar la vista de la pelota. Y de alguna manera, es lo que hacía Fontanarrosa. El Pitufo todavía recuerda cuando el Negro le pidió que lo fuera a buscar al auditorio en plena presentación del escritor español Pérez-Reverte, en Rosario. Claro: había sido reprogramado el partido de Central ante Argentinos Juniors y no quería fallarle a  su amado Canalla. “Lo hizo con ética y gran proceder”, analiza Fernández, jocoso.  Aunque “terminó 0 a 0 y nos morimos de frío”, se lamenta.

¡Qué lo parió! Se nos fue. El 19 de de julio va a ser una década que partió. El Negro Fontanarrosa, inmortalizado en esa estatua del salón del bar El Cairo, y en sus cuentos de fútbol, inoxidables. El ritual, inmortalizado en el libro de La Mesa de los Galanes, en 1995. “Tuvimos suerte de tener al Negro. Hacía un culto del sentido común”, nos dice el Pitufo. “Era como un termómetro. La mesa nunca se va a acabar. Quizás nos sigamos juntando en el geriátrico”, bromea Chiquito. Porque después de todo, ellos siguen jugando, esperándolo al Negro.

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Una película para recordarlo

Dentro de los muchos homenajes que tendrá el Negro este mes, a diez años de su fallecimiento, habrá uno que se replicará en todo el país. Es el estreno de la película “Fontanarrosa, lo que se dice un ídolo”, un largometraje compuesto por seis cuentos del humorista y escritor adaptados por seis directores rosarinos: Juan Pablo Buscarini, Gustavo Postiglione, Héctor Molina, Néstor Zapata, Hugo Grosso y Pablo Rodríguez Jáuregui.

La idea de reunir a diferentes realizadores de esa ciudad para homenajear la literatura de Fontanarrosa fue de Buscarini (El Ratón Pérez y El inventor de juegos), quien estuvo a cargo del corto “No sé si he sido claro”, protagonizado por Dady Brieva. Además de ése, el film tendrá las versiones audiovisuales de “Vidas Privadas”, dirigida por Postiglione y con las actuaciones de Julieta Cardinali y Gastón Pauls; “El Asombrado”, de Molina con Darío Grandinetti, Claudio Rissi y Catherine Fulop; “Sueño de Barrio”, de Zapata con Pablo Granados y Chiqui Abecasis; y “Elige tu propia aventura”, de Grosso con Luis Machín.

“El Negro fue el que inició la chispa. Él dejó una obra excepcional y nosotros somos los captores de todo eso”, dijo Buscarini en mayo, cuando se presentó el proyecto bajo el lema “Seis cuentos, seis directores, una película”. El largometraje se estrenó esta semana en las salas de Rosario, y a fin de mes ya estará en la cartelera de todos los cines de la Argentina.

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