Entrevista con Juan Sasturain

De su prueba en San Lorenzo de Almagro a escribir en diarios de todo el mundo

Nunca está de vas volver a lo bueno, a lo que nos da placer, a esas entrevistas en las que quedan anécdotas y opiniones que no pierden vigencia. Por eso reproducimos la nota que hicieron nuestros compañeros del Diario del Centro del País, más precisamente Iván Wielikosielek, a Juan Sasturain.

 

Lo encuentro en el hall de la Medioteca, puntual a las cuatro de la tarde. Está mirando libros en un estante de novedades cuando le toco el hombro. “Hola, Juan, ¿cómo andás?”, le digo tendiéndole la mano. “¿Qué tal?”, me dice apenas sorprendido y ofreciéndome la suya. Le digo que soy el periodista que lo va a entrevistar, como habíamos quedado con la gente de la organización. Me dice que de la organización no le avisaron nada, pero que igual hagamos la nota en la cantina.

 

 Así que atravesamos la nave de la biblioteca y en ese pequeño trayecto charlamos sobre el viejo galpón ferroviario recuperado, las novedades editoriales de los estantes y (no podía faltar) un párrafo sobre el fútbol. “¿Así que te probaste en las inferiores de San Lorenzo?”, le digo. “Sí, ¡pero hace como medio siglo ya! Fue a los 17 años. Fui porque tenía un tío en la comisión”, me dice. “¿Y eras consciente de que ibas a jugar en el equipo más grande del mundo?”. “¿Del mundo? ¿No será Boca?”, me dice riéndose. Y entonces caigo en la cuenta de que desde que lo saludé estoy tratando de “vos” a Juan Sasturain. A ese hombre que es un mito de la novela policial y del periodismo militante en Argentina. A ese hombre que ya escribía en “Humor” en la época más álgida del país, cuando yo era un chico que festejaba los goles de Kempes en el Mundial 78. A ese hombre que tiene la edad de mi padre. Y sin embargo, no siento en ese tuteo ninguna falta de respeto. Más bien todo lo contrario. Es que, hay algo en la textura humana de Juan Sasturain que pide ser tratado como un igual; como por otro lado lo tratarán todos en la conferencia, desde estudiantes hasta las señoras del auditorio. 

 

Pero ¿de dónde me viene ese “respeto informal” por este hombre, de dónde esta sensación de “extraña familiaridad”, con el perdón de un doble oxímoron? Es cierto que tiene algunos gestos que me recuerdan a mi amigo Sergio Rigazio, de Junín. Es cierto que acaso yo le resulte familiar a él porque también me trata sin preámbulos. También es cierto que he visto algunos programas suyos por televisión y he leído algunos de sus cuentos. Sí, eso está bien. Pero sé que no basta para sentir familiaridad. Debe haber algo más, “un enigma” como en las novelas policiales. Y entonces, casi como en una súbita iluminación oriental, pienso que acaso Juan Sasturain siempre haya estado aquí, como lo estuvo desde que entré en la Medioteca. Que acaso toda su naturaleza participe de dos míticos personajes de la historieta argentina; que tenga algo de Juan Salvo antes de vestirse de “Eternauta”, algo de ese hombre que salía al amenazante mundo exterior bajo la nieve asesina de la Dictadura. Y que a la vez tenga mucho de su “Perramus”, aquel hombre que en los años más negros decidió olvidarse de quién era para ser todos. Y entonces, mientras nos sentamos y Juan encarga un agua saborizada y yo un cortado, pienso que sé de dónde me viene esa familiaridad. Porque he vuelto a verme en la cocina de mi casa del pueblo en el mes de junio del 78 en un tristísimo Argentina-Polonia por TV, ya sin mi padre en casa para festejar con él los goles de Marito, ya con el prematuro gusto del fracaso y un grito atragantado y tantas películas de terror en la psiquis como puede tener un chico de 7 años; con tantos “Tonys” y “Nippures” que mi viejo se había dejado bajo la depresiva cama de dos plazas junto a las medias de San Lorenzo y los discos de Los Beatles. Y mi madre diciéndome: “Ponete a estudiar en vez de leer tantas boludeces”. Y entonces, en esos mismos momentos, en aquel helado junio del 78, un hombre de la edad de mi padre junto a otros hombres estaban escribiendo en Buenos Aires, saliendo al mundo exterior donde ya había empezado a caer aquella nieve asesina. 

 

Y si hoy, 35 años después de aquel invierno, aquel artista cachorro puede estar escribiendo estas modestas líneas en un diario, se lo debe en gran medida a la militancia incondicional de tipos como él. Por eso ahora sé de dónde conozco a Juan Sasturain. Es el “Perramus” que se dejó mi padre en su ropero ferroviario y nunca más volvió a buscar; es el “Eternauta” del cual no se pudo disfrazar mi viejo antes de partir, pero en cambio me dejó las historietas bajo la cama de mi madre: secretas y clandestinas como armas cargadas de futuro; underground y fascinantes como las puertas del camino angosto.
 
El fútbol argentino entra a los libros


-Tanto vos como Fontanarrosa y Soriano, nacidos entre 1943 y 1945, fueron pioneros a la hora de abordar el fútbol en la literatura, un tema que parecían denostar los intelectuales anteriores. ¿La entrada de la pelota a las letras argentinas obedece a un recambio generacional? 
-No exactamente. A mí me parece que se trata de una cuestión de “permiso social”. No eran menos futboleros que nosotros los escritores anteriores ni los pibes de ahora. Pasaba sencillamente que el fútbol no era un tema a tratar, como tampoco lo era lo que pasaba entre sus sábanas. Hay muchas razones para explicarlo y una de ellas era que durante muchísimo tiempo, el concepto de cultura estuvo circunscripto a las bellas artes. La plástica, la escultura, el ballet, la ópera y por cierto la literatura con la lírica y la narrativa, eran compartimentos estancos. Pero ya habían empezado a surgir un montón de fenómenos conexos y laterales que no eran reconocidos como culturales en el sentido más alto, como el cine, la historieta, la novela por entregas...
-Y eso va a cambiar algo más que el modo de leer y de escribir ¿no es así?...
-Claro, porque a partir de esas expresiones es el concepto de cultura lo que se modifica en el país. Y eso tiene una fecha aproximada de inicio; entre fines de los 60 y comienzos de los 70, continuando con una discusión que ya se había instalado en el mundo y que tenía que ver con la reivindicación de la cultura popular. A partir de entonces, a la cultura se la definía desde un concepto más antropológico e integrador, y en el plano específico de las bellas artes se comenzó a considerar a las literaturas marginales y a los medios masivos como importantes y renovadores. Hasta esos años, sólo se consideraba literatura lo que pasaba por los libros. Pero ¿qué pasaba con lo que se escribía en los diarios y en las revistas y lo que se escuchaba en los discos? 
-Los escritos de quiosco y los hits de radio... 
-¡Claro! ¿No eran literatura también? ¡Había tipos que nunca habían editado un libro de poesía, pero habían escrito letras de canciones que estaban en el corazón de la gente! Y en ese caldo cultural nos criamos todos nosotros. Estudiamos en la facultad, fuimos docentes y periodistas y luego nos volvimos escritores habiendo incorporado toda esa cultura masiva.
-Es curioso lo que decís, ya que lo que más se conoce de nuestro país en el mundo tiene que ver precisamente con la cultura popular, como el tango y el fútbol...  
-Es que, sin dudas, entre los productos más genuinos que hacen a la identidad de nuestro país está el fútbol y el tango. Y los dos tienen que ver con nuestros sentimientos y nuestra manera de ser. Por eso es importante darles permiso a esas manifestaciones populares, para que integren la cultura de un país. 
 
Memorias de un escritor todo terreno
-¿Cómo te definís, Juan? ¿Cómo escritor, como periodista, como guionista? ¿Cuál es tu mundo?
-Yo soy, básicamente, un escritor. Si me lo preguntás esa es mi vocación, ese es mi mundo. Lo que pasa es que los escritores hacemos muchas cosas para vivir y escribimos en muchos lados. Pertenezco también a una generación que no ha separado lo vocacional del laburo. Y eso, además, es ideológico. Hay quienes separan muy taxativamente la fuente de trabajo del aspecto creativo, lo cual no está ni mal ni bien. Pero para algunos de nosotros todas las formas de escritura, desde el trabajo periodístico hasta la poesía o la ficción, están conectadas. Es un espectro muy amplio donde la escritura es lo que me define.
-¿Y el periodismo? ¿No es también tu vocación?
-Yo no soy periodista vocacional. Nunca lo fui. Nunca me dediqué a investigar ni leo los diarios. Pero me la pasé escribiendo y publicando en los medios, que es distinto. Incluso he publicado toda mi poesía en diarios y revistas. A mi primera novela, “Manual de perdedores”, la publiqué en forma de folletín por entregas en un diario montonero de Buenos Aires de los años 80 que se llamaba “La Voz”. Tenía un espacio muy chiquito por día, así que me imaginé un libro con capítulos muy cortos. O sea, que el formato periodístico influyó de manera decisiva en el formato literario. De esas simbiosis hemos vivido los de mi generación. 
 
De “Patoruzito” al “Eternauta” y “Continuará”...
-Hay un tercer elemento por el cual somos reconocidos los argentinos en el mundo: la historieta. ¿A qué se debe la alta calidad del cómic criollo?
-Por una serie de razones, la historieta empieza muy pronto en Argentina. A mediados del Siglo XIX. En la primera década del Siglo XX ya hay historieta en revistas de circulación masiva como “Caras y Caretas” y “Pebete”, e incluso en los diarios. Hay contacto de importación de cómic inglés y norteamericano, pero se asimila de una manera muy rápida.  
-Y llega el Patoruzú en 1928...
-Y también “El Tony”, de Editorial Columba, en ese mismo año. “El Tony” fue la revista de historieta con mayor continuidad en el mundo, hasta que se terminó en los 90. Parecía que nadie la iba a hacer desaparecer, pero “Menem lo hizo” (risas). Y entre los?40 y los 60 fue la época de oro de la historieta argentina, que coincide también con la época dorada del tango. Había un mercado ávido, mucho público consumidor y una industria que funcionaba. Así como los bailes estaban llenos de orquestas, los cines repletos de espectadores y las canchas llenas de hinchas. Eso se debió a una serie de factores, a políticas puntuales del peronismo y al fin de la Segunda Guerra. Pero lo cierto es que por esos años hubo un consumo de bienes culturales populares muy poderosos. Eso generó muchos autores y pasó eso que nos enseñaron los yanquees, que son los padres de la industria: que haya mucho para que haya muy bueno.
-Como Oesterheld y Breccia...
-Y como tantos otros... Argentina generó desde este rincón del mundo un lenguaje historietístico muy poderoso, que no necesariamente copiaba los modelos norteamericanos y europeos. Aparecen guionistas como Oesterheld y una generación de dibujantes como Solano López y Alberto Breccia, que era uruguayo, Hugo Pratt, que era italiano y Arturo Castillo, que era chileno. Pero todos desarrollaron su obra acá. Todos esos tipos generaron una historieta de aventura absolutamente novedosa. Por suerte, pude entrevistar a muchos de estos autores que tanto admiro gracias al periodismo gráfico y al programa “Continuará”, que hacemos por Canal Encuentro.
-La influencia del cómic argentino llega a lugares impensados, hasta las tiras de “Astérix” y “Obélix”, que están inspiradas en “Upa” y en “Patoruzito”...
-Exactamente. Y es que René Goscinny, el fabuloso escritor y guionista de Astérix, había vivido en Argentina de pibe, allá por los años 30. Y el “Patoruzito” de Dante Quinterno era la revista que leían todos los chicos. De ahí, que los panzazos de “Obélix” hayan sido inspirados en los de “Upa” y los puñetazos de “Astérix” de las piñas de “Patoruzito”. Si te fijás bien, hasta el movimiento de las alitas del casco de “Astérix” tiene que ver con la plumita de nuestro cacique...
 
Esplendor en la hierba 
-Perdón que sea insistente, Juan, pero antes de terminar la nota te pido que me contés algo más de tu paso por San Lorenzo, por ese team que era puro esplendor en la hierba...
-Yo jugaba al fútbol en mi pueblo, que era Coronel Dorrego, en Buenos Aires. Y como todo pibe de esa edad soñaba con debutar en Primera. Así que, a los 18 años me fui a estudiar Letras a Buenos Aires y de paso me fui a probar. El tío que te decía me consiguió en San Lorenzo, pero no quedé. Fue en el año?64...
-Era plena época de los “Carasucias”, con el “Bambino” Veira y “Casitas” a la cabeza...
-Y el “Nano” Areán y Doval... El “Bambino” Veira nos abrochaba siempre. Y antes de él, el “Nene” Sanfilippo... Después me probé en Lanús y ahí sí me dieron bola. Pero yo tenía que estudiar. Era un chico de clase media mandado por su papá y me quería recibir. Esa era mi obligación moral. Pero igual jugué en el equipo de la facultad, jugadores de Filosofía, Letras y Sociología, todos barbudos y faseando. Nadie daba ni dos pesos por nosotros, pero había que ganarnos, ¿eh? Pero vos querías que yo te hablara de los “Carasucias”. Y sí, ¿qué te voy a decir? Aquel San Lorenzo nos tenía de hijos...


Y yo quisiera decirle que es al revés, que quien de alguna manera se siente hijo suyo y de toda una generación de escritores y periodistas como él, soy yo. Pero como soy muy tímido y muy orgulloso de San Lorenzo, no le digo nada. Sólo sonrío mientras le pago a Juan Sasturain el primer café como para empezar a saldar una vieja deuda moral, de esas que sólo se tienen con los padres para siempre perdidos y que un día uno empieza a recuperar.
  

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