El otro país

por Revista Cítrica
25 de julio de 2014

Charadai es el pueblo que sufrió el éxodo más grande de la década del 90. Ahora empieza a renacer.

Por Raúl Olcelli

Cuenta la leyenda familiar que a mi vieja la escondían en un tanque sin agua y le tapaban la boca para que no se escuchara su llanto de lejos. Su padre, mi abuelo, empleado del Ferrocaril Santa Fe, les tenía miedo a los líderes de la etnia qom-toba. En esa época, los westerns de los 60 de Hollywood mostraban a unos “indios malos” y no había por qué no creerle a la pantalla. A mi abuelo lo habían mandado a trabajar a Charadai, un pueblo en pleno monte chaqueño que crecía al ritmo del tren. Y ahí nació mi madre. Y fue desde siempre que quise hacer este viaje y por supuesto en tren.

La cronología de los hechos indica que llego a Resistencia primero a participar de la presentación del libro de la Federación Asociativa de Comunicadores Cooperativos de la República Argentina (FADICCRA), Periodismo con Valores. Y desde ese mismo momento comienzo a averiguar cómo llegar a ese lugar situado a 105 km al sudoeste de la capital chaqueña. Los compañeros de El Diario de la región, de Resistencia, se ofrecen a llevarme a pesar de que el tren va a diario. Me cuentan que los días de lluvia el camino en auto se hace intransitable. Por supuesto, la noche de mi viaje se llueve todo. Así que debo viajar a Charadai como se debe viajar a Charadai: en tren.
Nunca pienso que el recorrido de esos ciento y pico kilómetros que une la estación Cacuí, en las afueras de Resistencia, con mi destino, lo haré en casi cinco horas y prácticamente... de parado.

Tampoco imagino que ese vaivén a 15-20 km/hora, que se me hace insoportable al principio, se tornará placentero. Es que aquellos que somos hijos de los trenes y crecimos con historias hechas con humos de vaporeras, en medio de un verde incomparable, disfrutamos más la demora en llegar y detenemos el fotograma de la película en cada estación en que el cochemotor para.

Cacuí, Donovan, Km. 535, Fortín Cardozo, Km. 523 y 519, General Obli- gado, Apeadero Km. 501, Cote Lai, Tapenagá, Km. 474, Charadai, Km.
443, La Sábana, La Vicuña, Los Amo- res. Son las estaciones que une el viejo cochemotor azul, traído en el primer gobierno de Perón desde España.
Antes eran campamentos indíge- nas: Piná-Itá, Mapík-eray, Kocherek, Niaklá, Piglapá, Nachivik-Colé, Ma- charaik, Cotelay, por citar sólo algunos. De ellos se advierte que Cote-Lai conserva su expresión original.

Estaciones es una manera de decir: la mitad de ellas están en ruinas; en el mejor de los casos, sin techo; otras apenas conservan el piso; y un puñado son mantenidas con la buena voluntad de los lugareños. Todas tienen un denominador común: a la hora seña- lada, con paciente espera, la gente se arremolina en el andén... Haya o no estación en pie, el tren para igual y es un gran acontecimiento.

El verde del paisaje es abrumador, impactante. Además de ser primavera, donde todo nace, la geografía está lava- da por la lluvia que me obligó a tomar el tren. En ese momento donde todo aparece pintado, reluciente, fulgurante, los brotes de la vegetación que se advierten desde la ventanilla, son acompañados por el color de algún pájaro que nunca antes había visto y hace su vuelo rasante jugueteando entre las vías y el monte.

Flora y fauna adquieren el calificativo de sagrado cuando hay en cantidad y calidad como se la ve en esta travesía. Más aún cuando están al resguardo de la soja: las tierras bajas inundables aparecen como un pucará que las defiende del avance desenfrenado de lo que ello significa...

El tren llega a un gran humedal, don- de hay agua por todos lados, en un gran palmar cercano a un brazo de río. En medio de ese encanto, un grupo de pescadores, con todo su arsenal apropiado, le dicen al resto de los pasajeros que se quedarán allí todo el tiempo que sea necesario. Han encontrado el sitio que buscaban. Y el viejo cochemotor, que para donde es necesario, detiene su marcha y despide a los pescadores.

Unos asientos más adelante, una jovencita, adolescente como mis hijas, miran y sonríen graciosamente, entre sueños y bamboleos discontínuos.
A esa altura del periplo ya todos se permiten charlar con todos, más aún cuando es fin de semana largo y el día anterior muchos quedaron varados por la lluvia. Compartimos mates y tortas fritas. Todos tienen una gigante paciencia para entender que el “trencito”, como cariñosamente lo llaman, viaja a paso de hombre pero siempre los lleva. “Llega seguro, pocas veces se queda”, me cuenta un muchacho que también viaja a Charadai.

Algún MP3 deja adivinar tibiamente, una cumbia que luego se mezcla con chamamé maceta y termina en chamarrita; los dimes y diretes de dos muchachas que se cuentan entre son- rojos y miradas pícaras el viernes a la noche; una pareja que orgullosamente levan a su crío a mostrar a sus abuelos y juega con los ringtones del celular de su madre; dos cincuentonas largas que refunfuñan vaya a saber qué osadía de los jóvenes; muchachones que planean todo el viaje cómo será el fin de semana libre que tienen para ir a pescar, un lugareño que prepara un armado para fumarlo después y que inalterable, observa ese paisaje interior ...

El viaje continúa hasta Los Amores, ya en el límite con Santa Fe. Pero yo me bajo en mi destino. Nos acercamos al km.458 donde la traza ferroviaria indica que en ese lugar se alza Charadai, o “paraje Chagaray” como en tiempos remotos, los de la etapa fundacional, se lo podía escuchar. Precisamente es entre aquel vocablo, quizás transformado con el tiempo, o de sus antiguos dueños de las flechas que la llamaban en su lengua “aguas claras” como muchos lo conocen y que dan origen al nombre del lugar.

La historia señala que fue fundado oficialmente el 28 de septiembre de 1905, que desde entonces, y como uno de los pueblos de “La Forestal”, tuvo un impresionante desarrollo para erigirse como de los más importantes de la zona. Polo ferroviario trascendente y fundamental para la economía de la región: las 44 locomotoras que pertenecían a ese sector, que se reparaban y alojaban en sus de- pósitos, dan cuenta de ello.

Y como típico pueblo del país interior, tuvo su época de crecimiento, de desarrollo y esplendor, todo de la mano del riel y el quebracho en este caso. No existe un habitante que no haya estado relacionado de forma directa o por familiares al FF.CC.
Y cuando ya en el medio del predio ferroviario contempla a su alrededor, advierto que en esos años de esplendor, todo, absolutamente todo pasaba por ese lugar. Innumerables viviendas de todo tipo, muestran el inconfundible estilo ferroviario en su construcción. Siento emoción al saber que en una de ellas nació mi madre.
El sol cae y debo buscar donde dormir. Con anticipación, averigüé que existe una hostería pero misteriosamente ninguna de sus 4 plazas se encuentra disponible. No hay dónde alojarse en un lugar donde a uno no lo esperan. Pregunto, deambulo y golpeo puertas. No encuentro solución. Entonces se me prendé la lamparita y pienso que tal vez pueda jo- robar al intendente. Tal vez quiera ayudar a este villamariense desubicado que vino a conocer su pueblo.

Eladio Aguirre, de él se trata, cuatro veces elegido democráticamente por sus vecinos, no sólo me soluciona el proble- ma junto a la titular del Concejo Deliberante, Graciela Porra. También me interioriza lo que fue y es ese pedazo de país, que casi desaparece cuando allá, por los 60 y 70, de 3.500 habitantes y sumados aquellos que residen en su zona de influencia pasó a tener apenas 800. En el censo de 1980, alcanzó el triste récord de ser el pueblo argentino que más éxodo de habitantes experimentó.

Sin embargo, hoy las cosas cambia- ron y Charadai está resurgiendo. Incluso, y con orgullo, ofrece a sus habitantes la mayoría de sus calles pavimentadas y muchísimas reparticiones públicas y de servicios renovadas, reconstruidas o nuevas.

Desandando la historia mientras hojeo y releo uno de los tantos libros que recibo. Aprendo que la década del ?50 es señalada como la de mayor esplendor. En Charadai, 400 operarios, junto a sus familias, estaban afectados a la dotación del ferrocarril. Y que fue en una fatídica época de huelgas en 1961, durante el gobierno de Arturo Frondizi, cuando aquel brillo empezó a opacarse. Luego de suspender y en- juiciar a los encargados de la revuelta, el tren paró...

Ramal que para, ramal que cierra, se encargó de sentenciar el innombrable líder de la etapa neoliberal de los 90. Y ahí se paralizaron, de modo definitivo, en el resto del país.

Ahora se restauraron los cochemotores azules y celestes de Perón. Y Charadai empieza a ganar la pelea contra su extinción.

Y siempre, siempre eternamente en cada festival lo escuchamos hecho canción:
Indio toba ya viniendo de la cangaye Quitilipi, aviaterai, caguazu, charadai, Guaicuru, tapenaga, pirane, samuhu, Matara, guacara, pinalta,
Matara, guacara, pinalta . . .

Félix Luna eternizó “Antiguo dueños de las flechas”, Ariel Ramírez le puso música y la Negra y Jairo la po- pularizaron.

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