El Che según su hija

por Revista Cítrica
20 de diciembre de 2013

Aleida Guevara en una entrevista exclusiva con Cítrica en la porteña librería El Ateneo, dijo que ella, sus hermanos y su madre, amaban al Che como revolucionario. Pero sobre todo como padre y compañero.

"Estaba equivocado”. Ese hombre. El de la remera. El de la barba de Jesús. El de los habanos. El que descubrió a sus hermanos viajando por toda Latinoamérica. Ese que dejó la comodidad de la clase media alta argentina para intentar liberar a los pueblos oprimidos. Ese que, alguna vez, prefirió quedarse en la cárcel antes que mentir. Ese que no toleraba la injusticia. Ese que tenía en claro que el gran enemigo de los pueblos era el imperialismo. Ese que a sus 19 años escribió que moriría acribillado por las balas, que moriría luchando. Ese que murió fusilado en La Higuera, Bolivia cuando buscaba liberar al pueblo del altiplano. Ese hombre estaba equivocado. Ese hombre creía que, por su ausencia, sus hijos no lo iban a amar como padre. Y no fue así. “Papi estaba equivocado, -dice ahora su hija Aleida Guevara-, porque mami lo amaba tanto, pero tanto, que ella trasladó ese amor hacia los hijos”. Aleida ríe. Disfruta de recordar los errores del Che. Juega una lucha personal, casi épica. Al contrario de quienes lo admiran, quiere demostrar que era un humano, capaz de pifiar como cualquier otro. Aleida asegura, que además de un mito revolucionario, Ernesto Guevara fue un hombre y fue su padre. Por eso, a pesar de que lo vio por última vez a los 4 años, lo recuerda bien. “Tengo flashes. Cuando llegué a la adolescencia me pregunté por qué amaba a alguien que casi no tuve cerca y necesité recurrir a la memoria”. Aleida tiene en su cabeza una sucesión de imágenes de su padre: una caminata escuchando sus consejos, un beso suyo bien apretado para calmar- la después de una pesadilla o colgarse a caballito de su espalda siempre sucia. Aunque lo que más le gusta recordar es que su padre fue un humano, un hombre. Y para eso necesita demostrar que se equivocaba y que amaba, las dos características fundacionales para ser un hombre. Un día Aleida llega a la casa después de haber comido en una acti- vidad escolar. En la casa del Che, como en la de todos los cubanos, la ración de comida es exacta. No sobra nada. Y este día tienen un invitado argentino. No hay más comida para Aleida. Ella quiere volver a comer. El Che le dice que no puede. La nena llora. El Che la lleva a su cuarto de la mano y le dice “cuando termine de llorar, llame, que papá la viene a buscar”. Inmediatamente Aleida dice: “papá, niña no llora más”. Y el Che cae vencido de amor y traiciona a la revolución. Sienta a la hija en sus piernas y le da comida. “No era muy buen pe- dagogo que digamos -confiesa Aleida- , son pequeños flashes que quedan en la memoria y hablan de un hombre que te quería, ¿cómo no puedes devolver tú eso? ¿Cómo serías capaz de no devolver ese amor a ese hombre?”

Fragmento de la entrevista publicada en el número 2 de Cítrica. Podes leerla completa si la pedís con tu suscripción.

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