Educando para el patriarcado

por Revista Cítrica
29 de octubre de 2016

El Teatro del Abasto albergará al "Nombre de la Luna". Se trata de un monólogo teatral que pone en foco cómo los estándares de belleza para las mujeres aún tienen vigencia. Y la forma en que influyen en la educación, en la alimentación, la vestimenta y hasta en el despertar sexual.

“Las mujeres para ser bellas se tienen que cuidar la piel y el pelo, tener dientes blancos, piernas torneadas y comer bien”, eso decían revistas y manuales de los años 60. Parece algo anacrónico pero hay un remanente que puede observarse diariamente. Más en estas semanas donde las mujeres salen a las calles y se plantan como trabajadoras. Ya no necesariamente reciben una educación destinada a conseguir marido o responder y servir al patriarcado pero esas enseñanzas todavía nos influencian. Y de eso se trata El nombre de la Luna, un monólogo en el que una chica pre adolescente se encierra en su cuarto harta de que la educación que recibe -tanto de aquellos manuales como de su madre- le impongan lo que debe comer, cómo debe vestirse, qué cosas deben gustarle y cuáles no, y la forma en que debe expresarse en la sociedad.

“El registro de los textos es arcaico. Hay cuestiones que no permanecen de una manera tan evidente o tan literal pero yo creo que han sido pasadas de nuestras abuelas a nuestras madres y hacia nosotras y hoy persisten de otra forma”, explica la dramaturga y directora María Emilia Franchignoni. Así deja sentada su postura, la que retrata todos los sábados a las 21 en el Teatro del Abasto con El Nombre de la Luna: la educación retrógrada, conservadora y de imposición hacia las mujeres sigue vigente en nuestros días. “Los ideales de belleza y cómo se considera a una mujer hermosa son los mismos parámetros que en aquellos manuales. Si hoy una abre cualquier tapa de revista masiva o de espectáculos esos ideales de belleza son los que uno ve reflejados en la vida diaria, en la tele o en el cine masivo. Esas cuestiones nos interpelan en la contemporaneidad y esos manuales son de los 60. Y ligado aparece todo lo que tiene que ver con la educación alimenticia, cómo una tiene que cuidar del cuerpo y cómo son las dietas, qué es lo que una tiene que comer: verduras, cosas que no engorden y obviamente podemos ver eso reflejado en las enfermedades ligadas a la alimentación”.

Lo sexual y lo educativo. El placer- de todo tipo- intentaba taparse con adoctrinamiento. Cuando esas dos palabras -sexo y educación- se unen, el reflejo en la actualidad se vuelve aún más visible. “Hoy todavía hay una ley de educación sexual que no ha sido implementada en muchas escuelas del país y los grupos feministas siguen luchando para que pueda ser instalada”, recalca Franchignoni.

Si bien la educación ha cambiado, muchas madres de mujeres siguen repitiendo las conductas. “Hay ciertos ideales que siguen transmitiéndose de mujeres a mujeres, no hemos llegado a reformular eso del todo si bien hoy hay más modelos de familias y más diversidad por suerte. Es algo que hoy sigue persistiendo como un nivel más establecido”, comenta la dramaturga.

En el monólogo, la chica pre-adolescente interpretada por Manuela Fernández Vivian, lee los manuales y los increpa. Cuenta a una cámara de video sus experiencias y sus deseos, que contrastan con las imposiciones. La cámara es su forma de expresión, su forma de poder comunicarse, liberarse y compartir sus pensamientos y deseos.

La incorporación de la tecnología parece volverla un poco más libre a la protagonista, ¿tuviste la intención de mostrar cómo el mundo online desafía a la educación más tradicional?

No era una idea principal pero es cierto que el contenido online que escuchamos todo el tiempo avanza por sobre la intención de mantener a los chicos alejados de las experiencias. Ellos me parece que se encuentran con videos y contactos de los cuales nadie les ha explicado. Hay una disparidad muy grande entre una educación que tiene un remanente no sólo de los años 60 sino de épocas victorianas, ante una experiencia social mucho más rápida y mucho más avanzada.

¿Cómo fue el proceso de investigación para la escritura y la puesta en escena?

Antes de escribir leí esos manuales dedicados a mujercitas para que los lean y encuentren unas respuestas a lo que se siente en la adolescencia y pre adolescencia, les bajan una línea muy clara en cuanto a conductas morales. Paralelo a eso investigué mucho sobre publicidades y revistas de la época. El procesos de escritura fue intuitivo, este tipo de educación me llevó a mi pre adolescencia y a los conflictos que tuve con estos ideales que detecto que siguen persistiendo en la contemporaridad . Ahí me apareció la idea de una chica que se encierra en una habitación y no querer salir más. El proceso de investigación vino después, investigamos para la puesta en escena.

¿Es una obra autobiográfica?

Yo no recibí una educación tan victoriana pero estaba la exigencia de la alimentación por ejemplo. Son mandatos imposibles de cumplir, si la mujer tiene que ser así no puede ser mujer, es muy difícil. Se genera un conflicto permanente entre la pertenencia a ese estereotipo o arquetipo de mujer que se plantea desde la sociedad y entre lo que puede ser realmente una mujer. Ese conflicto me generó ansiedad en la adolescencia. Y son problemáticas que aún no están resueltas.

 

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