De la Paternal al mundo

por Hernán Zyseskind
20 de octubre de 2016

Hace 40 años Diego Maradona mostró por primera vez su zurda mágica en la cancha de Argentinos Juniors. Ésta es una historia hermosa y personal de cuando un hincha del Bicho, con la camiseta puesta, recorrió Napolés.

Si mi barrio amado de La Paternal tiene la cuna de D10S, pues el San Paolo es la cama de Pelusa Maradona. La grandeza de Diego no se explica solamente con resultados porque él, jugando a la pelota, hizo mucho más que dar alguna vuelta olímpica. Hizo feliz a un barrio como La Paternal, a una ciudad como Nápoles y a un país como Argentina, siendo uno de los pocos futbolistas que unificó a todas las hinchadas para corear su nombre. La que primero me lo dijo fue mi vieja, el día del gol a los ingleses, cuando me abrazó y entre llantos de emoción me dijo: "Vos podrás no creer en religiones pero acabas de ver a un D10S jugando a la pelota". Y eso hacía Maradona, jugar a la pelota como en el potrero. Y con eso nos hacía felices. Esta historia, que voy a contar me pone la piel de gallina y une las felicidades: las de los hinchas de Argentinos Juniors, las de los napolitanos, las de los argentinos y de todos los que amamos a Maradona.

Viajo a Nápoles en tren desde Roma, para conocer el lugar que más le debe a Diego y se me vienen a la mente sus palabras acerca de la división que aún existe entre el norte y el sur de Italia. Así descubro que mucho de esa Italia está latente en la idiosincrasia de nuestra Capital y Gran Buenos Aires. Llego a destino y me tomo el metro hacia el San Paolo, en el barrio Fuorigrotta.

Y ahí me encuentro, curiosamente, con un lugar casi vacío. Lamento no encontrar una cantina abierta para disfrutar de alguna anécdota de aquellos tiempos, sin pensar que algo único me está esperando en esas calles. Mientras camino por los barrios, tarareo la mítica canción que los tifosis le hicieron a su máximo ídolo. Mi cabeza no deja de pensar en lo que habrá sido Nápoles en la época de Diego. Imagino a toda la ciudad movilizada cantando como campeones pero festejando más que nada haber derrotado a los poderosos y fachos del norte, los que aún hoy mantienen un monumento de Benito Mussolini en la puerta del estadio olímpico de Roma. Ese fue el triunfo más importante.

Sin encontrar lo que buscaba, no sin nostalgia, camino por las calles napolitanas por última vez. Sigo silbando la canción histórica que le ofrendaron a Diego, como para acompañar con algo ese lugar que para mí es mítico y ahora luce desolado. De repente sucede: un hombre en silla de ruedas me detiene. Observa mi camiseta del Bicho y canta: "O mamma mamma mamma, O mamma mamma mamma. Sai perche' mi batte il corazon? Ho visto Maradona, Ho visto Maradona. Eh, mamma', innamorato son". Nos fundimos en un abrazo tan emotivo que no puedo ocultar mis ojos brillosos mientras veo que él estalla en llantos. Su hijo, que lo acompaña, me dice: "Hace mucho que no lo veo tan feliz. Está muy enfermo y casi no habla pero tú lo hiciste revivir". Me saco mi camiseta y se la regalo. El viejo se queda duro. Pienso que le va a dar un infarto. Le digo al hijo: "No se te va a ir ahora, no?". El viejito llora como un pibe, llora él, su hijo y yo también. Lo único que se me ocurre es volver a entonar ese himno napolitano y el viejo se repone y nos vamos los tres cantando por esas calles vacías donde Diego Armando Maradona hizo la revolución.

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