En el estribo

por Jésica Farías
08 de agosto de 2017

Las trabajadoras del tren Sarmiento luchan por ser maquinistas. En esa batalla lograron que muchas accedieran a puestos que hasta hace algunos años estaban destinados únicamente a varones. Mónica Antognini nos cuenta su experiencia en el reclamo por la igualdad laboral.

La barrera baja. Se detienen autos, camiones, motos y personas. Suena fuerte un silbato. Un pitido, dos, tres. Con ansiedad, quienes de estancan frente a las vías aguardan que esos dos trozos de madera vuelvan a erguirse para avanzar. El tren pasa apresurado. Los hierros ceden, se bambolean un poco. Pita de nuevo Mónica Antognini, banderillera del Sarmiento. Un pañuelo multicolor interrumpe su gris uniforme.

“En general, el mercado laboral es severo y el ferroviario no se escapa a eso. Acá antes había una sola delegada y ahora somos tres, más ocho ejecutivas. El problema es que si estás como limpieza o banderillera, es raro que te dejen pasar a otro sector por el tema de categorías. Entonces, muchas chicas se anotan en esos puestos, nunca las llaman y no avanzan. Mientras, de a poco, vamos ganando lugar en el gremio de la Unión Ferroviaria del Oeste porque en estas luchas hay muchas mujeres, mucha juventud”, analiza Mónica. Suena un handy, una voz robótica habla sobre paso niveles, ella le responde y luego continúa nuestra charla. Repasamos el avance que dieron, y siguen dando, las trabajadoras del tren, quienes se incorporaron por primera vez en 2005. Lo hicieron en el sector limpieza, un espacio que culturalmente se nos asigna a nosotras. Más de una década después, se cuentan banderilleras, guardas, administrativas, operadoras de estación y boleteras. El desafío actual es llegar a la conducción de ese coloso de metal, el que va desde Moreno hasta Once, desde el oeste del conurbano bonaerense hasta la Ciudad.

¿Cómo justifica La Fraternidad el impedimento para que las mujeres sean conductoras?

“Primero dicen que porque quedamos embarazadas. Segundo, dicen que somos muy quisquillosas y que si tenemos un arrollamiento o accidente, nos va a afectar más que a un hombre”, responde Mónica y deja al descubierto la discriminación por género que las trabajadoras sufren entre vías. “Encima eso es mentira porque nosotras, como banderilleras somos las primeras en ver un atropello, entonces vemos que nos buscan miles de problemas, cosas incoherentes”, sigue la que abraza la lucha. “El último puesto al que todavía no podemos acceder las mujeres es la conducción, pero también estamos dando batallas para poder llegar a Señalamiento, en donde se arreglan las luces, se revisan los circuitos. Nos dieron cursos para esa sección, muchas chicas participaron pero después ninguna fue nombrada. En definitiva, hay que pelear”, actualiza la ferroviaria parada a centímetros de la vía, ahí en donde cruza Segurola, en el barrio porteño de Floresta.

Empoderarse sobre los rieles

Las mujeres levantaron la barrera que les caía por delante, impidiéndoles el avance en ese medio de transporte históricamente conducido y gestionado por hombres. Cuando le preguntamos a Mónica sobre sus comienzos, nos suelta su historia, una que comenzó a partir de la pérdida de su compañero de toda la vida, quien era ferroviario. Para ingresar a ese universo de rieles se debe ser familiar de maquinistas u otro/a trabajador/a del tren, además de un porcentaje minoritario de personas que pueden ingresar particularmente por gestión de la empresa. Ella, sin embargo, tardó dos años en entrar.

“En esa época todo era distinto, una época de guardabarreras y banderilleros pero sin mujeres. En febrero voy a cumplir cinco años trabajando acá”, rememora y sigue: “Esto era distinto para mí, que casi toda la vida había sido oficinista. Oficina o casa, que no es como la calle, este es otro mundo”. Ahora, estima, son entre 40 y 50 las trabajadoras que agitan banderas y silban fuerte en las barreras.

Durante la charla, Mónica evoca a otra trabajadora, su tocaya de apellido Schlotthauer, delegada ferroviaria del Sarmiento por la Lista Bordó Nacional, dirigente de Izquierda Socialista en el FIT y legisladora bonaerense por ese frente. “Es la que más nos enseñó, con ella nunca terminás de aprender. Como ella no hay otra”, aclara. Nombre y luchas en común; las dos también coinciden en celebrar la apertura de La casa que abraza, espacio que las trabajadoras del tren agrupadas Mujer bonita es la que lucha abrieron en Haedo (Constitución 218) para contener psicológicamente y asistir legalmente a víctimas de la violencia machista. Ellas conocen el tema: el mercado laboral las excluyó ferozmente, discriminándolas.

Reflexiva, suelta: “El Pollo Sobrero -secretario general de la Unión Ferroviaria Seccional Oeste- también nos ayuda a participar en el gremio. Y ahora, lo que pienso, es que en la mesa de negociación debería participar una mujer, porque son tres hombres”. Romper el techo, ir por los puestos dirigenciales al tiempo en que se avanza por cargos como maquinitas, está allá adelante y ellas se acercan cada vez más a destino. Ya lograron que el tren se llene de mujeres de Moreno a Once. Que esa excepción de verlas en andenes, barreras o boleterías se transforme en regla y a fuerza de un movimiento colectivo.

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