CUANDO LLORAN LOS DESCALZOS

por Pablo Bruetman
05 de marzo de 2014

La siguiente crónica fue publicada en nuestra edición papel. A un año de la muerte de Hugo Chávez la reproducimos aquí.

No importa el nombre de la ciudad. Importa que pertenece a un país latinoamericano gobernado por políticos de derecha a los que la población vota para combatir una guerrilla. Cabe destacar, a su vez, que el sitio es turístico. En el centro histórico se hablan todos los idiomas y los casinos, hoteles y moteles pululan como en las fotos de la Cuba yankee de antes de la revolución. En las zonas residenciales mujeres altas, en su mayoría negras, visten un uniforme blanco o violeta y pasean de la mano a niños blancos. Ahí, como en todas las partes del mundo, ha muerto este 5 de marzo, el presidente de Venezuela, Hugo Chavez Frías.





 La noticia la da la televisión. Se escuchan bocinazos. Los turistas no alteran sus rutinas. Caminan hacia los sitios de interés. Pasean, acaso, por las murallas que defendieron a la población, de esta ciudad colonial, de las imperiales monarquías españolas o inglesas. Tal vez escuchen a algún guía comentar el acta de 1811 que declaró al sitio “estado libre y absolutamente independiente”. O lean en un museo el primer manifiesto de Bolívar, el patriota más admirado por el patriota que acaba de morir: “... Corramos a romper las cadenas de aquellas víctimas que gimen en las mazmorras, siempre esperando su salvación de vosotros: no burléis su confianza: no seais insensibles a los lamentos de vuestros hermanos. Id veloces a vengar al muerto, a dar vida al moribundo, soltura al oprimido y libertad a todos”, retumban las palabras del Libertador desde una placa de mármol.

Ocultas, detrás del bullicio, como parte del paisaje, asoman las caras tristes. “A la orden”, gritan los vendedores callejeros sin tiempo de llorar a un muerto. Un hombre solloza ante el televisor de una farmacia sin nadie que le comparta el dolor. En el local de al lado, la rumba no se detiene y una mulata baila igual que todos los días. Más adelante una mujer parece llora por conflictos de amor. Sin embargo las radios toman la calle. De pronto abandonan su impresión de aparato vetusto y demuestran su fortaleza única e inoxidable para la comunicación. Los vendedores suben el volumen de los aparatos y grupos de nunca más de cuatro personas se juntan a su alrededor. “¿Murió Chávez?”, preguntan algunos turistas y tras escuchar la respuesta afirmativa siguen su camino. Los locales, por su parte, elaboran teorías políticas. Aseguran que Chávez, como Juan Pablo II, ya había muerto hacía un tiempo pero lo estaban ocultando. O imaginan a sus gobernantes saltando en una pata por la muerte del líder de la izquierda de la región. Saben de lo que hablan. Por una de las radios emerge la voz de un funcionario de la república. El hombre recuerda que Venezuela es un país dividido. La persona que lo entrevista envía las condolencias para todos los hermanos venezolanos. El político recuerda que por la mañana el vicepresidente Nicolás Maduro habló de una conspiración.

La guerrilla emite un comunicado: Rindámosle tributo al extraordinario Libertador de nuestra era, tomando en nuestras manos, en nuestra determinación y movilización, el ideal supremo y humanista de un mundo mejor que arrebató su alma y lo condujo a las más admirables y ensoñadoras batallas contra los imperios que oprimen a la humanidad. Un policía mira la televisión a través de un ventanal y despide al Comandante. “Chiau, Bambino”, dice con una sonrisa impertubable. A metros suyos, en las caras de los oprimidos, permanece la tristeza.

 











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