Cuando el fútbol venció al fascismo

por Pablo Bruetman
12 de julio de 2017

Se cumplen 19 años de la consagración del seleccionado de fútbol francés en el Mundial de 1998. Un triunfo de la multiculturalidad y de los migrantes oprimidos.

Barthez. El loco copado y petiso que siempre arriesgaba con los pies.

Thuram y Lizarazu. El negro y el blanco. El 3 y el 4. Laterales que hacían goles.

Desailly y Blanc. El negro y el blanco. El negro que metía, anticipaba y cortaba. El blanco de galera y bastón, prolijo. Siempre ubicado. El líder y capitán que le daba besitos a la cabeza del arquero.

Karembeu y Deschamps. El negro y el blanco. El negro de rastas que se negaba a cantar La Marsellesa porque Francia no era su país. El blanco que levantó la copa en el 98 y hoy como técnico está acusado de no convocar jugadores con orígenes neoafricanos.

Henry y Guivarch. El negro y el blanco. El negro rápido, habilidoso y amigo del gol. El blanco, lento y tosco que erró goles mucho más fáciles que los de Higuaín.

Djorkaeff. El inmigrante bueno. Mestizo, no tan negro, proveniente de otro país europeo: Armenia.

Petit. El rubiecito prolijo, bien francés. Callado y cumplidor.

Zinedine Zidane. El mejor jugador que dieron los mundiales de fútbol después de Maradona y Pelé. Áfricano pero blanquito: Argelino.



Esos fueron los 12 jugadores que más minutos pasaron en cancha para Les Bleus en el Mundial de Francia 98. Una mezcla racional contundente. De los 23 jugadores convocados, 17 eran hijos de inmigrantes, lo que ofuscó por entonces al político de derecha- mucho menos influyente en esa época de lo que hoy es su hija Marine- Jean Marie-Le Pen, quien denominó al equipo como "black-blanc-beur" (negro-blanco-árabe). Tras algunas críticas, el equipo se ganó la confianza de todo el país y conquistó el primer mundial de su historia.

Los negros, los inmigrantes, los otros, los que venían a sacarles derechos a los franceses fueron los artífices de lo que los franceses nunca habían podido conseguir . En el lugar de quitarles (como plantea la xenofobia o la derecha- ¿o acaso no son sinónimos?)- les dieron: una Copa del Mundo. Por primera vez  los Campos Elíseos se cubrieron de miles de personas para celebrar la consagración de un equipo mestizo. Negros, blancos, áfricanos, europeos, américanos, oceánicos. El triunfo de la multiculturalidad. Los hijos de las antiguas colonias francesas mezclados con las familias que siempre vivieron en territorio galo. En la cancha, en la calle, en los festejos. Ante la atenta mirada inquisidora de la derecha. Y de los medios de comunicación, y del poder económico y político que había despreciado tanto a los migrantes con el objetivo de perder la mano de obra esclava. Porque una cosa es que se independice una colonia y otra cosa que se independicen sus habitantes.

Lilian Thuram fue el héroe de Francia en la semifinal ante Croacia. El lateral que sorprendió al mundo con dos golazos. Todos lo amaron. Pero antes del triunfo las cosas fueron distintas para ese futbolista nacido en Guadalupe,: “A los nueve años me convertí en negro, porque uno se vuelve negro por la mirada de los demás. Soy negro porque así me ven los demás, y eso no era normal para mí. En esa época hasta los dibujos animados incitaban al racismo. Había un programa en donde los protagonistas eran dos vacas, una blanca e inteligente llamada ‘Blanquita’ y otra negra y estúpida llamada ‘Negrita’. Así me llamaban en el colegio, como la vaca negra”, contó Thuram hace pocos años en una interesante entrevista sobre lo que significó para el colonialismo, el racismo y la esclavitud aquel Mundial de Francia.

Pero algo se rompió. La pluarlidad multicultural se cortó: dirigentes, entrenadores y los mismos campeones del 98 se vieron envueltos en polémicas racistas. Hasta se llegó a denunciar que había un cupo en el seleccionado galo para quienes no tenían padres franceses.

Los triunfos son efímeros. Son pequeñas victorias. Más en el fútbol, en donde siempre gana uno solo. Francia 98 así quedó como un ideal, un modelo a seguir. Fue el equipo que venció a los xenófobos, a los que mandan siempre y necesitan de la xenofobia y de hacer sentir inferiores a los dominados de la historia para seguir dominándolos.   



La era Zidane

Maradona jugó cuatro mundiales. En el primero lo expulsaron, en el segundo salió campeón, en el tercero subcampeón, en el cuarto le cortaron las piernas. Zidane jugó tres: en el primero salió campeón, en el segundo no pudo jugar los primeros dos partidos y cuando volvió ya era demasiado tarde para salvar a Les Bleus, y en el tercero también fue subcampeón. Si el mundo hubiese sido justo, Zidane y Maradona tendrían que haber ganado tres mundiales cada uno. Diego mereció el del 90, aún con el tobillo roto y los planteos mezquinos de Bilardo. Y en el 94 lo echó la FIFA. En el 2002 era Francia o Argentina. El equipo de Bielsa cayó por sobrecarga física y Francia por no tener a Zizou. Así el mundial fue para un Brasil, al que le alcanzó con Ronaldo y con colocar un central más para cubrir las espaldas de la mejor dupla de laterales de la historia: Cafú y Roberto Carlos. Y el 2006 también era para ese pelado con la locura suficiente para animarse a picar la pelota en un penal en la gran final y no para esa Italia aburrida y aguerrida que solo podía ganar como lo hizo: por penales y por errores del rival. Y con recursos xenófobos: Zidane fue expulsado por pegarle un cabezazo al defensor italiano Marco Materazzi. El árbitro no vio el cabezazo pero con ayuda externa de quienes no estaban en el campo de juego decidió expulsarlo. Lo que tampoco vio ni escuchó el árbitro fueron los insultos del jugador italiano a Zizou, que habrían incluido una valoración negativa de su nacionalidad argelina. En el 2006 también ganó el fascismo. Por eso a Francia en el Mundial 98 -la excepción a la regla, el triunfo del mestizaje y el de las colonias sobre los dominadores- debemos recordarla como símbolo. El seleccionado de Francia 98 fue un ejemplo de lo que el mundo y el fútbol serían si el fútbol y el mundo no estarían signados por la desigualdad y la injusticia social.

 

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