Battista: "Confieso que Sarlo no ocupa mis pensamientos"

por Agustín Colombo
19 de abril de 2013

El escritor que inaugurará la Feria del Libro de Buenos Aires habla sobre las críticas y apoyos que generó su designación.

El departamento de Vicente Battista es una postal de otro tiempo. En su living suena la Nacional Clásica mientras el sol del viernes empieza a ocultarse lentamente. La música viene de una radio portátil, a pilas, ubicada en el centro de una mesa redonda con mantel cuadriculado. Hay libros, un reproductor de vinilos antiquísimo, una tabla de planchar raída y un aparador (esos que pueden encontrarse en el Mercado de las Pulgas) con pequeños adornos. Detrás de la puerta, un menú de gorras y boinas para cada ocasión. Después del reportaje, el escritor de Siroco, Sucesos Argentinos y Gutiérrez a secas, entre otros, elegirá una marrón para salir a comer un asado con amigos.

El color sepia del lugar se rompe con un plasma y una bicicleta fija de las modernas. Y, ya en el escritorio, con una computadora último modelo. Battista vive en esa ambivalencia: entre el interés por las novedades tecnológicas y la sencillez de conformarse con antigüedades. En el ambiente se siente el aroma del tabaco de pipa encendida. Por estos días, en este departamento que ofrece tranquilidad, el teléfono ha sonado más de lo habitual. La elección para que sea el escritor que inaugure la 39ª Feria del Libro lo convirtió en una persona requerida. “Como ya sé cómo es esto ni me caliento. Cuando gané el premio Planeta me llamaban todo el tiempo. Después se olvidan”, se ríe.

¿Y le gustan estos momentos de rockstar?
No, no, me divierte. Jamás me la creí. Con esto de la Feria todavía no pasó, pero cuando gané el Planeta, en 1995, había un movimiento de tierra en Venezuela y me llamaban para ver qué opinaba. ¡Yo no podía opinar absolutamente nada! Puedo opinar de lo poco que sé, pero no de eso, les decía. Hay gente que se enloquece con eso y después se pone mal cuando no la llaman. Pero a mí no me pasa.

Cuando la Fundación El libro eligió a Battista para el discurso inaugural, algunos medios masivos de información propiciaron una suerte de polémica por su afinidad con el kirchnerismo y su participación en Carta Abierta, el espacio que integran intelectuales de diversas áreas que apoyan al actual gobierno nacional. Lo etiquetaron como “un escritor K”, pero también le atribuyeron pergaminos suficientes como para protagonizar la presentación formal del certamen. 

¿Cómo tomó usted esa polémica?
Debo confesar que yo esperé que esos medios, especialmente Clarín y La Nación, fueran menos piadosos conmigo. Pensé que me iban a dar desde todos lados. Pero no, marcaron verdades: sí, yo soy simpatizante de este gobierno Óno soy peronista, todo el mundo lo sabe, pero estoy de acuerdo con muchas medidas del kirchnerismoÓ y sí, soy miembro del grupo Carta Abierta. Son datos. Como si hubiesen dicho que soy hincha de Boca o que mido un metro sesenta y nueve. Pero como dijeron que tenía los suficientes diplomas, hemos quedado como buenos amigos. No me preocupa mayormente. En realidad si hubiesen dicho lo contrario, tampoco me hubiese importado.

En 2011, cuando sugirió que se reviera la invitación a Mario Vargas Llosa para que inaugurará la Feria del Libro, usted escribió que “la apertura de la Feria tiene poco de literatura y mucho de realidad y de política”. ¿Su discurso respetará esa premisa?
No me voy a contradecir. La política se vive día a día, mucho más ahora. ¿Pero qué puedo enseñarle yo de política a toda esta juventud maravillosa que salió a las calles para ayudar en la tragedia de las inundaciones? En todo caso, ellos me pueden enseñar a mí. Voy a hablar de literatura, que de alguna manera se va a vincular con la política. Y la charla estará basada en tres elementos: la lectura, potenciar la figura del escritor y hablar un poco sobre el futuro de los libros.  

¿Cree que las nuevas tecnologías pueden terminar con el objeto libro? 
Es que antes de este invento maravilloso, el ser humano escribía en la piedra, en el papiro o en el cuero. Después dejó su testimonio en el libro, que era el vehículo de comunicación. Pasa lo mismo con la literatura: desde que la inventaron vienen anunciando su final. Y no, señores, se va a seguir escribiendo. ¿Por qué? Porque necesitamos contar nuestra angustia esencial. ¿Por qué estamos, por qué nacemos, morimos, hacia dónde vamos? Esas cosas que el primer hombre y la primera mujer se habrán preguntado y los llevó a inventar religiones.Ahora aparece el libro electrónico. Y bueno, ¡celebremos! Son dos cosas diferentes. A mí me da lo mismo que Ana Karenina, Guerra y Paz o Crimen y castigo estén en un libro de papel o en uno electrónico. A mí me interesa el texto; el contenido y no el continente.Yo creo que dentro de cien años, seguramente los hijos de mis nietos van a decir “uy, ¿así leía la gente?”. Sucede con todo: yo puedo mostrarte una plancha a carbón, y alguno me podrá decir “uy, ¿pero así planchaba la gente?”. Y sí.  Yo soy un enamorado de la tecnología. La primera computadora la compré en 1984. Era una Commodore 128 que tenía una pantalla verde. Estaba chocho. Y empecé a convencer a mis amigos de que era mucho más cómodo escribir así. Además tenías una actitud diferente con respecto al gesto. Cuando yo escribía a máquina, uno ponía el papel y se inclinaba. Ahora tenés el gesto del pintor, porque estás mirando el texto como quien mira un cuadro. Y podés corregir mucho mejor.

Si el año que viene inaugurara la Feria del Libro Beatriz Sarlo, ¿qué pensaría? 
Honestamente, confieso que Beatriz Sarlo no ocupa mis pensamientos. Creo que es una mujer muy inteligente, pero está en una posición política que no es la mía; sus razones tendrá para pasar de la izquierda a la derecha. Porque no se puede decir que Beatriz Sarlo es de izquierda. Sería un contrasentido. Ser de izquierda y editorialista de La Nación son cuestiones incompatibles. No pienso en ella, como no pienso en Morales Solá ni en ninguno de ellos.

Mientras escribía Gutiérrez a secas, en 2002, Battistale dedicó la última página del libro a las reuniones que tenían, sábado a sábado por la tarde, un grupo de escritores en la casa de Horacio Salas. A la tertulia la llamaron El Siestáculo, por el día y la hora. Battista escribió en aquel tiempo que en esas charlas no pretendían mejorar el mundo, pero sí sus textos. El problema apareció, según cuenta ahora, a partir de 2003. “Empezaron a separarse las aguas y surgían discusiones políticas con gente que uno quiere mucho pero que tenía otras posturas. Y en vez de hablar de literatura nos pasábamos discutiendo. Hasta que la cosa se hizo insostenible”, recuerda.
 
¿Llegó a pelearse con amigos por cuestiones políticas de este tiempo?
Antes que pasara eso nos empezamos a separar. Así, amigablemente, como decía el tango. Yo recuerdo que cuando murió Marechal, Borges dijo “que pena que por la política nos separamos”. Marechal y Borges eran amigos y estaban juntos en la revista Martín Fierro. Pero cuando Marechal adhiere al peronismo, para Borges, que era King Kong, no había posibilidad de diálogo. En el fondo te sentís mal porque son amigos, pero se ha puesto tan tensa la cosa...Si fuera una discusión ideológica, a mí me parece perfecto, pero las discusiones ahora son casi de barrabravas. 
 
Usted es secretario gremial de la Sociedad Argentina de Escritores. ¿Cuáles son las preocupaciones que tiene el gremio en la actualidad?
La SADE está planteando seriamente una reconstrucción; dejar de ser un organismo congelado para convertirse en un organismo vivo y actuante. Se pretende tratar a los escritores gremialmente como sujetos trabajadores. De ahí que junto con el Centro Cultural de la Cooperación ha propugnado con bastante fortuna algo como la jubilación de los escritores. Está instaurado desde hace mucho tiempo que el escritor no es un profesional. Siguiendo un poco el modelo del siglo XIX, el poeta tiene que morir tuberculoso y pobre. Mientras tanto el editor se llena de plata. El caso más elocuente es el de Emilio Salgari, que se suicida y le reclama a su editor que por lo menos pague los gastos de su velorio. El editor de Salgari ganaba muchísima plata, y Salgari terminó en la más terrible de las pobrezas. Eso hay que desterrarlo. El escritor es un trabajador, y como tal tiene derecho a cobrar por su trabajo. Mal, bien, eso después se discutirá. Por consiguiente tiene derecho a jubilarse. Yo fui testigo de ver a un grande como Antonio Di Benedetto, que murió pobre y olvidado en una sala del Hospital Italiano. No había conseguido ni siquiera una jubilación por sus años de trabajo. Bernardo Kordon se fue a vivir a Chile porque acá ya no podía mantenerse. Estamos hablando de grandes escritores, de gente que mañana va a honrar con su nombre una plaza o una calle. Que de hecho están en numerosos libros escolares de primaria y secundaria. Pero que en los últimos años la han pasado muy mal. Y no digo olvidados, sino que la pasaron mal económicamente. Eso se tiene que acabar. Por eso se está promoviendo esta ley, que va a proteger a los escritores de la misma manera que protege a los torneros o camioneros.

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