30.000

por Revista Cítrica
24 de marzo de 2017

Marchamos los adultos, los maleducados que no aprendimos la teoría de los dos demonios. Y también los chicos, los que hacen florecer la ilusión. Las voces que vendrán. Las semillas que brotan. El sueño de los 30 mil hecho realidad.

Nos tildan de fanáticos, nos aseguran que estamos divididos, nos dicen que “nos falta el ejercicio de la memoria”. Los “periodistas serios”, como les decía Rodolfo Walsh, y los funcionarios negacionistas nos califican. Ellos, los que no marchan, pretenden imponer una visión del Día de la Memoria que nada tiene que ver con lo que decimos y lo que reclamamos cada 24 de marzo.

No vemos fanáticos. Vemos banderas, agrupaciones sociales, artísticas, estudiantiles; columnas, militantes de todos los partidos políticos salvo de uno, justo el que está en el gobierno. No vemos división. Vemos un número, un mismo número que se repite infinitamente desde Congreso a Plaza de Mayo. Un número que aquí nadie discute.

Tenemos memoria y la transmitimos. Ahí están los pibes aprendiendo un número y mucho más. Miran, alucinan, crecen, se educan, les enseñan, renacen ante cada asombro. Son luces, son soles, son esperanza, los que hacen florecer la ilusión. Las voces que vendrán. Las semillas que brotan. Porque de nada sirve la memoria sino se transmite.

Marchamos con la familia, con los amigos, con los compañeros del laburo. Encolumnados o no. No importa. Por Memoria, Verdad y Justicia. Por Avenida de Mayo, por Rivadavia nos cruzamos con todos. Nos reencontramos con gente que nos agrada volver a ver. “Acá están todas las personas a las que queremos”, comenta una compañera y nos alegramos de compartir la calle con ella.

Y es que si hay algo que no tiene la “Revolución de la Alegría” es, precisamente, eso. La alegría de juntarse y sudar bajo el sol, del abrazo fraterno, dado con ganas, que en nada se parece al abrazo “al aire” de quienes nos gobiernan. Es la distancia entre una memoria pasiva -que repite todo como en una lección, de forma mecánica, aséptica, sin que nada los conmueva- y una memoria activa. Porque esta es nuestra manera de rememorar, de volver a pasar por la memoria lo que algunos pretender negar, lo que quisieran “matizar”,  ya que para ellos es preciso “abrazar sin prejuicio a quien piensa distinto”,  y no solo al compañero o compañera con quienes nos reírnos a carcajadas, y bailamos en el asfalto una danza de mil trompetas, bombos y las flautas. Es que los paladines  de la despolitización -los que no hacen "política" sino que "administran", "gestionan"- suponen, erróneamente, que pueden enseñarnos a recordar.

A veces los encuentros fallan y llegamos solos. Pero te quedas porque necesitás llenarte de pueblo y volver a casa con el alma encendida y en lucha. Una que no iniciamos nosotros pero sí decidimos continuar y trasmitir, desde el pequeño lugar que nos toca. Y porque sabes que ese abrazo dado con ganas va a suceder. Y de repente ocurre: te encontrás con una compañera en el vagón del subte que jamás tomás. Risas y apretón, claro que no es casual. Ya en la calle, te cruzás con una cara familiar que sostiene una bandera y tararea un cantito que te resuena en el pecho "¿Y a este de dónde lo conozco?", te preguntás; también a pibitos que nunca viste antes pero sabés que van a volver, porque –como te pasó a vos- no dejarán de ir a la plaza Nunca Más.

¿Y el resto de compañeros, por dónde andará? Se complica. No importa. A marchar. Acá estamos, enredados en un mismo colectivo. Ya nos cruzaremos en el camino o después. Igual insistís. "Atrás de la bandera blanca, esa que dice ‘Macri, son 30.000’”, te grita un amigo por teléfono con la ilusión de que lo ubiqués. Tenemos la certeza de que en cualquier momento puede pasar. De que ellos están y nosotras estamos. Que nos une la misma causa, que estamos yirando por la ciudad cada 24 de marzo con esa emoción que moviliza los cuerpos, que ilumina las caras, que nos pide seguir la marcha. De Congreso a Plaza de Mayo. Y más allá. 

La comparación de las políticas de Macri con las políticas de la dictadura, los Nunca Más y el número pueblan las pintadas, los carteles y los folletos. En la puerta de un edificio han pegado una hoja que dice: “Pise tranquilo. Nunca Más”. Una consigna simple, que podría haber estado cualquier otro 24. Sin embargo cuando el guardia de seguridad del edificio nota que le están sacando fotos, se levanta de su silla, agarra el papel, lo hace un bollo, lo parte y lo hace añicos, como olvidando que el mensaje no se borra desapareciendo al mensajero.

Ese episodio sirve como metáfora. Porque los que no marchan dicen que nos falta conciliar. Hablan del “caldo de cultivo” que llevó a la dictadura. Exigen desde sus sillas que los grupos revolucionarios de los 70 pidan disculpas. Como si ERP o Montoneros aún existieran. Como si la represión estatal fuera comparable a la guerrilla. Como si la guerrilla fuera la causa del terrorismo de Estado. Al Rodolfo Walsh de 1957 no lo pueden tildar de fanático, ni siquiera de peronista.

A la distancia de 60 años, algunos términos han quedado viejos pero no así el concepto: “Temo el momento en que humillados y ofendidos empiecen a tener razón. Y ese momento, está próximo y llegará fatalmente si se insiste en la desatinada política de revancha que se ha dirigido sobre todo contra los sectores obreros. El terrorismo no es algo que nace por generación espontánea. La actitud del terrorista de abajo que coloca una bomba es la respuesta al terrorista de arriba que aplica la picana. Si cabe establecer un matiz diferencial, es a favor del terrorista de abajo, que por lo menos no cuenta con la impunidad asegurada, no cree estar defendiendo la democracia, la libertad y la justicia”

¿Cuál es el verdadero “caldo de cultivo”? ¿Por qué nos han retrotraído a debatir un número que ya no estaba en discusión? Como el guardia de seguridad quieren borrar a los mensajeros, como hizo la dictadura. Borrar a 22 mil. Para que el número los tape. Para no recordar el mensaje de los desaparecidos. Para no tener memoria de por qué los hicieron desaparecer.

 

 

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