El día después de mañana

por Lautaro Romero
14 de julio de 2017

Trabajadores y trabajadoras de Pepsico reclamaban por sus derechos y los poderes respondieron con balas, golpes, impunidad y represión. Relatos de las últimas horas en la planta.

La noche del 12 de julio fue una de las más largas para los trabajadores de Pepsico. El aumento de las fuerzas policiales en la zona y un helicóptero sobrevolando asustan a cualquiera. Por eso los rostros cansados. El dolor de garganta que padece Catalina Balaguer, toda una referente del gremio. “Hay un pedido de desalojo nocturno, por lo que puede tornarse mucho más violento. Estamos a punto de recibir palos”, decía.

Mientras, descargaba la tensión con un papelito entre sus dedos. Es la nota de cinco renglones que encontró en la puerta de la fábrica el 20 de junio, por la cual se enteraba que la planta de Pepsico, en el barrio de Florida, cerraba sus puertas. Que de lo legal se encargaría el Ministerio de Trabajo, y que sus servicios ya no eran requeridos por la multinacional estadounidense de alimentos y bebidas. Junto a sus compañeros, se enteró, que se quedaría en la calle. Casi 600, entre operarios y administrativos. Sin más para decir. Sólo un 0-800 adjunto en ese papelito. Entonces, como medio de protesta, tomaron la planta. Ahí comenzó el acampe, la resistencia y la vigilia junto al fuego, hasta las últimas consecuencias en pos de la reincorporación. Faltaban pocas horas para que se cumpla el plazo de 72 horas. “Imagino lo peor”, vaticinaba Catalina.

Y no se equivocó. El operativo policial de la mañana del 13 - que terminó con el desalojo- fue violento. Lo que tanto temía Catalina sucedió. Porque era de madrugada cuando Camilo Mones, delegado de la comisión interna, dio aviso a los medios que alrededor de 15 móviles de Gendarmería, con 500 efectivos de Infantería de la Policía Bonaerense, estaban inundando las calles aledañas a la planta. El principio del fin.

Las sirenas de fondo, cerca de 20 trabajadores resistiendo en el techo. Entre ellos, Camilo. “El cierre es fraudulento. Los vecinos están haciendo cacerolazos en las esquinas. Nos quisieron extorsionar para que arreglemos un retiro voluntario”. El resto, rodeando los portones para evitar que se imponga la fuerza. Militantes de distintas agrupaciones sociales, partidos de izquierda, organismos de derechos humanos y trabajadores. Todos mancomunados. “No queremos la plata, queremos nuestra fuente de trabajo. El barrio se está despertando. Los chicos van a la escuela. El operativo es terrible”, informó Camilo.

Hostigamiento y acoso. A muchos les ganaron por cansancio. Casi 120 trabajadores le dijeron que no al 200 por ciento de indemnización, la extensión de la cobertura médica, y la paga de haberes y aguinaldos hasta el 31 de julio, que presuntamente ofrecía la empresa con base en Nueva York. Siempre y cuando abandonaran la causa. Pero Marina optó por mantenerse firme en el frente de batalla. Y tiene sus razones. Suma 17 años de antigüedad y conoce bien el mundo Pepsico. “La empresa llamó a mi casa extorsionándome para que agarre. Te desmoralizan. Tengo dos nenas. La plata se te va, no nos sirve”, explicó. También sabe de la discriminación por ser mujer. “Siempre fuimos las que cobramos menos. Es una fábrica muy machista. Después de muchos años formamos una comisión interna que nos defiende”, aseguró.

Al igual que Ramón, quien no siente que esté cometiendo un delito, sino todo lo contrario. “Te decían que si no agarrabas ahora, después iba a ser mucho menos. Acá estamos los que decidimos seguir luchando porque queremos mantener nuestro trabajo. Defiendo mis derechos. Sólo pienso en mi familia”. Son los chicos que juegaban entre los pallets de madera y los neumáticos que más tarde hicieron de barricadas y arderán en llamas. El futuro depositado en esa sonrisa que todo lo puede, más allá de los intereses de la patronal, denunciada por lock out ofensivo y vaciamiento.

Un plazo de cinco minutos para abandonar el lugar. La orden judicial en manos del jefe del operativo, y el caos que se apodera de la escena. Al igual que los palos, el gas pimienta y las piedras. “Muchas compañeras son mamás. Tenemos mucho miedo de que salgan lastimadas. Es una situación muy triste y difícil”, cuenta Luis, que carga con 23 años de servicio sobre el lomo. También es delegado, y considera que lo de la crisis es una farsa: “Adentro hay materia prima y productos terminados. Ahora están importando de Chile en avión, lo que implica un gasto extraordinario. La empresa factura millones de pesos todos los años”. Para colmo, el Sindicato de Trabajadores de la Industria de la Alimentación (STIA), con Rodolfo Daer a la cabeza, del lado de los empresarios. “Una vez más nos soltó la mano, nos traicionó”, se lamenta Luis.

Después de dos horas de extrema tensión, los gazebos que cobijaron a los trabajadores durante las tres semanas de lucha, habían sido destruidos. Lo mismo ocurrió con una de las puertas laterales de la planta, por donde pudo ingresar finalmente la policía, hasta dar con el puñado de laburantes que soportaba la embestida desde la terraza. Todo terminó con la salida de los trabajadores acompañados de los dirigentes de izquierda, Nicolás del Caño y Luis Zamora. 

“Hace 20 años que trabajo en la fábrica y es la segunda vez que me despiden. Esta es la más dura porque nos despidieron a todos”, sentencia Catalina. 

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